En ocasiones hemos aludido en algunas de estas crónicas retrospectivas de nuestra Semana Mayor del pasado siglo a la figura de José Artigas Ramírez como su primer pregonero, si bien cabe hoy puntualizar que, con anterioridad, existió ya un primer precedente de Pregón. Sucedió precisamente en aquel 1941 y el orador fue Bartolomé Caballero Cordón. La diferencia es que, en lugar de hacerlo en el ‘Teatro Cervantes’, lo pronunció ante los micrófonos de la E.A.J. 46, ‘Radio Ceuta’, la única emisora local de la época, con un seguimiento importante de la población por la innovación que aquello suponía en nuestro mundo penitencial. Caballero era miembro de la Comisión Gestora del Ayuntamiento de 1939. Sería preciso, pues, esperar seis años para que llegase el primer pregón oficial de Semana Santa, ya en el desaparecido coliseo de la calle Padilla, el del catedrático de Instituto, Artigas.
Hace 75 años, todavía no existía la Junta de Cofradías, que habría de constituirse en 1944. Prohibidas las procesiones en España en 1931 por el gobierno del Frente Popular, en nuestra ciudad éstas volvieron en 1937, por lo que quedaría un largo camino por recorrer para colocar a nuestra Semana Mayor a la altura de la importancia y riqueza patrimonial que fue adquiriendo con el transcurrir del tiempo.
Religiosidad y milicia, extraña mezcolanza
Si bien fue importantísimo, cuando no decisivo, el apoyo y el entusiasmo del Ejército para con nuestra Semana Santa en aquella época, no es menos cierto que la mezcolanza de lo militar con lo cofrade derivaba en muchas ocasiones en situaciones de gran confusión con aquellas revistas de tropas, presidencias y vicepresidencias con tenientes generales, generales, jefes y más jefes, oficiales, piquetes y escoltas en medio del clima de marcialidad que se vivía con los pasos en la calle.
Destaquemos en ese sentido cómo en la presidencia del paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno figuraba el general jefe del XI Cuerpo de Ejército, Fernando Barrón, en el de la Expiración el Alto Comisario de España en Marruecos y en la del Santo Entierro el teniente general jefe del Ejército de Marruecos Miguel Ponte acompañado de todo su Estado Mayor.
Estaba más que claro quienes mandaban en aquella triste y devastada España de 1941, no digamos en una plaza militar por excelencia como era la Ceuta de entonces.
En plena época del catolicismo oficial propugnado y enaltecido por el dictatorial nuevo régimen, las más diversas manifestaciones religiosas, muchas de ellas inimaginables hoy, envolvían en una atmósfera de profunda espiritualidad a la ciudad a lo largo de estos siete días: Lavatorios de Pies, los sermones del Mandato, de la Institución, el de la Pasión, los solemnes oficios de Tinieblas, la Vigilia de la Adoración Nocturna, las procesiones del Altísimo hasta los altares del Monumento, Vía Crucis con sus sermones y rosarios, Divinos Oficios en parroquias, Coronas Dolorosas…
La festividad de San José se aprovechaba para la postulación pro – Semana Santa y, ya por la tarde, para la procesión de la imagen del Cristo del Puente, desde su hornacina hasta la Catedral en solemne comitiva. Tradición perdida, que hará dos décadas se intentó recuperar sin éxito. Ahí queda el recordatorio para nuestros cofrades de hoy, tan diferentes por cierto a los de entonces.
Muy difícil de imaginar puede resultar para muchísimos ceutíes aquellos Jueves Santos con la visita a las estaciones de los distintos y concurridos templos con proliferación de mantillas por la calle. Pero menos aún ver desde muy temprano al teniente general Jefe del Ejército de Marruecos, acompañado de su Estado Mayor y de los jefes y oficiales de la guarnición, recorriendo las diferentes iglesias. Añadámosle a ello la estampa de los soldados de todas las unidades de la enorme guarnición de la época, en grandes formaciones, impecablemente uniformados y con sus guantes blancos, recorriendo también los Sagrarios.
Salida de África del Descendimiento. Obsérvese a un sargento del Ejército como capataz. (AGC)
Las imágenes de las procesiones de 1941 llaman la atención por las nutridas presidencias militares, incluso con generales de distinto rango. (AGC)
Las procesiones de la época
Pese a que en 1924 se habían aprobado ya sus primeras Reglas, el Domingo de Ramos aún no salía la tradicional Pollinica, que habría de tardar tres años más en hacerlo. Las procesiones de la época se iniciaban el Martes Santo con el desaparecido paso de la Oración en el Huerto que con el de la Virgen de Las Lágrimas salía de la parroquia del Príncipe, cuyas principales calles recorría con los habitantes del barrio volcados a lo largo de todo el trayecto, algunos de los cuales la acompañaban después en su recorrido hasta Hadú, en cuya primitiva iglesia de San José se recogía.
Estampas procesionales las de hace tres cuartos de siglo escenificadas con niñas representado a arcángeles, verónicas, a la Fe, a la Esperanza y a la Caridad y a santos; y muchísimos monaguillos, largas filas de ‘penitentes’ algunos con el antifaz levantado, concurridas representaciones civiles también, invitados, balcones engalanados, mientras todas las azoteas, balcones y calles aparecían repletas de gente, ansiosa de presenciar el discurrir de los pasos. Pasos rudimentarios, cargados entonces por horquillas al estilo gaditano, destartalados y al albedrío de la improvisación del momento, sin normas ni estilos y escoltados con marciales piquetes y escoltas con fusiles a la generala el Jueves y el Viernes.
El Miércoles Santo era el día de la llamada procesión del Encuentro, organizada por la hermandad del mismo nombre y que habían fundado un par de años antes un grupo de devotos del Cristo del Gran Poder sevillano. Patrocinada por el Tercio desde el año anterior, el encuentro entre Madre e Hijo se llevaba a cabo en la Berría, con el Nazareno y la Dolorosa de los Remedios, en la plaza de Azcárate, lugar donde aguardaba la Virgen hasta la llegada del paso del Cristo portado por legionarios, tras haber salido de la iglesia de África y subir por pronunciadas cuestas como las de Sargento Mena y Teniente Arrabal. Concluido el momento, las dos imágenes continuaban hasta la iglesia de África, donde quedaba el Cristo, mientras el paso de la de la Virgen proseguía hasta su templo parroquial de la calle Real.
Presidencia civil integrada por el delegado del Gobierno, el Vicario y el alcalde. (AGC)
El Nazareno a su paso por la plaza de África. (AGC)
Los multitudinarios Jueves y Viernes Santos
Sucedió en la madrugada del Jueves Santo. U n fuerte temporal de levante con enormes olas que subían con facilidad hasta los globos de las farolas de la Marina o las del paseo de las Palmeras, dejaba sin hogar a numerosas familias que vivían en las barracas de la Ribera y la Almadraba. Pese a lo desapacible del tiempo, la procesión de ese día, la del Silencio, patrocinada por la Asociación de Empleados Municipales no faltó a su cita de las doce de la noche, recorriendo sus dos pasos, el del Cristo de la Vera Cruz y el de Nª Sª de los Dolores el centro de la ciudad, para alcanzar también Azcárate a través de calles como Alfau y Dueñas, en medio de los fervorosos y variopintos cánticos religiosos y rezos del Santo Rosario, próximas las cuatro de la madrugada.
El Santo Entierro procesionaba con su urna, que aún conserva la Hermandad y que sería hermoso recuperar.
La brillante salida penitencial del Viernes Santo correspondía a la por entonces llamada “Procesión y Entierro de Nuestro Señor Jesucristo”, jornada solemne por excelencia en las que las calles se abarrotaban de público, tanto de la ciudad como del Protectorado con el servicio especial de trenes y de autobuses que, desde Tetuán, se establecían para la ocasión. En 1941 la integraban el paso del Nazareno, que volvía a salir nuevamente este día, seguido de los antiguos de la Flagelación, la Expiración y el del Descendimiento. Cerraba la piadosa comitiva la Sagrada Urna con el anterior Cristo Yaciente escoltado por guardias civiles en traje de gala y detrás la Banda de Música de La Legión interpretando composiciones sacras. A continuación el de la Virgen de la Soledad, con una presidencia integrada por el alcalde junto con los gestores del nuevo Ayuntamiento, Cabildo Catedralicio y una nutrida representación de todos los cuerpos y unidades militares de la Plaza. Urna, por cierto, la del Cristo, que conserva la hermandad y por cuya recuperación volvemos a abogar una vez más desde aquí.
La jornada del Sábado Santo se reservaba para la solemne Salve en honor de la Patrona y la procesión sacramental, al tiempo que el Domingo de Resurrección se consagraba a las misas solemnes, maitines, laudes, horas canónigas y a la procesión final del Santísimo, alrededor de la plaza de África.
– Por Ricardo Lacasa