Categorías: Opinión

Le dices que no le has visto

Hay personas en nuestra ciudad Ceuta que, por su marcada personalidad, van dejando grabada su esencia allá por donde se mueve el amanecer. Es en aquel lugar cercano y próximo a lo que entonces fue el Banco Hispano Americano y que bajando nos lleva a los años del colegio de San Agustín, con su padre Anastasio, el padre Avelino y el siempre recordado D. Enrique Hernández. Entre misas, catecismos y clases a todas horas, los niños que éramos entonces buscábamos un espacio entre canastas de baloncesto y porterías de balonmano, también utilizadas para iniciarnos en los menesteres del único deporte que se juega con los pies. El fútbol entonces no era prioritario en aquel ambiente y se fomentaba el mini-basket y el balonmano, donde Alvaro Velasco sentaba cátedra junto a Javier Arroyo. En aquella generación de 1953 a la cual pertenezco y que permanece en el recuerdo, unos eran grandes estudiantes y otros mejores deportistas, pero todos grandes personas e imbuidos de unos valores inalterables aún por el paso de los años… Ulecia, Buesa, Ignacio Azcoitia, Antonio Gutiérrez, Fede León, Clemente Cerdeira, Domínguez, Eguino Herrera, Agustín Buades, Carlos Torrado, Juan Vivas, Jose Miguel Lopera, López del Río, Márquez Marín, Márquez Barrones, García Arrazola, Alvarez de Cózar, García Nogués, Pedro Benítez, Fernando Blasco, Jaime Ibáñez, Iñaki Larrea, Fali Aguilar Furrasola, García Sencianes, García Salcines, Buzón, Alvarez Delgado, Luciano Alcalá, Francisco Rial, Javier Prats, Alejandro Dotto y… bueno, por la belleza de su persona y porque fue mi hermano durante años, Manolo Lobo Pérez Andrada-Wandervilde, al que llevo en mi corazón y que su recuerdo me deja al borde de ese estado de coma que se llama tristeza.
Se iba a celebrar en Huelva la primera fase de clasificación para los juegos infantiles estudiantiles, donde el colegio de San Agustín aportaba como campeones  de Ceuta un equipo de Balonmano y otro de Mini-Basket. Las opciones de superar a los equipos provinciales andaluces eran mínimas, ya que de ambas saldrían los campeones que posteriormente jugarían la fase nacional. Los entrenadores del colegio decidieron que la sección de mini-basket había que potenciarla, por apreciar que las posibilidades reales de ganar el campeonato, superaban al balonmano. Para ello, decidieron que Javier Arroyo, mejor portero, y Alvaro Velasco, al que se le auguraba un futuro brillante dentro del baloncesto, jugasen en el equipo de Basket, en detrimento del combinado de balonmano. Sin dilación, hicieron los cambios necesarios y se optó por cambiarme de mi puesto de ala para hacerlo de portero. El procedimiento fue el de poner las ocho de la mañana para efectuar los entrenamientos, que precedían a las cuatro horas de clase pertinentes y su continuación de dos horas por la tarde. Un día antes de iniciar el viaje de la ilusión, Ulecia me invitó a hacerme una “palomita”. Aunque los porteros de balonmano omiten este tipo de acciones y si la de utilizar mucho los pies, accedí con la mala suerte de caer mal en el empedrado, produciéndome un esguince en la muñeca que, sin lugar a dudas, me impediría disputar ni un solo minuto… con dolor y tras ser atendido, callé esta incidencia con el fin de viajar… poco tiempo después, se me diagnosticó una fisura que necesitó un mes de escayola.
Un jugador llamado Cabezas, de gran talento, amargó las ilusiones del conjunto de Mini-Basket colegial ceutí que cayó derrotado. Es vista de ello y como mi lesión era importante, se decidió que Javi Arroyo jugase la final contra Huelva, al que derrotamos por 4 goles a 2, con una actuación estelar de nuestro querido y añorado Javier que, aún hoy puedo ver… el equipo onubense atacó con denuedo y con el apoyo de su público. ¡qué partidazo te marcaste amigo!... quien estuvo allí, seguro que aún hoy, lo recordará.
En esa esquina, donde aún hoy se ubica un banco que cambió el nombre de aquel, me imprime tantos recuerdos que no deseo volver a bajarla. ¡Si!, la miro pero no la bajo. Hace un tiempo decidí que, por su excelencia, prefiero quedarme donde un vendedor de lotería llamado Rafael… bueno ¡no!, se llama Enrique. Recita cuartetos con el toque especial de un juego de labios, desde Mercé a Camarón. A él le dedico un tiempo de mi vida… noto su alegría cuando me acerco a su estancia y me dice: “Buenos días Paul Mcartney… si lo ves, que no lo verás, ¡le dices que no le has visto!.

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