Ni siquiera el turismo

En España ya casi no funciona ni el turismo, único sector que mantiene el motor de la economía en marcha: hay mal servicio, robos, pésima educación y subida de precios

A buen seguro que a numerosos lectores alemanes del Bild am Sonntag se les atragantó el café y el muesli del desayuno cuando en la edición dominical de la cabecera teutona se toparon con un demoledor reportaje titulado 'El verano más oscuro de Mallorca', confirmación por escrito de unas sospechas, ya de sobra barruntadas en sus mentes, de la cruda realidad que marca no sólo a la isla sino al resto de regiones de nuestro país.
Considerada por los vecinos alemanes como el decimoséptimo estado federal, Mallorca ha sido en los últimos lustros un territorio que, a fuerza de visitarlo, disfrutarlo, ocuparlo y hacerlo crecer a golpe de tarjetas de crédito, ha gozado del cariño, respeto y hermandad de millones de teutones, una especie de reencarnación del mito de las suecas en el Landismo, fenómeno que hizo que mejoraran las infrestructuras de la Comunidad Valenciana y que muchas carteras de honestos españolitos dejaran de sufrir y se refrescaran con dinero del norte.
De las suecas a los alemanes, de modo que un verano tras otro, cada primavera, algunos otoños e incluso en las suaves navidades de la isla, Mallorca ha sido 'invadida' de germanos, ancianos y jóvenes, que encontraban en la simpatía hispana, en el soletón balear, en el tintorro bien fresquito para empujar la paella, la tortilla española y la ensaimada de sobrasada y en confortables hoteles con vista al mar, la excusa perfecta para pasar dulces vacaciones, más o menos duraderas: tan es (ha sido) la fiebre germana por la isla que compañías de vuelo ofertan (cada vez menos) viajes desde Múnich, Berlín o Colonia para partir a las nueve de la noche y regresar a las nueve de la mañana del día siguiente, el tiempo preciso pues para viajar a Mallorca, gozar de la arena, mover el esqueleto y matar el estrés de la rutina. Las doce horas a veces se extienden todo el fin de semana, tan cómodo pues como viajar de Sevilla al Puerto de Santa María, pongamos por caso.
Para sentirse definitivamente en casa, empresarios mallorquines, impulsados por inteligentes ayudas del Gobierno de la Comunidad, hicieron todo lo posible (aún a costa de mancillar un tanto la tradición propia) para hacer sentir en casa a los visitantes del país teutón, abriendo tascas con decorado bávaro y cervezas alemanas, habilitando biergärten para los mayores y zonas de ocio para los pequeños, ofertando cultura en alemán en cines, librerías o exposiciones pictóricas o señalizando los viales en la lengua de Goethe, medidas todas orientadas a servir con la mejor hospitalidad a las gentes que elegían con asiduidad Mallorca para pasar las vacaciones, desechando por ende otras preciosas opciones que ahora ganan terreno en detrimento de España.
"Timadores, carteristas y prostitutas baratas dominan la Playa de Palma después del atardecer", refleja el texto de la emblemática cabecera, para añadirse acto seguido que "el paro en la isla supera el 30% y que, solo el año pasado, se produjeron allí 74.573 delitos". "Mallorca ya no es tan barata como muchos se imaginan", prosiguen los dos colegas que firman un reportaje que, a tenor de la enorme venta habitual del periódico, habrá sido leído por millones de alemanes, con la repercusión fatal que esto puede acarrear para los intereses españoles, "pues la leche, la mantequilla, el pan... todo ha ido subiendo de precio. Todo excepto el sexo, que es más barato que nunca", concluye el texto.
El reportaje del Bild am Sonntag, lejos de ser sensacionalista como a priori se puede pensar y como en otras ocasiones cae el rotativo, evidencia en este caso que en la isla y en el resto de España la degradación actual sacude a un ámbito turístico que no se escapa del estado generalizado de corruptela, mala educación y miseria económica que define el panorama español, un hecho especialmente grave máxime si tenemos en cuenta que estamos ante el principal sector que mantiene, aunque gripado, en funcionamiento el motor del país, la única pata que queda sujeta a la silla.
Porque hay que denunciar que la cacareada alegría del español ya no la es tanto y que cada vez le gana más terreno el rebuzne y la crispación a las buenas maneras y al excelente servicio de antaño; que la educación de camareros o recepcionistas raya lo patético incluso en hoteles cinco estrellas; que la limpieza en no pocos chiringuitos es escasa; que la red de transporte es insuficiente, precaria o cara (o las tres cosas a la vez) según la zona de España en que nos situemos; que los precios, en efecto, de productos básicos ha subido el doble; que la delincuencia hace mella especialmente a los indefensos y confiados turistas; que las playas y ciudades están sucias y huelen mal; que, en definitiva, el servicio turístico de la Costa del Sol, de la Costa Brava, de Sevilla o de Canarias ha empeorado una enormidad en los últimos años sin que las administraciones, la clase dirigente y la propia sociedad hayan sabido poner freno y enderezar el rumbo de la situación: ¿La solución? Ad calendas graecas.
Así, y más en medio de la gran depresión de nuestros días, no resulta exagerado afirmar que España se encuentra ante una encrucijada decisiva de la que, de no salir airosa, muchas familias más caerían al abismo del paro y la pobreza, engullidas por una fatal espiral de consecuencias irremediables. De modo que, con urgencia, todos los órganos competentes debieran unir fuerzas, poner sentido común y adoptar inteligentes decisiones en aras de salvar a un sector turístico que en clara decadencia va perdiendo terreno con las ciudades, playas y pueblitos de montaña de países emergentes como Croacia, Estonia o Polonia, naciones que recuerdan lo que fue y ya no es España.