El faldellín del Santísimo Cristo de la Vera Cruz
La recuperación de antiguas estampas iconográficas es una corriente habitual entre la “élite” estética de las cofradías y hermandades de las últimas décadas. La búsqueda de una mayor autenticidad, estilo y carácter propio a la hora de presentar las sagradas imágenes titulares, sus altares y pasos, responde a una visión intelectual y culta del fenómeno cofrade, que va más allá de las modas impuestas por los supuestos modelos sevillanos que se han vulgarizado especialmente en nuestro tiempo. En esta corriente historicista se inserta la inquietud que últimamente observamos en el seno de la Hermandad de la Vera Cruz de Ceuta, empeñada en dotar al Santísimo Cristo de una estética acorde a su carácter añejo, propia de una imagen venerada y secular.
En 2014 se recuperaba una estampa que, aunque a muchos les pareció novedosa, no hacía más que reproducir el aspecto habitual presentado por nuestro Cristo en tiempos pasados. Nos referimos al faldellín o tonelete que cubre el paño de pureza tallado.
Esta prenda, normalmente confeccionada en ricos tejidos: damascos, brocados y terciopelos bordados en oro y plata, no tiene una significación especial; responde simplemente al deseo de dignificar todos los elementos que rodean al Señor, elevando en este caso concreto el simple paño de pureza al rango de una prenda noble; lo que viene justificado por la Divina condición de la Persona representada, la veneración de imágenes concretas convertidas en auténticos iconos cuya significación y valor supera la simple figuración histórica; y el fervor de los fieles, siempre dispuestos a cubrir con alhajas y prendas recamadas las sagradas efigies de su devoción.
El uso del faldellín ha llegado a nuestros días gracias a imágenes muy antiguas y veneradas que han sabido conservar su estampa tradicional resistiéndose a las modas minimalistas que se iniciaron a principios del siglo pasado. La lista sería interminable, pero citaremos los más importantes: Cristo de Burgos, de Candás y de las Cadenas (Asturias), de los Milagros (Huesca), de Manacor (Mallorca), de Lepanto (Barcelona), de Santa Ana (Villafranca de los Caballeros – Toledo), del Caloco (El Espinar – Segovia), de Orense…
Y antes de que los dogmáticos cofrades afiliados a superficiales normas pongan el pero de “lo nuestro”, diremos que esta lista, afortunadamente, contempla casos muy significativos en Andalucía y sus hermandades de penitencia: Cristo de San Agustín (Granada), del Remedio de Ánimas y de Gracia (ambos en Córdoba), de Burgos (Chucena – Huelva), de la Almoraima (Castellar – Cádiz), Vera Cruz (Benacazón – Sevilla), Vera Cruz (Encinasola – Huelva)…
No tenemos por qué renunciar a formulas iconográficas heredadas a través de los siglos, que fueron, y aún son, seña de identidad de nuestras sagradas imágenes. Se equivocan los que intentan uniformar las expresiones cofrades según las normas dictadas por modas relativamente recientes.
No tenemos por qué renunciar a formulas iconográficas heredadas a través de los siglos, que fueron, y aún son, seña de identidad de nuestras sagradas imágenes
En 2014 se recuperaba una estampa que, aunque a muchos les pareció novedosa, no hacía más que reproducir el aspecto habitual presentado por nuestro Cristo en tiempos pasados
Desde aquí queremos expresar nuestra gratitud a los cofrades de la Vera Cruz que han tenido el buen gusto de mirar a su pasado para recuperar esta añeja estampa que va más allá de la valía artística de su Titular, ofreciéndonos una lección de saber diferenciar una simple obra de arte, un fotograma de película o un diorama hiperrealista de un icono sagrado con siglos de veneración… Para ello han tenido la valentía de enfrentarse a las opiniones parciales, destructivas y carentes de verdadero conocimiento de causa que, por desgracia, son tan frecuentes entre los que disimulan su mediocridad bajo la letrilla chica de esos falsos dogmas cofrades que nadie, en ningún lugar ni fecha, ha dictado y que en realidad son fruto de vulgares modas. Las formas que nos legaron los siglos son valiosas y merecen ser respetadas y conservadas.
– Por Juan Lauretano