Llevo muchos años proponiendo y lo acabo de reiterar al nuevo gobierno, el tratamiento coordinado de nuestros tres grandes contenciosos diplomáticos por estar íntimamente conexionados…En Ceuta y en Melilla, las aristas, que lo son más por cabalgar entre lo interior y lo exterior, pueden surgir en cualquier momento”. El artículo se publicó el pasado 2 de julio en Chile y se distribuyó suficientemente en España. Pues bien, el “en cualquier momento” no era, como lamentablemente se ve, una simple frase.
Los acontecimientos se han precipitado en este breve período, con una aceleración histórica local sin precedentes, desde el agravamiento de la crisis migratoria, particularmente perceptible en Ceuta, con sus apéndices de las vallas y demás, hasta el cierre de la aduana comercial de Melilla (en Ceuta no hay) tras 60 años, desde este 1 de agosto, donde a la muy visible baza de Beni Enzar se suma el proyecto Nador West Med, más las restricciones bancarias en ambas ciudades para evitar el blanqueo derivado del comercio atípico, un fenómeno irregular ya fuera de tiempo y de lugar cuyo quebranto económico ha tenido que suplirse hace mucho desde la ortodoxia, nemine discrepante, con la transformación de los sectores comerciales en actividades de servicios.
¿Qué hace el gobierno? ¿Qué han hecho los anteriores? Son preguntas que no pasan de la categoría de tan obligadas como ociosas, es decir, procedimentales. Ya resulta claro que el abordaje de la cuestión no puede seguir radicando en respuestas coyunturales y que el fondo del asunto demanda la instancia regia.
Aunque el soberano alauita termine recibiendo a Sánchez (como acaba de hacer, entre otros, con Zapatero y Moratinos) ello no implicaría mucho más, al menos sobre el papel, a efectos de solución a corto-medio plazo. El expediente requiere, en el pronóstico fundado, completarse, perfeccionarse, con la diplomacia de las coronas.
He escrito, este 21 de julio, “España y Marruecos: el crepúsculo de la diplomacia regia” insistiendo tras otros tratadistas, en la falta de disponibilidad de Mohamed VI y sus consecuencias sobre las relaciones bilaterales, donde los tronos, asimismo Don Juan, prácticamente siempre, aunque mucho más con Hassan II, han estado presentes o sobrevolando e incluso he recordado que la crisis Perejil, la más seria de las últimas décadas, debió de resolverse con la mediación de nuestros reyes, sin necesidad de acudir a instancias ajenas.
Y si también he abogado en el citado artículo por la necesidad de intentar ir solventando cuestiones sensibles por la vía gubernamental, dado el bloqueo alauita, ahora, ante la en potencia desequilibrante situación, la salida parece unívoca, con la técnica de las relaciones internacionales reclamando indefectiblemente el encuentro de ambos monarcas.
A ello, súmese que en cualquier negociación, a cualquier nivel, va a estar omnipresente el Sáhara, y que en poco tiempo vamos a asistir al desenlace del Brexit. Así, el cuadro quedaría, más o menos porque esa es otra, completo. Y lo que importa sobremanera, se agiganta la exigencia de su debido, coordinado tratamiento.
La conclusión es evidente: los monarcas deciden y los del servicio exterior no sabemos
Exactamente que hacen o deben hacer.