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Hay que recordar

Efectivamente. En la excelente película “Viaje a ninguna parte”, el protagonista Carlos Galván, ‘cómico de la legua’, dice, en su vejez, mirando a la pantalla, “Hay que recordar”. Pues puestos a recordar, este año 2011 se han cumplido diez desde que en el 2001 inmigrantes ilegales se encerraron en Lepe, en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y en la de Almería, en la iglesia del Pi de Barcelona, entre otros lugares. Prebostes socialistas, comunistas, nacionalistas catalanes, miembros de ONGs y de los sindicatos corrieron, sin ningún pudor ni vergüenza, a hacerse la foto con los inmigrantes ilegales encerrados. El gobierno de Aznar se vio solo ante los acontecimientos, que supo manejar con tacto y con prudencia. Concretamente con los encerrados en la iglesia del Pi la negociación duró exactamente 47 días. El gobierno de Aznar fue crucificado por toda la izquierda política y sindical, y fue obligado a claudicar y dar papeles a todos los ilegales que se habían encerrado. Es más, organizaciones –recordémoslas una vez más para su descrédito– como APDH-A, CCOO, UGT, PSC, Plataforma Papeles para todos (Presidenta Norma Falconi), CGT, IU-CA, PSOE, IC-Els Verdes, ATIME llamaron a desobedecer la Ley de Extranjería y esconder a los ilegales, y dar papeles para todos.
En estos diez años transcurridos el ciudadano de a pie ya no es aquel otro ciudadano al que se ‘la daban con queso’ respecto de la inmigración. Visto lo visto ya nadie tiene fuerza moral para pedirle que sea tolerante. Ya no. Ya no cuelan historias de las bondades de la sociedad multicultural, ni que vienen a pagarnos las pensiones o a hacer esos trabajos que el español no quiere hacer. Vistas las reyertas sucedidas entre autóctonos e inmigrantes en Salt, Vic, Roquetas de Mar, Lérida, etcétera, el ciudadano español está hasta el gorro de inmigrantes. Le es difícil comprender el chantaje que los inmigrante someten una y otra vez a las leyes de los países a los que llegan. Piensa –tal y como decía Jean-François Revel– que ¿cómo puede ser que instalarse en un país dependa de la decisión unilateral del inmigrante, sin que las autoridades digan nada?
Pero hete aquí que a estas alturas de la película va el director del CETI, Carlos Bengoechea, y deja caer que “nos parece importante que el fenómeno migratorio se asuma con naturalidad”. ¿“Nos”? ¿Se refiere a la inmigración que tiene en el CETI? ¿Cómo es posible que este señor, a estas alturas, nos diga que debemos asumir con naturalidad la inmigración ilegal del CETI? ¿Cómo podemos aceptar que alguien viole las fronteras de un país y tengamos que aceptarlo “con naturalidad”? Aceptaremos con naturalidad a quien venga con su pasaporte, un visado y un contrato de trabajo. Pero no a los ilegales. ¡Claro, qué va a decir él si es el director de un centro que acoge a los ilegales y cobra por ello! Nadie puede aceptar que otros se instalen ilegalmente en su país, a menos que su silencio le produzca réditos políticos, económicos, o de cualquier otro tipo. Y si cuando él fuese a su casa se encontrara con que una familia de seis personas ha forzado la puerta y se ha instalado en su domicilio, ¿lo asumiría con naturalidad, sabiendo que para echarlos se va a tener que rascar el bolsillo y cuando el juez dicte sentencia habrá pasado más de un año?
“La inmigración es positiva porque puede hacer que nuestra sociedad demográficamente crezca a los ritmos necesarios”, dice Bengoechea, pero tal vez obvie que la legalización de los ilegales tropieza, generalmente, con la oposición del pueblo llano –que tiene que convivir con ellos– a recompensar a los que conculcan las leyes, lo que incentiva, sin duda, la inmigración ilegal. Si una sociedad necesita inmigrantes, lo lógico será que esa sociedad escoja y traiga a los que ella quiera, pero no a los que han entrado ilegalmente. A esos que han entrado ilegalmente, sean quienes sean, lo único que les espera es la expulsión, independientemente del tiempo que lleven en nuestro país. Antes o después, en modo alguno pueden ser premiados con la legalización. Además, como dice la canciller Angela Merkel, “la respuesta al desarrollo demográfico no puede ser el aumento de la inmigración”. Si aceptamos este estado de cosas respecto de la inmigración ilegal no nos escandalicemos cuando la xenofobia y el racismo se propaguen como la peste.
Enrique Mújica, anterior Defensor del Pueblo, dijo que en Francia “por no cumplir la ley, llegaron inmigrantes del norte de África y del África subsahariana, que crearon guetos comunitarios contra los valores de la República, en contra de los criterios de igualdad, entre los cuales, la mujer era una esclava”. Y aquí los hay quienes aún siguen diciendo las mismas tonterías sobre la inmigración que hace quince años. No escarmientan, no.

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