Opinión

Historias, por Carmen Echarri

El cadáver de un joven subsahariano fue encontrado ayer en la zona de Anyera. De momento todo son especulaciones. La autopsia determinará cómo murió y por qué, después de que una patrulla lo encontrara en el sendero que conduce hacia el vallado. Cada uno puede imaginar su periplo: quién era, cómo llegó hasta aquí, pero, sobre todo, en qué momento se produjo su muerte. Pero solo imaginarlo, porque todos esos detalles forman parte de una historia que él se ha llevado a eso que llaman ‘el otro lado’.

A nosotros solo nos puede quedar cierto pesar, cierto sentimiento de tristeza por saber que una persona joven ha muerto después de cruzar una frontera que se ha llevado demasiadas vidas y por sospechar que ese fallecimiento haya sido en unas condiciones de extremo cansancio, después de saltar dos vallas, después de esperar demasiado tiempo para cruzar de un Marruecos en el que todo es persecución, batidas, blindaje... a una Ceuta en donde el miedo persiste durante los primeros momentos.

Historias como la que hoy contamos se suman a las producidas en los últimos meses, con los fallecimientos de hombres y mujeres ahogados en nuestras costas, enterrados con o sin identidad aclarada. Son dramas. Auténticos dramas de los que debemos ser conscientes porque somos testigos. A mí me causan vergüenza. La muerte es el capítulo final de nuestras vidas, es algo que asimilamos cuando vamos creciendo y empezamos a tomar sentido a esta estación de paso.

Pero cuesta entender que haya personas que tengan que perder sus vidas porque el mundo se organiza de esta forma, porque los países disponen leyes que amparan medidas que terminan matando mientras luego invierten y difunden programas y fundaciones que promulgan el pacifismo.

La hipocresía en su máxima expresión nos domina y nos gobierna, pero no tenemos por qué aceptarla. No sé cómo murió este joven, si lo hizo asustado, si lo hizo porque su corazón se paró después de correr demasiado, dominado por el miedo, escapando de devoluciones... sé que murió y sé que lo hizo en un espacio de fronteras, como tantos otros, en mitad de un pseudomundo montado de acuerdo a unos principios que no son tales, en torno a unas reglas que sirven para mantener el sistema en el que creen quienes luego piden a la sociedad que no criminalice al que inmigrante. Vaya.

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