El gran problema, a efectos de solución, de los contenciosos de la política exterior de España, es que no son autónomos, sino que constituyen una madeja inextricable; una auténtica madeja sin cuenda, que no se puede o resulta muy difícil desenredar, donde al tirar del hilo de uno de ellos no se deshace precisamente el ovillo, sino que automática, indefectiblemente, aparecen los otros dos, al estar íntimamente entrelazados, cohesionados. Hace mucho tiempo que vengo sosteniendo esa tesis, junto con otra, que España, a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o a pesar de eso mismo, a veces ha dado la impresión de tener más dificultades que otros países similares, para gestionar e incluso para definir y hasta para identificar el interés nacional.
Esa doble tesis, significa la diarquía diplomática básica, inexcusable, en el acaecer internacional del país, y si se la ignorara, vincularía el juego diplomático español hasta extremos de muy difícil, por no decir imposible, reconducción.
O en otros términos, y esta es la clave mayor, la resolución de los contenciosos radica en imprecisable pero en alta medida, en la realpolitik.
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Hace un año, en junio del 2016, los británicos aprobaron en apretado referendum el Brexit. En los primeros compases de la neotérica y en buena parte imprevista situación, que podrá calificarse como se quiera menos de jugada maestra, quedaba claro, a los efectos del contencioso gibraltareño, que al salir el Reino Unido de la Unión Europea, arrastraba también a Gibraltar a todos los efectos. Rápidamente el anterior titular de Santa Cruz proclamó que a España se le ofrecía una oportunidad única para cambiar el status de la Roca y relanzó la vieja propuesta de la cosoberanía, al parecer estudiada aunque no manifestada con Castiella; formulada por Morán; reformulada por Matutes, y puesta en la mesa de negociaciones por Aznar-Blair, que permitiría a los llanitos evitar el aislamiento y por ende, el derrumbe. Y luego, Madrid ha estado diligente esgrimiendo su cláusula de salvaguardia, aceptada unánimemente por los demás miembros, de que cualquier negociación entre el Reino Unido y la Unión Europea sobre Gibraltar, tras su salida, tendría que realizarse a través de España, que mantenía así su derecho de veto.
Yo por mi parte, entré en la dinámica teórica y apliqué la teoría del dominó, en versión libre ciertamente, a los contenciosos, en un artículo que ha tenido cierto eco, Alta diplomacia en el Estrecho. Al avecinarse un cambio en Gibraltar, Mohamed VI podría verse llevado a anticipar la histórica e irrenunciable reivindicación marroquí sobre Ceuta y Melilla, en función del sentido de la oportunidad en la geostrategia defendida por Hassan II, según la cual ninguna potencia permitiría que un mismo país detente las dos orillas del Estrecho, y el mover ficha, el avanzar sus piezas en el tablero de la hipersensible zona, se haría por tanto sin haber solventado previamente el asunto Sáhara, como figura de forma inamovible en los esquemas alauitas.
Sin embargo, un año después, al iniciarse las negociaciones en junio del 2017, el Brexit duro, el inicial, parece difuminarse un tanto en lontananza, al socaire de una serie de nuevas circunstancias, comenzando por la debilidad creciente del gobierno conservador tras el fracaso electoral de May, que pierde la mayoría absoluta, y ello en comicios convocados voluntariamente por ella misma, viendo debilitada su posición negociadora, más el declive de su moneda, el símbolo de su anticontinentalismo, y siguiendo correlativamente por el avance de la oposición laborista con Corbyn, más proclive al europeísmo, nucleando a las masas de población joven que votaron en forma mayoritaria contra el Brexit, como se ha destacado, y vertebrando un revisionismo que llega a no descartar hasta un nuevo referendum que anule el anterior.
Al mismo tiempo, los europeos, conscientes de lo que significaría el alejamiento británico, han comenzado a instrumentar mensajes conciliadores, incluyendo incluso la referencia a que la puerta para el regreso de Londres sigue abierta. En definitiva, abogando por establecer una relación especial, que faculte para proseguir en buena medida un camino común, que pivotará, matizándolo sobremanera, sobre el mercado único y la unión aduanera, donde Londres no tendrá que hacer demasiada gala de su estilo negociador de tenderos, en la acuñación del propio sir Harold Nicolson. Esta superadora propuesta de una relación especial, constructiva y mutuamente ventajosa, se ha visto reforzada, amén de por el manifiesto retraimiento norteamericano, el America first, enfatizado por los analistas, en base, como igualmente se ha remarcado, al juego clave de la seguridad, factor cardinal en la mancomunidad de intereses no ya europeos, sino a escala planetaria, quebrado dramáticamente con los sucesivos y recientes ataques terroristas.
En resumen, nadie sabe cómo van a terminar las negociaciones tras el plazo previsto de dos años, pero la mayoría pronostica con suficiente fundamento que no será con el Brexit, el Brexit duro, sino que más bien se va a un soft Brexit, cuyo primer jalón viene dado por la aceptación británica, aunque no todavía en grado bastante, ¨por debajo de las expectativas¨, del respeto a los derechos de los ciudadanos europeos en su territorio –¨es un buen punto de partida¨, ha dicho Angela Merkel- lo que les permitirá en contrapartida defender los de sus tres veces menos connacionales en Europa.
En estas o similares condiciones, y por lo que se refiere a los contenciosos diplomáticos, esto es, a Gibraltar, Inglaterra, el país donde, como tantas veces se ha recordado, antes aparecieron las instituciones representativas, podrá seguir siendo campeón de los llanitos, y garante de sus deseos e intereses repetidamente expresados con cifras paladinamente elocuentes frente a la justa causa españolista. Además, la amenaza terrorista, la seguridad común, permitirá al gobierno británico dar cumplida satisfacción al ministerio de Defensa, patrocinador del alto valor militar de la Roca, del que se dice, que su oposición influyó sobremanera en el naufragio de las conversaciones del 2002, cuando el acuerdo estaba hecho ¨para el verano¨.
Y siempre en nuestro tema de los contenciosos, si no hubiera incidencia sustancial sobre Gibraltar, ya no procedería en el horizonte contemplable el efecto dominó, en cadena, sobre los otros dos contenciosos. Sólo, pues, añadir porque resulta inocultable, la preocupación por las revueltas del Rif, en las que resuenan los ecos de ¨las revueltas del pan¨ en los 80, y luego de la Primavera Arabe, un fenómeno necesario pero inmaduro, en el que habrá que confiar en aquello de que ¨el tiempo de la paz es más lento que el de la guerra¨, que diría Rojas Paz.
Dique fundamental contra la emigración irregular y ante el terrorismo, Marruecos, precisamente por esas positivas características supranacionales, necesita mantener la debida estabilidad como se requiere solventar adecuadamente el asunto Sáhara, no ya en base a esa retahila de ¨solución política, que sea justa, duradera y mutuamente aceptable, en el marco de los principios y propósitos de las Naciones Unidas ¨, que se recita para describir lo que no necesita descripción, por evidente. Y que , para colmo, pudiera resultar insuficiente, porque la solución, dado lo enconado del conflicto, quizá tuviera que pasar por todo ello, por supuesto, pero asimismo incluir, en el grado que proceda, la realpolitik. Y ahí, la tradicional capacidad de inventiva árabe, debería de aportar las cuotas que correspondan.
Desde la auctoritas que me da el haber sido el primer y único diplomático allí desplazado ocasionalmente, en enero hará 40 años del inicio de mi gestión, ocupándome de los 335 compatriotas que quedaron en el territorio, a los que censé, siendo felicitado y condecorado también por tan relevante misión, quizá una de las mayores de protección de españoles del siglo XX, y de haber seguido tratando a lo largo de cuatro décadas tan desgraciado diferendo, en numerosa páginas y diversas conferencias en distintas latitudes, hasta estar considerado como posiblemente el mayor experto diplomático en nuestros contenciosos, es decir, siendo uno de los pocos con singulares conocimientos, teóricos y prácticos, de la controversia y de las partes, y tengo amigos, quizá resultara oportuno ponerse a disposición del S.G. Antonio Guterres, a fin de ser nombrado asesor a su representante personal para el Sáhara Occidental, Horst Köhler, en la convicción de que mi potencial contribución podría ser de especial utilidad para el buen fin de la misión de Naciones Unidas.