Fábula septense

Aprovechando la mayor frecuencia de los desplazamientos en barco que solemos hacer los ceutíes en época estival uno tiene la oportunidad de fijarse en el panorama que presenta la ciudad una vez que nos acercamos a su orilla. Los que somos de Ceuta estamos más que acostumbrados a la imagen de nuestra ciudad, por eso resulta interesante salirse de la cotidianidad y hacer el ejercicio mental de idear una pequeña fábula que cuente la impresión que obtiene un imaginario visitante, con ojos críticos, que llega por primera vez a Ceuta. Yo lo he intentado este fin de semana y éste es el resultado: “...Ceuta, desde el mar y a unas pocas millas de la costa, se aprecia como una masa abigarrada de edificios, sin orden ni concierto, del más puro estilo universal. No se observa a la distancia ni un minúsculo espacio libre en el núcleo urbano. La altura de los edificios marca un skyline caótico y debido a su desproporcionado tamaño, sobre todo en la zona más angosta, da la impresión que la ciudad está a punto de hundirse ante el peso de tanto hormigón. Mi vista, aturdida ante tan compacta imagen urbana, se detiene ante un atractivo monte, que en la guía turística llaman el “Hacho”, coronado por una fortaleza militar que ilustra a la perfección el carácter castrense de esta plaza. La belleza de este lugar ha sido afeada por la torpe mano del hombre, con construcciones en su ladera de viviendas de un estilo horrible que ignoran los postulados básicos de la integración paisajística. En la punta de este promontorio observo profundas heridas provocadas por la construcción de ciertas infraestructuras cuya función  desconozco. Visto el interés que me despiertan tales obras, un ceutí, con el que he entablado una amable conversación en el barco, me comenta que se trata de la Estación Depuradora de Aguas Residuales. También me cuenta que el pequeño montículo que se observa junto al mar, donde se ven algunas máquinas excavadoras trabajando, era un vertedero de basuras que ahora las autoridades de la ciudad quieren convertir en un parque. Pienso mi respuesta para no herir la sensibilidad de mi interlocutor y tras meditar unos segundos le digo que todo esto me parece muy bien, pero que sus autoridades deberían ser más cuidadosas con el maravilloso paisaje que la naturaleza ha querido regalar a esta encantadora ciudad. Lo que mi pensamiento oculta es un diagnóstico sobre los responsables políticos de Ceuta que iré confirmando a lo largo de visita.
Acostumbrado a la visión estereoscópica, desplazo mi visión hacia el este donde la ciudad se ensancha y toma altura. Aquí se reproduce el mismo batiburrillo de edificios sin personalidad ni interés arquitectónico que dan la sensación de haber sido construidos desde la improvisación y la falta de planeamiento urbano. A lo largo de la carretera que discurre junto al mar se vuelve a apreciar la fuerza de la naturaleza y el paisaje que caracteriza a esta ciudad norteafricana. Una vez más veo que la acción del hombre ha actuado como un elefante en una cacharrería, con acciones incomprensibles para cualquier persona sensible hacia la conservación de patrimonio natural. No encuentro una explicación lógica al destrozo provocado en algunos puntos de esta carretera motivado por la absurda obsesión de los ingenieros en imponer la uniformidad mecánica y la monotonía en todos los caminos que proyectan. De nuevo mi compañero de travesía sale en mi ayuda para explicarme que la justificación de esta actuación fue eliminar una serie de curvas que no eran del gusto de las autoridades gobernativas. Y adelantándose a mis continuos requerimientos de información me comenta que el enorme bocado que le han causado a la montaña, en cuya cercanía se localiza un poblado llamado Benzú, se debe a una cantera prácticamente agotada después de muchas décadas de continua explotación. Pienso para mí que menos mal que la mano del hombre “desarrollado”  no ha llegado hasta la hermosa bahía de Beliunex, cerrada por los pies de la figura petrificada de Atlas, el legendario personaje mitológico condenado a portar sobre sus hombros el peso del globo terráqueo.  
Cuando quiero darme cuenta, el ferry se encuentra atracando en el puerto ceutí. Al pisar  por primera vez tierra africana mi curiosidad  no decae. Todo lo contrario, una vez instalado en un taxi, pongo toda mi atención en todo lo que veo a mí alrededor.  
Lo primero que observo nada más salir de la estación marítima es unas enormes y humeantes chimeneas que según el cartel que figura en su fachada corresponde a la planta de producción eléctrica de ENDESA. No logro entender cómo se ha permitido instalar este tipo de infraestructura en pleno centro de la ciudad y junto a numerosas viviendas. Le interrogo por este asunto al taxista, el cual me comenta que los vecinos no dejan de quejarse por el ruido y el humo sin que las autoridades tomen una decisión al respecto.
El taxi, no sin dificultad debido al intenso tráfico, se adentra en el centro histórico, o más bien lo que queda de él. Me sorprende por su belleza y majestuosidad el Conjunto Monumental de las Murallas Reales, en especial el foso navegable que comunica las dos bahías de Ceuta. Otras fortificaciones rodean la parte central de la ciudad, lugar en la que se localiza la plaza de África, un curioso emplazamiento que alberga la representación del poder político, eclesiástico y militar. La rápida visión que me permite el recorrido en taxi me permite observar a un tipo que aprovecha el recoveco de una antigua puerta de la ciudad para evacuar sus “aguas menores” (esto no forma parte de la fabula, sino de la realidad de lo que pude ver el domingo a eso de las 20:30 en la puerta de Santa María de África).  Mi mirada huye de tal infamia y se detiene en algunos edificios dispersos que reclaman mi atención por su valor patrimonial.
El colapso circulatorio juega a mi favor a la hora de escudriñar algunos detalles de la estructura urbana. Todo parece indicar que los conformadores de la ciudad han ignorado completamente su atractiva morfología original, fenómeno que por la cronología de los edificios que veo a mí alrededor viene sucediendo desde tiempos relativamente recientes. Cuando me decido a pasar mis impresiones a mi cuaderno doy por causalidad con unas notas que obtuve de una obra del gran geógrafo E.Reclús que  encajan a la perfección con mi diagnóstico inicial sobre Ceuta: “..cada ciudad tiene su propia vida, sus rasgos característicos, su forma, ¡Con que veneración debería aproximarse a ella el constructor!. Es como una ofensa personal llevarse la individualidad de una ciudad y sepultarla bajo edificios convencionales y monumentos contradictorios fuera de toda relación con su carácter actual e historia”. Al levantar la vista del cuaderno estoy pasando junto a una iglesia, la de los Remedios según el plano que conseguí en la estación marítima, y a pocos metros atisbo un edificio de variopintos colores en su fachada que viene a confirmar mis impresiones sobre el poco interés que se toman en esta ciudad a la conservación de su imagen urbana.
El taxi se detiene en la misma puerta de la casa de un amigo de la época de estudiantes en Granada que me ha invitado a pasar unos días en Ceuta. Hago sonar el timbre y mi querido amigo me recibe con un fuerte abrazo y un libro en la mano. ¿Qué lees?. “La cultura de las ciudades” de Lewis Mumford. ¡Oh, amigo!, ¡Cuanta falta os hace este libro en esta hermosa ciudad!. ¿Qué te ha parecido Ceuta?. Bueno, ya te contaré, pero esto mejor lo comentamos con tranquilidad.