Resulta que al final Carles Puigdemont no se atrevió a dar el paso. Siguió enfadando al bloque constitucionalista, pero cabreó y mucho a sus socios, hasta ahora, de las CUP, los anarquistas del siglo XXI que querían una República a toda costa. Por supuesto, volvemos a estar en la estacada y en una inseguridad jurídica en Cataluña por culpa de un descerebrado al que elevaron a presidente de la Generalitat porque así lo quiso su padrino Artur Mas, quien prefirió quitarse de en medio. Aplaza la declaración unilateral de independencia porque quiere negociar. Tiene a la sociedad catalana dividida, que está deseando que acabe esta pesadilla, pero sigue jugando a no se sabe qué. Sabe a la perfección que el Gobierno de Mariano Rajoy no va a negociar, porque la negociación de la que habla Puigdemont es sentarse a hablar sobre como se desconecta Cataluña de España para que no haya saltos de miedo en algún determinado momento. El diálogo se hubiera podido dar si Puigdemont regresara al orden constitucional y para seguir en España, pero no quiere el orden constitucional y se quiere marchar. Es simplemente alargar una muerte anunciada porque Cataluña no va a ser independiente bajo ningún concepto, porque eso sería abrir la puerta a la destrucción paulatina de España. Confiemos en que el Gobierno de Mariano Rajoy sepa a la perfección actuar en las próximas jornadas, porque la pelota se encuentra ahora mismo en su tejado.