Las sucesivas reestructuraciones sufridas por el Ejército determinaron que Ceuta fuese perdiendo su tradicional condición de plaza militar de primer orden. Ni siquiera las autorizadas opiniones de destacados analistas resaltando la importancia que para el control del terrorismo islámico tienen estas dos puertas avanzadas de Europa en África, como son Ceuta y Melilla, lograron frenar lo más mínimo la línea de reducción de efectivos que fue marcando Defensa.
No sólo se nos llevaron los militares sino que en tiempos de la ministra Chacón parecía que existiese una orden o instrucción para que la presencia de las Fuerzas Armadas fuera desapareciendo de manera progresiva de nuestras procesiones con lo que la Semana Santa podría terminar por perder una de sus estampas tradicionales.
No reivindico un anclaje en el pasado, en la rancia imagen de aquellas salidas penitenciales en la práctica convertidas en auténticos desfiles militares con tantas compañías y secciones desfilando y las nutridas presidencias y representaciones castrenses. O más aún, cuando determinados regimientos ejercían de cofradías en la práctica, como sucedió, por ejemplo, con el antiguo Descendimiento, y el hecho de que en la mayoría de ellas dispusiera más el coronel de turno que el propio hermano mayor.
Justo es reconocer también por otra parte lo que el Ejército supuso para nuestra Semana Mayor. En años muy duros y de graves carencias, el patrocinio de los distintos cuerpos y armas de la guarnición posibilitó su supervivencia, cuando, por entonces, nuestras cofradías no tenían el empuje, fortaleza y organización actuales y, prácticamente, se podía decir que su actividad se reducía a sacar sus pasos a la calle.
En determinadas salidas penitenciales la tradición de la presencia militar es consustancial con ellas mismas. En Ceuta no concebimos el majestuoso ‘Encuentro’ sin el impresionante ceremonial de sus legionarios, como del mismo modo en Málaga nadie entendería la del Cristo de la Buena Muerte, cada Jueves Santo, sin La Legión.
He vivido en más de una ocasión lo que significa el Tercio en la Semana Santa malacitana. Algo inenarrable. Miles de personas se congregan en el puerto para recibir a las tropas, no digamos ya para asistir al posterior traslado a hombros y entronización de su Crucificado en esa plaza donde radica la congregación de Mena y a la que, tan acertadamente, se le dio el nombre de Legión Española.
Y si multitudinario es tal ceremonial, lo de la procesión de la tarde hasta entrada la madrugada roza ya el delirio colectivo. Que la gente se asiente en los peldaños de las escaleras que bajan hasta la calle Carretería, a las que el pueblo ingeniosamente bautizó como la Tribuna de los Pobres, doce y más horas antes del paso de la procesión de los legionarios entonando su Novio de la Muerte no puede ser más significativo.
Se puede decir que La Legión colapsa Málaga cada Jueves Santo. Es algo digno de vivirlo y también de ´padecerlo’. Los embotellamientos y las aglomeraciones -la bulla, que diría el diccionario cofrade andaluz-, son de auténtico órdago con esa salida penitencial del Cristo de Mena, cuyas réplicas están presentes en todos los acuartelamientos legionarios presidiendo sus actos. Esperemos que a nadie se lo ocurra ahora quitar todo esto de un plumazo, algo que ya estarán maquinando algunos radicales que todos sabemos. Vaya que sí.
La Semana de Pasión de Málaga y la de Ceuta tienen pues en común este punto álgido e inigualable en sus procesiones, que sólo La Legión, con su impronta y marcialidad, es capaz de protagonizar.
En 2009, nuestra hermandad del Nazareno y la Esperanza fue la primera en notar la reducción de esos efectivos militares, tras la desaparición de la IV Bandera del Tercio Duque de Alba. Que quede ahí la cosa.
Creo que cualquiera de los muchísimos ceutíes, tan amantes y orgullosos de nuestros legionarios, deben sentirse como en su propia tierra, como a mí me ha sucedido en ese Jueves Santo Malacitano siguiendo las evoluciones de la Congregación de Mena, tan sólidamente unida a La Legión desde 1928.
Y a la inversa, un malagueño, a su vez, ante el multitudinario Encuentro entre el Nazareno y La Esperanza. Basta con mirar las lágrimas de emoción, el ardor y el entusiasmo con que se viven ambos acontecimientos.
Por Ricardo Lacasa