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Pastillas contra el dolor ajeno

Desde hace tiempo veo en diferentes lugares de la ciudad unos carteles de una campaña publicitaria denominada “Pastillas contra el dolor ajeno”. Se trata de unos carteles en los que aparece, un poco difuminada, la imagen de algún futbolista famoso, actor, cocinero, presentador de televisión o director de cine portando en su mano una supuesta caja de pastillas contra el dolor ajeno. Quizás aparezca algún personaje más que ahora no recuerdo. Si se lee la letra pequeña del cartel, nos podemos enterar de que se trata de una campaña promovida por la ONG “Médicos Sin Fronteras” y que esa original caja de pastillas se puede adquirir en las farmacias al módico precio de un euro.
El cartel me parece de lo más original a impactante y creo que tiene todos los ingredientes para “enganchar” a quien lo lee e impulsarlo a ir a la farmacia más próxima a adquirir las “mágicas” pastillas. En mí consiguió que primero me metiera en internet (donde todo se encuentra, lo bueno y lo malo) a buscar información sobre la campaña y, posteriormente, me dirigiera a comprar las pastillas. Sin embargo, en esto último fracasé porque nos las pude encontrar en ningún de las farmacias en las que pregunté por ellas. No sé si aquí en Ceuta habrá alguna que las tenga, pero yo no las encontré.
En internet encontré abundante información y supe que se trataba de una campaña para tratar de captar fondos con los que desarrollar labores humanitarias en diferentes países desfavorecidos. Si ustedes entran en internet y teclean en un buscador “pastillas contra el dolor ajeno” encontrarán información como la siguiente, copiada literalmente:
“Indicaciones: Las pastillas contra el dolor ajeno son indicadas para el tratamiento sintomático de dolor ajeno de intensidad alta, leve o moderada. El principio activo de las pastillas contra el dolor ajeno es el amor. Este principio es parte de un gesto humanitario que actúa directamente en las zonas más necesitadas y su fin es ayudar a aquellos que lo necesitan.
¿Cuánto dolor ajeno sufre?. Si decides colaborar en esta causa es porque seguramente sufres de dolor ajeno, una dolencia que afecta, de forma endémica, al mundo desarrollado. Si sientes molestias, irritabilidad, sensibilidad… ante el sufrimiento de los enfermos, más desfavorecidos, puede que estés contagiado.
Dosificación. Ya seas anciano, adulto o niño, cuantas más pastillas consumas, más ayudarás a los enfermos olvidados. Comparte ese dolor ajeno con la gente que te rodea, ayúdanos a difundir el mensaje. Cuantas más personas estemos afectadas aquí, más enfermos recibirán tratamiento allí”.
¿Qué les parece?. Todo el texto está tomado literalmente de internet. Indudablemente, la campaña me parece muy original y muy novedosa la forma de intentar remover las conciencias para que colaboremos con un buen fin. No me extraña que tres meses después del lanzamiento de la campaña y gracias a la espectacular participación de la gente, se hayan vendido más de tres millones de cajas en las farmacias. Con estos primeros ingresos se ha podido tratar a pacientes de SIDA en Zimbabue o de la enfermedad de Chagas en Bolivia.
Dice también, literalmente, en la web de la campaña:
“En el primer mundo, si te duele algo hay pastillas para mitigar casi cualquier dolor. Pero… ¿qué pasa si lo que te duele es el dolor ajeno, el dolor de los que no tienen pastillas para curar su sufrimiento?. ¿No es genial que nosotros que tenemos pastillas de casi todo, podamos tomarnos una para calmar el dolor de los que no las tienen?”.
La campaña me parece fantástica, pero no es menos cierto que, sin necesidad de adquirir esas pastillas, todos podemos hacer algo por combatir el dolor ajeno, por ayudar a quien de uno u otra forma lo está pasando mal.
En primer lugar, todos podemos intentar no hacer sufrir a los demás. Respecto a esto, creo que hay una máxima que resume muy bien y de forma muy sencilla cómo debemos actuar para no hacer sufrir a los demás. Y me refiero a esa que dice: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.
Pero como el ser humano es tan contradictorio y las circunstancias en que vivimos son tan complejas, es casi imposible pasar por la vida sin que a lo largo de ella, de forma voluntaria o involuntaria, en alguna ocasión no hayamos hecho algún tipo de daño a alguien, lo hayamos hecho sufrir..
Podría poner ejemplos, con nombres y apellidos, de personas que han pasado a la historia por haber hecho grandes cosas por los demás. Pero también muchas de esas mismas personas en su índole privada, por su estilo de vida o por circunstancias que yo no puedo entrar a juzgar, han hecho daño y han hecho sufrir mucho a personas muy allegadas, bien de su familia o de su círculo más próximo.
Como he dicho, podría poner como ejemplo algunos casos concretos, pero no lo voy a hacer porque si ustedes no conocen ese lado más oscuro de personas que pueden tener en gran estima por todo lo bueno que hicieron, no quiero ser yo el que “destape” esa otra cara y haga que ustedes cambien su opinión sobre ellos. Además, seguro que ustedes mismos conocen muchos de esos casos.
Los humanos somos así de contradictorios, capaces de lo mejor y de lo peor y, por lo que a mí respecta, a estas alturas de la vida estoy tan curado de espanto de todo, que no me extraño ni me alarmo por lo que puedan decir de tal o cual persona.
Pero centrándome en lo que les estaba diciendo. Creo que hay mucho que podemos hacer respecto al dolor ajeno, al sufrimiento de los demás. Todos hemos pasado (y pasaremos) por situaciones en las que necesitamos hablar con alguien, contarle lo que nos sucede, desahogarnos con ella y no tener que tragarnos todo aquello que nos angustia y desespera.
Desde el punto de vista psicológico, es bien sabido que el simple hecho de compartir con otra persona nuestros problemas es terapéutico, aunque no nos pueda dar una solución. El simple hecho de que alguien nos escuche con atención en esos momentos de tribulación, ya nos ayuda. Mucho más, por supuesto, si esa persona es capaz de darnos unas palabras que nos orienten, que nos hagan ver cosas en las que no hemos caído antes y podamos enfocar el problema desde otra perspectiva, que nos dé un consejo acertado.
Pero ¡es tan difícil hoy día encontrar a alguien que nos escuche!. Parece increíble pero es así. Vivimos tan acelerados, tan preocupados y ocupados que no tenemos tiempo de escuchar a quien al menos necesita eso: que lo escuchen.
Aunque realmente no sé si estamos tan ocupados como decimos o si esa es la excusa perfecta para pasar de largo, para no complicarnos la vida, para que no nos molesten, porque ya bastante tenemos con nuestros problemas como para meternos a intentar resolver los problemas de los demás. Pero si nos aplicamos esa máxima de la que antes les hablé (“no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”) seguro que nuestra actitud sería diferente.
No olvidemos que la vida es como un carrusel que gira y gira sin parar y nadie sabe cómo van a ser nuestras circunstancias cuando pase un tiempo. Si ahora somos nosotros los que podríamos escuchar y ayudar a alguien en su tribulación, pasado un tiempo podemos ser nosotros los que necesitemos que alguien nos escuche.
Por eso, a través de este artículo quiero lanzar un grito y reivindicar esa actitud de “escuchantes pacientes” que todos podemos ejercer y que tanto beneficio pueden producir en los demás. Porque sin duda hay muchas personas que tienen un enorme potencial para escuchar, orientar, aconsejar… y no lo saben porque no lo ejercitan. Una auténtica pena porque se están desaprovechando unas valiosísimas cualidades para hacer el bien, para mitigar el sufrimiento y el dolor de los demás.
Hoy día todos, quien más y quien menos, estamos muy ocupados en cosas que nos parecen muy urgentes, inaplazables… Eso creemos…
Pero podemos comprobar, y es muy saludable hacerlo, que muchas de esas cosas se pueden “aparcar”, aplazar mientras escuchamos a alguien. Y veremos que no sucede nada irreparable. Lo que se ha dejado de hacer mientras escuchamos a alguien, se puede hacer más tarde y no sucede nada. Sinceramente, creo que merece la pena intentarlo.
Una cosa no es incompatible con la otra. Hagan las dos cosas: consuman pastillas contra el dolor ajeno (si tienen más éxito que yo y las encuentran) porque estarán colaborando con una buena obra y también hagan todo esto que les he dicho sobre escuchar a quien necesite ser escuchado. Lo primero es más fácil, sólo cuesta un euro. Lo segundo, como sucede con todo lo bueno, es más complicado, pero también más reconfortante.

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