Artículos escritos por Tula Fernández en El Faro de Ceuta https://elfarodeceuta.es/autor/tula-fernandez/ Diario digital Mon, 28 Oct 2024 08:15:44 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.7 https://elfarodeceuta.es/wp-content/uploads/2018/09/cropped-El-faro-de-Ceuta-32x32.jpg Artículos escritos por Tula Fernández en El Faro de Ceuta https://elfarodeceuta.es/autor/tula-fernandez/ 32 32 Lucrecia, Íñigo Errejón y todos los demás https://elfarodeceuta.es/lucrecia-inigo-errejon-todos-demas/ Mon, 28 Oct 2024 03:08:27 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=1116730 Nuccio Ordine dijo: "Los clásicos enseñan a entender el gran valor de la vida". Quedarnos ahí; detenernos, sentenciar sin demostrar sería un ejercicio inútil y, desde luego, impropio de los clásicos, empecinados todavía hoy en reivindicar que sin humanismo no hay humanidad. Y así es. Los que nos dedicamos a sostener, desde diferentes ámbitos, posiciones […]

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Nuccio Ordine dijo: "Los clásicos enseñan a entender el gran valor de la vida". Quedarnos ahí; detenernos, sentenciar sin demostrar sería un ejercicio inútil y, desde luego, impropio de los clásicos, empecinados todavía hoy en reivindicar que sin humanismo no hay humanidad. Y así es. Los que nos dedicamos a sostener, desde diferentes ámbitos, posiciones o motivos, ese valioso patrimonio intangible estamos más que acostumbrados a defendernos ante la acusación de no servir para nada. Nuestra repuesta es clara, un argumento irrefutable que nadie, a lo largo de la historia, ha podido contraargumentar: los clásicos no sirven para nada, pero sirven para todo. Emilio del Río, un gran divulgador del latín, afirma que «los clásicos nos ayudan a comprender el presente». En días como los de hoy, en los que la política parece conmocionada por los reprobables comportamientos de Íñigo Errejón, también podemos echar mano de los clásicos.

Ayer, el auditorio de nuestra ciudad albergó la obra «La violación de Lucrecia» con una maravillosa Lorena Ávila cuya solvencia en el difícil monólogo sobre el que se sustentaba todo el drama nos dejó a todos sin aliento. Tradicionalmente, el fin de la monarquía en Roma que dio paso a la época republicana, se relaciona con un episodio violento protagonizado por Sexto, el hijo del rey Tarquinio: la violación de Lucrecia, una patricia romana casada con un noble cercano a la familia real.  El suicidio de la joven tras el ultraje suscitó tal indignación que los romanos decidieron expulsar al rey.

Durante años, este episodio se ha conocido como el suicidio de Lucrecia, dejando la violación en un segundo plano. La literatura ha pasado siempre de puntillas sobre la violencia contra las mujeres. Siendo así, hemos leído sobre el rapto de las sabinas, la afrenta de Corpes, o los abusos del comendador en Fuenteovejuna. Solo de un tiempo a esta parte, nos hemos atrevido a llamar por su terrible nombre los actos abusivos que la literatura, manejada por el androcentrismo propio de las épocas, nos ha transmitido.

Lucrecia se suicida para librarse del suplicio, de la mancha. Prefiere la muerte a esa vida. Elige la negra oscuridad del final al silencio. Los clásicos, que no sirven para nada aunque sirven para todo, nos pusieron ayer en el auditorio ante una rotunda realidad que nos hizo removernos en nuestros asientos unas veces y apretar los puños, otras.  A lo largo de la historia las mujeres han sido violentadas, no solo por un perfil de hombre dominador que no entiende su papel en el mundo, sino por una sociedad que los cubre con el cerril e hiriente velo del silencio. El violador amenazó a Lucrecia con matar a un esclavo, desnudarlo y meterlo en su lecho para que todos en la casa la creyeran adúltera; una desvergonzada, una libertina, una fresca, una puta. Todavía hoy las mujeres nos vemos obligadas a justificar nuestras costumbres, hábitos y aspecto a la hora de denunciar una agresión. El agotador rosario de disculpas, como el silencio, pesa sobre las víctimas tanto como el desgarro moral y físico.

El caso Errejón ha destapado, de nuevo, a un tipo de hombre que, no siendo violento en su trato con otros hombres, hacen víctimas de su ego, presumiblemente acomplejado, a las mujeres. Sin embargo, también ahonda en otro pecado capital de los pueblos y sus sociedades contra las mujeres: el encubrimiento, el enmascaramiento, el disimulo.  Tarquino actúa contra Lucrecia porque sabe que puede hacerlo, porque es conocedor de que nadie lo delatará ante el rey sin poner en riesgo la vida. ¡Es tan cómodo el silencio y tan molesto el ruido que acarrea la verdad! Las actitudes de este político, como anteriormente de muchos otros hombres, y el silencio que los ha cubierto nos desnuda a todos como ciudadanos, como personas.

Habrá quienes, con una mirada corta y torpe, señalen a Errejón por pertenecer a un espectro político determinado. El error es rotundo y, de nuevo, nos daña a todas las mujeres. La violencia contra nosotras, en cualquiera de sus manifestaciones, no distingue colores políticos ni categorías sociales, tampoco tiene edad. Los abusos contra la mujer son la manifestación de una violencia socialmente generalizada y que, de manera inaceptable, sigue ganado terreno.

La sociedad necesita el escándalo para señalar y sancionar el mal. No debería ser así. Escandaloso debería ser el sufrimiento de una mujer contra un tipo de hombre confuso, inferior y violento, con independencia de su estatus social, clase o condición política. Todos los hombres de verdad deben acompañar, y lo hacen, a las mujeres en su lucha por la igualdad, que también implica acabar con la agresión sin la menor duda, justificación o reticencia.

Ayer Lucrecia, esa mujer casi diluida con el devenir de los siglos, se posó en cada uno de nosotros para recordarnos que su sufrimiento sigue siendo hoy el de muchas. Nos gritó, nos zarandeó, nos incomodó para implorarnos que rompamos el silencio. Paralelamente, en el epicentro del país, los poderes políticos se estremecían: unos por haber callado y otros por la golosa ocasión de reprobar. Las mujeres, mientras, seguimos desgarrándonos por dentro, unidas por un fino hilo que nos une a todas, a lo largo de los siglos, frente a la violencia.

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Diosas, mujeres y feminismo https://elfarodeceuta.es/diosas-mujeres-feminismo/ Fri, 08 Mar 2024 03:15:13 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=1017654 Los mitos griegos ofrecen una rica fuente de símbolos que permite explorar la complejidad de la mente humana. A lo largo de milenios, estos relatos han plasmado arquetipos universales que nos ayudan a reflexionar sobre nuestra identidad y la forma en que optamos por vivir. Constituyen, por tanto, una valiosa herramienta para comprender una de […]

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Los mitos griegos ofrecen una rica fuente de símbolos que permite explorar la complejidad de la mente humana. A lo largo de milenios, estos relatos han plasmado arquetipos universales que nos ayudan a reflexionar sobre nuestra identidad y la forma en que optamos por vivir. Constituyen, por tanto, una valiosa herramienta para comprender una de las corrientes de pensamiento fundamentales en la actualidad: el feminismo.
Uno de los mitos que mejor representa la visión tradicional de la mujer es el rapto de Perséfone. De manera muy breve, aunque animamos a los lectores a profundizar en este hermoso y simbólico relato ancestral, este mito explica las estaciones del año. Perséfone, hija de Deméter, fue secuestrada por el dios Hades, dios del inframundo y hermano de Zeus. Desdichada y agotada por su búsqueda infructuosa de su hija, Deméter entra en un duelo solitario. La vieja y sabia Hécate se compadeció de ella y acudió en su ayuda. Es ella la que le dice dónde está su hija, pues escuchó sus gritos durante el secuestro. Mientras, los hombres habían acudido a Zeus para quejarse de la esterilidad de la tierra. Entonces, el padre de todos los dioses sentencia que Perséfone pasaría seis meses con su madre, tiempo durante el cual la tierra es fértil, y seis con su esposo y raptor, tiempo en el que la tierra no produce.

Según Pavel Gómez del Castillo la visión tradicional de la mujer está representada en este mito. De un lado tenemos a Perséfone, mujer vulnerable, sumisa y necesitada de cuidados. Por otro lado, Deméter, la madre protectora y, finalmente, Hécate, que podría simbolizar a la mujer experimentada y sabia. Encontramos, por tanto, tres arquetipos femeninos. Muchos de nosotros reconoceremos a Hécate en nuestras abuelas; esas mujeres sabias y con remedios para casi todo. Las mujeres de nuestra generación luchamos, y mucho, para romper con las etiquetas de «mujeres Perséfone» y no todas hemos seguido el arquetipo de Deméter, puesto que la maternidad ya no es nuestro único centro existencial.
El feminismo, en su acepción más pura, es una corriente social que defiende el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Los primeros pasos en la lucha feminista fueron aceptados y reconocidos por toda la sociedad como un valor indiscutible, incluso como un patrimonio intangible que nos envolvió a todos (siempre quedan especímenes humanos poco desarrollados, pero de eso no podemos responsabilizarnos como sociedad). Sin embargo, últimamente la lucha feminista parece sufrir una involución. Este hecho es observado, reflexionado y lamentado por un sector de la población y los docentes no somos ajenos a él. Dejando a un lado la crítica fácil a corrientes ideológicas que lo han invadido todo, intentando pudrir la fresca esencia del feminismo, creo que conviene hacer una reflexión más pausada. Somos más libres y tenemos más derechos, sin embargo notamos a nuestro alrededor una corriente negativa que pretende desviarnos de nuestros objetivos. Los datos de la violencia contra las mujeres siguen siendo inasumibles, el empleo sigue siendo menor para las mujeres, los cuidados y las responsabilidades del hogar no son plenamente compartidos. Además, una nueva mujer ha aparecido ante los amedrentados ojos de un sector de la sociedad.

Los modelos femeninos son hoy más libres y, por ende, más complejos. Estamos viviendo una época en la que la mujer se siente dueña de su cuerpo, con un control absoluto sobre todo lo que ocurre en él. Se siente hermosa porque es libre, libre porque es valiosa. Sobre todo lo concerniente a nuestro cuerpo, nos sentimos soberanas. Esa mujer está también representada en las diosas griegas, en este caso, por Afrodita, diosa del placer sexual y el amor, empoderada a través de su propio cuerpo. Para algunos hombres y mujeres (porque también hay, curiosamente, mujeres machistas) este tipo de mujer zarandea los cimientos del esquema social establecido y está siendo más difícil de digerir por un sector de la sociedad. Además, a todo ello se une el hecho de que el feminismo se ha politizado más que socializado. Los diferentes partidos, y esto está sucediendo en todo el mundo, polarizan cualquier aspecto para llevarlo a su ideología. El feminismo, una corriente mundial imparable, no ha podido quedarse al margen. Unos y otros lo han convertido en seña de identidad política, para ondearlo como bandera, frenarlo o mantenerlo bajo cierto control. Feminismo sí, pero con límites. Dichosa polarización que amenaza con embarrarlo todo.

"El feminismo, en su acepción más pura, es una corriente social que defiende el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre"

Hace unos días leía que un índice muy elevado de estudiantes universitarios no se sienten cómodos con el término «feminismo» y prefieren hablar de «igualdad». Yo misma he experimentado, con tremenda tristeza, el temor al uso de una palabra que hace unas décadas nos definió con orgullo a toda una generación de mujeres. El feminismo nos cubrió con su manto para hacernos mejores como sociedad, como una bandera de todos, para todos (seguimos dejando al margen a algunos especímenes).
El mundo femenino avanza, se enriquece, se ensancha, se agranda, crece al igual que las libertades que vamos logrando. Hay que reflexionar sobre esto último. Las libertades las ganamos, nunca se regalan. También las perdemos, y este proceso es más sigiloso, callado y torticero; por ello, debemos estar atentos. Esa expansión del mundo femenino incluye a nuevas mujeres que se han unido porque se sienten así y esto ha provocado una nueva división entre las feministas. No es más que un «divide et vinces» sobre el que frenar la unión de un movimiento que debería ser de todos. No nos perdamos en disputas ideológicas, nuestro movimiento merece la unión.

Es indiscutible para el mundo que nos encontramos ante un movimiento crucial. Vivimos una nueva revolución y se llama feminista. Las mujeres exigimos la igualdad para todas y estamos dispuestas a conquistarla. Los síntomas de resistencia deben ser superados. Hay que seguir insistiendo en que no es verdad que ya esté todo logrado. El movimiento feminista no se centra en nuestro mundo avanzado, de mujeres nacidas en democracia, de clases medias o altas. Va más allá, es un deber intrínseco a la lucha, hasta que llegue a todas las mujeres del planeta. Si no, ¿de qué habrá servido la lucha política de Emmeline Pankhurst, la astucia de Ana de Castro Osorio, la valentía de Concepción Arenal, el esfuerzo de Clara Campoamor, la pintura de Frida Khalo, la filosofía de Simone de Beauvoir, la literatura de Virginia Woolf, la perseverancia de Marie Curie, las heridas de Malala Yousafzai o la muerte de Mahsa Amini? ¿Acaso ellas no pensaron en las generaciones futuras? ¿Se conformaron, tal vez, con la comodidad de su situación personal?
La lucha de las mujeres es de todos para todas. En el mundo han aparecido, también en España, los primeros síntomas de una resistencia y una contraofensiva vinculadas a posiciones de la extrema derecha. Hemos de seguir trabajando, convenciendo, insistiendo, argumentando. No es una reivindicación libre de dificultad. Ninguna lucha justa ha sido fácil para el ser humano. Algunos siguen reticentes, matizando las palabras, sesgando términos, discutiendo opiniones, evaluando derivas. No pasa nada. Os esperamos. Aquí, donde cabemos todos. No estaremos indefensas, pues seguiremos manejando la sabiduría de Hécate, la inteligencia de Atenea, la valentía de Artemisa y la independencia de Afrodita.

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Un beso y un adiós https://elfarodeceuta.es/beso-adios/ https://elfarodeceuta.es/beso-adios/#comments Fri, 25 Aug 2023 02:27:21 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=937569 No hay manifestación de cariño más sensible que el beso. Por otra parte, esta práctica humana ha sido utilizada a lo largo de la historia como muestra indiscutible de nuestra sensualidad y deseo sexual. Si lo pensamos bien, el beso es una forma de comunicación tan versátil y compleja que puede transmitir todo un mundo […]

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No hay manifestación de cariño más sensible que el beso. Por otra parte, esta práctica humana ha sido utilizada a lo largo de la historia como muestra indiscutible de nuestra sensualidad y deseo sexual. Si lo pensamos bien, el beso es una forma de comunicación tan versátil y compleja que puede transmitir todo un mundo de ánimos y emociones.

En la Antigua Roma, sabios como eran, existían tres tipos de besos. Por una parte estaba el «osculum», beso formal y respetuoso que se corresponde con nuestro beso en la mejilla. El «basium», de donde viene nuestra palabra beso, se daba en la boca y era una muestra de cariño y afecto, y por último existía el «savium», el beso más intenso, erótico y que más tiempo exigía a las bocas de sus protagonistas por la profundidad de su ejecución. Hay quien lo relaciona con nuestra «saliva».

No hay manifestación de cariño más sensible que el beso. Por otra parte, esta práctica humana ha sido utilizada a lo largo de la historia como muestra indiscutible de nuestra sensualidad y deseo sexual. Si lo pensamos bien, el beso es una forma de comunicación tan versátil y compleja que puede transmitir todo un mundo de ánimos y emociones.

En la Antigua Roma, sabios como eran, existían tres tipos de besos. Por una parte estaba el «osculum», beso formal y respetuoso que se corresponde con nuestro beso en la mejilla. El «basium», de donde viene nuestra palabra beso, se daba en la boca y era una muestra de cariño y afecto, y por último existía el «savium», el beso más intenso, erótico y que más tiempo exigía a las bocas de sus protagonistas por la profundidad de su ejecución. Hay quien lo relaciona con nuestra «saliva».

Nosotros hemos perdido esa tipología y nos hemos quedado con un único término, sin embargo hombres y mujeres, en raras ocasiones, confundimos los espacios en los que desarrollamos esta maravillosa forma de lenguaje. A veces puede suceder; de hecho sucede y, cuando esto ocurre, no nos queda más que reconocer que nuestro gesto se ha aliado equivocadamente con un deseo no compartido por la otra parte, la boca besada.

Hace unos días, España logró un hito histórico que fue más allá de lo deportivo. Las jugadoras de la selección de fútbol femenina se convirtieron en campeonAs del mundo (el desesperado argumento utilizado por el machismo de que el masculino incluye el femenino no vale casi nunca, pero menos para un colectivo que incorpora a más de una veintena de mujeres y un seleccionador varón al que la A parece que se le queda adherida a la garganta resultándole imposible de pronunciar). La proeza lograda por la selección de fútbol femenina logró sacudir las fibras de todos; pero, de manera muy especial, de las mujeres. El gol de Carmona nos levantó a todas de nuestros sillones a la vez que nos erizaba el vello y las melenas; largas, cortas, rapadas, rubias, castañas, negras, rizadas, tintadas, blancas, infantiles, veladas, postizas o desgreñadas. Poniendo por delante un hito deportivo sin precedentes en el ámbito femenino, el triunfo de la selección se convirtió en un logro feminista. Quien más o quien menos se recordó a sí misma calificada de «marimacho» cuando jugaba al fútbol, recordaba a esas niñas pioneras en los partidos infantiles de nuestros hijos, rememoraba las dificultades de las mujeres que no habían logrado cumplir sus sueños en el deporte y empatizaba con las jugadoras de la selección que fueron apartadas por reclamar mejoras en sus condiciones y denunciar las actitudes negativas de algunos personajes, evidentes hoy a los ojos de todos. Los medios recordaron incluso a Nita Carmona, más conocida como la Veleta, que tuvo que travestirse para jugar en el Sporting Club de Málaga a mitad de los años 20 y que, una vez descubierto su género, fue represaliada por ello. La victoria de España fue un triunfo hermoso, sin más.

Sin embargo, como ha ocurrido a lo largo de toda nuestra larga y masculina historia, las mujeres no hemos tenido fácil ninguno de nuestros logros. En esta ocasión, la traba a lo logrado, el freno a la alegría, la obstrucción a la épica victoria, el agravio, el estorbo tuvo nombre, apellido y poder: Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol.

Rubiales representa un tipo de hombre no deseado ya por la mayor parte de la sociedad, es la punta del iceberg de un colectivo masculino machista que no alcanza a comprender que los parámetros con los que se han gobernado en la vida han cambiado sin que ellos se hayan enterado.  Rubiales es un símbolo del machismo, no sólo en el ámbito del deporte, sino en nuestra sociedad y, pensándolo bien, todos hemos tenido suerte de que los acontecimientos se hayan desarrollado así. Los que se lamentan de que su «pico» y la polémica suscitada haya empañado el triunfo de las españolas no deben sentirse apenados. Las mujeres sabemos cuánto nos cuesta dar un pequeño paso, estamos acostumbradas a trabajar el doble, a disfrutar la mitad, a rasgarnos con los techos de cristal y a pagar nuestro precio y reponernos. Nuestras jugadoras de fútbol saldrán fortalecidas de este atropello bochornoso y no nos importará celebrar otra vez un triunfo para la historia y la derrota del machismo.

El empecinamiento de Rubiales en no dimitir no sólo responde a la negativa a perder una serie de privilegios, tachados de corruptos por muchos, sino que le supone el reconocimiento público de una forma de actuar vergonzante y desfasada, el deterioro visible de una manera de vivir la masculinidad que ha proporcionado a los hombres poder sobre las mujeres, sus cuerpos y sus triunfos. Es esperanzador que esta masculinidad haya logrado asquearnos a casi todos, hombres y mujeres por igual (decimos casi porque todavía quedan Rubiales en nuestro país para organizar otro mundial).

El presidente de la Federación de Fútbol se sintió con derecho a besar a una subordinada porque estaba eufórico. Las mujeres también sabemos mucho de ese derecho. Ya en Roma existía el «ius osculi» o derecho al beso, que ejercían los hombres para comprobar que las mujeres no habían bebido vino. No vamos a asustarnos ahora por un «pico sin maldad», pero sí por lo que significa (el de los antiguos romanos seguro que también era por nuestro bien…).

Luis está muy cerca de alzarse con la copa de campeón del mundo. Su destreza en el levantamiento de mujer al hombro, en el «pico eufórico» y en tocamiento de genitales en palco lo colocan muy arriba en la clasificación.

El nombre de las glándulas masculinas deriva de «testis» testigo y el sufijo diminutivo-culus. Para los romanos los testículos eran «pequeños testigos de virilidad», esa misma virilidad de la que necesitó hacer gala Luis Rubiales en el palco junto a la reina para celebrar un gol. Qué lleva a un hombre a celebrar así un triunfo colectivo resulta un enigma. Lo que ha quedado claro, gracias a los testículos de Luis, es que la sociedad ha sido testigo de que un comportamiento así no puede representarnos en ningún ámbito social. Confiemos en que Rubiales logre entender eso al menos, se agarre a sus gónadas masculinas para insuflarse valor y abandone el cargo.

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Cuéntame un cuento https://elfarodeceuta.es/cuentame-cuento/ Mon, 15 May 2023 02:20:29 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=892695 La palabra discurso comparte raíz con currere, correr. Algunas fuentes afirman que fue esa acepción de carrera de un lado a otro la que originó que posteriormente se aplicara a la palabra y de ahí a la conversación. Sea como fuere, en tiempos de incertidumbre política, y las campañas electorales lo son, el término discurso […]

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La palabra discurso comparte raíz con currere, correr. Algunas fuentes afirman que fue esa acepción de carrera de un lado a otro la que originó que posteriormente se aplicara a la palabra y de ahí a la conversación. Sea como fuere, en tiempos de incertidumbre política, y las campañas electorales lo son, el término discurso se acerca más que nunca a su sentido más primitivo. Mientras dure la campaña, nuestros políticos correrán de un lado para otro transmitiendo el mensaje que más se adecúe a sus intereses que, nadie lo pone en duda, serán los de todos.

Los candidatos y candidatas que se precien ya tendrán diseñados sus mensajes, aquello que los define y distingue respecto de los demás contrincantes políticos. Hasta hace poco los partidos se nos presentaban como equipos compactos de trabajo que ofrecían un plan de acción: objetivos, medidas, propuestas; un programa electoral en el que no faltaban, esto es un clásico hasta nuestros días, una decena de promesas de nula ejecución posterior. Sin embargo, la política de hoy parece que funciona más a golpe de emoción que de razón. Esto ha hecho que los responsables de las campañas electorales se hayan convertido en constructores de relatos que comprometan a los votantes con su producto, el candidato o candidata propuesta.

El relato nos ha acompañado a los seres humanos desde nuestros orígenes. Los hombres y mujeres hemos construido cuentos e historias con el objetivo de comprender mejor el mundo que nos rodea. Los cuentos y relatos forman parte de nuestra cultura y memoria colectiva. Tal vez por ello nos resulta tan fácil impregnarnos de historias más que de razonamientos, aplicar la emoción más que el pensamiento crítico, el relato antes que el dato.

Vivimos invadidos por las imágenes. En unos minutos frente a una pantalla podemos llegar a consumir cientos de imágenes que acompañan a una marca o idea. Sin embargo, en la política la fuerza de la palabra sigue siendo invencible. La palabra lo puede todo. Puede que un cartel sea brillante o un spot innovador e ingenioso, pero donde los políticos se la juegan es con la fuerza de sus palabras. Cicerón afirmaba que el político, además de una integridad sobresaliente, debe poseer inteligencia, perspicacia y elocuencia. Es importante que el político posea conocimiento de lo que habla, pero además debe saber decirlo y para ello debe poseer agudeza y erudición. Hay que saber elegir las palabras y además colocarlas correctamente. Quienes no reparan en ello, se equivocan. A todos nos gustan que nos cuenten cosas, pero que nos las cuenten bien. Tres sencillas palabras Yes, we can permitieron que por primera vez un afroamericano llegara a la presidencia de los EEUU. Tres palabras que lograron la fuerza de una homilía. Y qué decir del mítico I have a dream, que tumbó los esquemas supremacistas de la sociedad imperante hasta la década de los sesenta.
Dejando al margen la calidad y fuerza de la oratoria de nuestros políticos, la construcción de su relato es decisiva para emocionarnos y, a partir de ahí, convencernos. Existe el relato del miedo, mediante el cual el votante terminará convencido de que, aunque no le guste la opción que va a votar, no le queda más remedio si no queremos irnos todos a pique. También está el relato del pesimismo: los errores del enemigo político son los que nos han llevado a esta desgracia en la que ahora nos encontramos. Existe el relato humano con el que los políticos se nos muestran como personas absolutamente empáticas con la sociedad que aspiran a gobernar. Pretenden humanizarse aún más. Todos recordamos a la niña perfecta de Rajoy que vivía en un país ideal o a Juana, esa enigmática mujer de Sánchez que cambió de nombre misteriosamente varias veces durante la campaña de las pasadas elecciones generales.

Para los griegos las victorias en las batallas eran muy importantes, pero lo era aún más la historia que rodeaba después a lo realmente acontecido, el relato de la victoria que, pelillos a la mar, cambiaba según el público o el momento. Lo importante no era ganar, era usar ese relato para construir una identidad colectiva. En política sucede algo parecido, aunque a la inversa: lo importante no es la identidad en torno a unas ideas, sino el relato, el cuento que pueda tocar las vísceras del votante hasta convencerlo y atraerlo.

En los cuentos hay un conflicto que resolver, un malvado o malvada y una figura heroica que logra salvar todos los obstáculos. Nuestros políticos siguen este patrón en sus discursos. Cada cual posee una calidad mayor o menor en el dominio de la palabra, pero originales, lo que se dice originales, no son. El continuado uso del relato o storytelling(si nos ponemos snob) al que asistimos hoy en día tiene como objetivo emocionar al votante, tocar sus emociones aunque para ello haya que apartarlo de la realidad, de lo realmente comprobable, de lo objetivo. Eso tiene como consecuencia la tremenda dificultad que tienen los políticos para contar la verdad. En mayo de 1940 Winston Churchill, en un contexto en el que las fuerzas aliadas estaban sufriendo numerosas derrotas frente a la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, pronunció uno de los mejores discursos de la historia reciente: «Diré a esta Cámara, tal como le dije a aquellos que se han unido a este Gobierno: No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Churchill no ocultó la verdad al pueblo británico, no se anduvo por las ramas, no aplicó paños calientes. Los trató como adultos merecedores de conocer las consecuencias de aquella decisión. Hoy este mensaje nos habría parecido de una crueldad extrema, falto de empatía, de humanidad. Aunque muy lejos de una realidad tan dramática, podemos reflexionar sobre lo lejos que queda ahora el derecho de conocer la verdad, no el cuento que cada uno nos cuenta: políticos y medios de comunicación a su servicio.

En unos días y, después en unos meses, iremos a votar. Nos haremos la lógica pregunta: “¿A qué candidato o partido voy a dar mi voto?” y se convertirá en un ejercicio difícil si queremos ejercer nuestro derecho de manera razonada, pues tendremos que bucear en medio de las palabras para buscar los datos, recordar los hechos, imaginar el futuro y encontrar la verdad. Eso y no otra cosa es votar bien (aunque ahora lo que se estile sea acusarnos a los ciudadanos de votar mal cuando el resultado no ha respondido a sus expectativas). Cuando llegue el momento votaremos, mientras tanto, valoremos la palabra, observemos, leamos, escuchemos, busquemos la verdad, seamos más sabios. Para que luego, no nos vengan con cuentos.

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Mea culpa https://elfarodeceuta.es/mea-culpa/ Wed, 08 Mar 2023 03:25:53 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=861860 En los carnavales puede suceder cualquier cosa, en los de Cádiz todavía más, y todavía queda un peldaño en la escala del espíritu libre, genuino e irreverente que caracteriza a la fiesta del carnaval: “las murgas callejeras”. Estas agrupaciones se erigen como protagonistas absolutas de las fiestas por su nivel de autenticidad y porque constituyen […]

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En los carnavales puede suceder cualquier cosa, en los de Cádiz todavía más, y todavía queda un peldaño en la escala del espíritu libre, genuino e irreverente que caracteriza a la fiesta del carnaval: “las murgas callejeras”. Estas agrupaciones se erigen como protagonistas absolutas de las fiestas por su nivel de autenticidad y porque constituyen representaciones de la vida auténticas, no mediatizadas ni diseñadas para otro reconocimiento que no sea el popular. Una de esas chirigotas de la calle que se han metido al público en el bolsillo son las Cadiwoman cuyo tipo Las femme fatal se hizo viral en su momento. Una amiga cómplice (las mujeres tenemos muchos tipos de amigas: las cómplices, las del trabajo, las guardasecretos, las de salir, las de llorar, las amiga amiga no es pero bueno y las de toda la vida) me envió hace unos días una de las coplillas de esta chirigota cuyo título es “La culpa”. Con unas melenas a lo Rita Hayworth, envueltas en estolas de pelo barato y con todo el arte del mundo las Cadiwoman entonan un mea culpa a ritmo de chirigota (más relacionado con el acto de miccionar que con lo que se espera de esta locución latina) que provoca auténticas  carcajadas. La coplilla es un fenómeno viral entre las mujeres, y no es para menos, porque no es sólo que nos diviertan las desinhibidas posturas y gestos de ellas, el tipo buscado con descarada provocación, la música, los golpes de ingenio o el regocijo bullicioso del bien avenido grupo de amigas (cómplices, seguro, más, ya lo sabrán ellas) sino que además de todo eso su letra nos saca para fuera una risa que nos viene de las entrañas por las verdades que encierra ¿Quién de nosotras no se ha sentido así de culpable alguna vez?

“La culpa hay que echarla para fuera,

así que aprovechad cuando vayáis a hacer pipí...

y mea culpa.

La culpa para afuera, la culpa,

saliste una noche de copas

después de una semana de sangre y sudor

y la gente murmura:

esa madre no tiene muy buen corazón,

habrá dejado a su criatura

viendo a Bob Esponja tirado en el salón

Pedir pizza o de chino

Y no hacer un cocido tres horas, plop, plop”

La Historia, muy acompañada de la Religión, decidió en su momento colocar sobre nuestros hombros todo el peso del pecado original. Antes de que Eva tuviera que pagar su curiosidad con la multiplicación del dolor de sus preñeces, la dominación del hombre y el estigma de pasar a la historia como causante de todos los males de la tierra, Pandora ya había sido presentada ante las culturas más antiguas como portadora de todas las desdichas que habrían de azotar a la humanidad. Pandora, según la mitología griega, fue la primera mujer de la Tierra. Cada uno de los dioses le otorgó un don, de ahí su nombre que en griego significa “todos los dones”. En realidad la creación de la mujer fue la venganza de Zeus contra los hombres por la traición de Prometeo al robar el fuego sagrado y entregarlo a los mortales. Pandora llevaba consigo una caja sobre la que los dioses le advirtieron: ni ella ni su esposo Epimeteo debían abrirla nunca. Pandora, llevada por la curiosidad, la abrió y de la caja salieron las enfermedades, la guerra, el dolor y demás calamidades que aquejan al género humano. Eso sí, Pandora, asustada, cerró rápidamente aquella funesta caja justo antes de que pudiera escaparse la esperanza. Así es como la cultura occidental terminó colocando la culpa sobre los femeninos hombros. Y no sólo aquí, pues allá en lo que luego habría de ser Latinoamérica, las tribus incas también tenían entre sus historias ancestrales la de una pareja de casados a los que los dioses habían entregado como regalo una cesta de pájaros que no debían dejar volar. ¿A quién creéis que atacó la curiosidad con fiereza hasta no poder controlarse y contravenir el divino designio? Efectivamente, a ella.

Lo cierto es que a los seres humanos se nos acabó el tiempo de la eterna felicidad y nos enviaron directos a un tiempo de mortalidad y fragilidad frente a toda clase de enfermedades, desastres naturales y desgracias varias. Pero lo peor fue para nosotras, pues se esforzaron en enseñar que la responsable última y central era una mujer. No es de extrañar, pues, que la culpa grande o pequeña, divina o humana, terrenal o doméstica, nos haya perseguido siempre. Pudiera ser que la lucha feminista no haya progresado más por nuestra culpa, entiéndase esto bien, por el sentimiento de culpa que nos ha azotado cada vez que las mujeres hemos tomado decisiones sociales, grupales o personales.

Se habla mucho de la corresponsabilidad en las tareas del hogar. Bien por ello, pero poco se habla de la invisible corresponsabilidad ante las decisiones femeninas, sería excesivo llamarlas feministas, ¿o no? Estudiar cuando tienes hijos, dedicarle tiempo a nuestra formación, entregarnos a una carrera profesional, salir a divertirnos son actividades por las que muchas mujeres seguimos pagando un precio: el de sentirnos culpables. “Mea culpa”. ¿Y si estoy restando tiempo a mis hijos? ¿Y si estoy afectando a mi familia? ¿Y si los demás lo consideran rebeldía? son algunos de los interrogantes que se nos han pasado por la cabeza alguna vez en nuestra toma libre de decisiones. Habrá quien pueda decir que afortunadamente podemos decidir. Es verdad, pero a los que así piensen no vamos a dedicarles más atención de la que merecen, o sea, ninguna.

La lucha anterior de muchas otras mujeres, pertenecientes a pasados mucho más amargos, lograron que hoy seamos mujeres libres. Sin embargo, las mujeres seguimos asumiendo más de lo debido, pues a la culpa que se nos asigna se suman otras más invisibles, las que nosotras mismas cosemos a nuestras vestiduras: no se ven, pero las sentimos. No están ahí porque nos esforzamos en espantarlas, porque revolotear, revolotean.

Permitan que hoy las mujeres celebren juntas y recuerden unidas los nombres de las muchas que, antes que nosotras, lucharon para que hoy nos podamos sentir libres

A nivel social no siempre se nos ayuda demasiado. Con motivo de la celebración del día de la violencia de género (menuda efeméride, que exista ya lo dice todo) surgió la polémica sobre una errada campaña que de nuevo colocaba el peso de la responsabilidad sobre nuestros hombros: “Una chica sola caminando de noche, una mujer en una discoteca con una copa, te pones unas mallas y sales a correr por la noche. No debería pasar, pero pasa”. Pienso que esta campaña fue más desacertada que malintencionada, pues no calcularon qué fibras femeninas estaban tocando con tantísimo desatino, las de la eterna culpa.

Hoy es un día para la celebración de los logros de la lucha feminista (esta sí que es una buena efeméride), un día de color morado. Es bueno recordar que esta lucha comenzó para lograr el derecho al voto “Give women the vote” cuyas iniciales coincidían con las de los colores green, white and violet. Parece que por el camino nos dejamos el blanco y el verde (habrá sido culpa nuestra, sin duda). Las primeras sufragistas definieron su lucha no como un movimiento a favor de las mujeres sino organizado por ellas, esa era la clave de todo: el poder de organizar, reivindicar, celebrar ellas juntas, hoy, nosotras juntas. Era un movimiento por ellas, pero para todos. Son muchas las voces, cada vez más, que lamentan que se excluya a los hombres en este día. No pienso que se les excluya. No deben sentirlo así. Pueden acompañarnos, pero entiendan ustedes, es un ruego, que este día ha de ser para todos, pero nuestro “Ojalá llegue el día en el que no tengamos que celebrar el día internacional de la mujer” suele ser el argumento comedido de algunos durante este día. No sé si nuestras bisnietas y sus amigas cómplices, profesionales, de reír y demás tipos, lleguarán a disfrutar de ese escenario histórico, pero desde luego nosotras estamos lejos de verlo, muy lejos, me temo. (Nota: a los que argumentan “para cuándo un día del hombre” les haremos igualmente el caso que merecen, o sea, ninguno).

Dejen que hoy seamos protagonistas absolutas, reinas del carnaval, femme fatal y aquello que queramos ser y sentir. Permitan que hoy las mujeres celebren juntas y recuerden unidas los nombres de las muchas que, antes que nosotras, lucharon para que hoy nos podamos sentir libres. Dejen que felicitemos a nuestras abuelas, madres y hermanas mayores si inculcaron en nosotras la lucha feminista y acompáñennos, hombres inteligentes y sensatos, porque, ¿qué persona de bien no ha de alegrarse de que una mitad del planeta tenga los mismos derechos, sueños y libertades que la otra mitad? Nosotras, mientras tanto, continuemos esta hermosa y justa lucha. Como decía Al Pacino en la película El abogado del Diablo: “la culpa es como un saco de ladrillos, sólo (con tilde, ahora ya puedo hacerlo sin culpa) hay que dejarlos en el suelo”. Así que hoy, mujer, ¡MEA CULPA!

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La librera de la tribu https://elfarodeceuta.es/librera-tribu/ Wed, 25 Jan 2023 03:25:30 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=843759 Una librería en cualquier ciudad es siempre un lugar especial. Para unos un lugar de recogimiento y bienestar, para otros una especie de santuario donde buscar cierto consuelo ante las vicisitudes de la vida. Las librerías son espacios donde imperan el silencio, la ilusión y la magia, lugares guarnecidos por los libreros, curiosos personajes que […]

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Una librería en cualquier ciudad es siempre un lugar especial. Para unos un lugar de recogimiento y bienestar, para otros una especie de santuario donde buscar cierto consuelo ante las vicisitudes de la vida. Las librerías son espacios donde imperan el silencio, la ilusión y la magia, lugares guarnecidos por los libreros, curiosos personajes que entran y salen, suben y bajan, buscan y encuentran.

Estos guardianes de los libros, cuando se hacen expertos en el oficio, son capaces de adivinar los gustos de los habitantes de su templo con solo olerlos o verlos recorrer sus estanterías. Cuando era pequeña, y en las pocas ocasiones que tenía en esos años de entrar en una librería, el librero me parecía un ser superior. Con el tiempo aprendí a mirarlos con ojos más triviales, sin embargo veo todavía un halo de acumulada sabiduría en las personas que reinan en las librerías.

Tal vez sea una visión excesivamente romántica de la profesión o se trate de una envidia sana y pura por tan noble negocio. En Ceuta, durante más años de los que la mayoría recuerda, hemos tenido al alcance de nuestros pasos uno de esos lugares sagrados. En él, la indiscutible señora de ese castillo comparte nombre con la ciudad. Es un castillo pequeño y anaranjado, con una superficie de cristal por donde asoman los coloreados envoltorios de las miles de palabras que conforman cada una de las historias. En la cornisa de ese castillo luce un emblema que aglutina a todos los miembros de su tribu: ÁFRICA TOTEM. África conoce a su tribu.

A algunos los ha visto entrar aun sin nacer, a otros recitando sus primeras letras. Los ha visto crecer ilusionados buscando historias de fantasía con las que adornarse la adolescencia. Nos ha visto rebuscando entre los libros de amor y nos ha atendido cuando, apenados, le pedimos historias de desamores que compitieran con los nuestros. Nos ha vendido misterio, mapas y memorias, ensayos y poemas.

La librera ha visto también a los miembros de su tribu entrar sonrientes en busca de un regalo, ilusionados adquiriendo un libro con el que iniciar un viaje o doloridos buscando el ejemplar que nos aliviara el tiempo de una enfermedad. Desde el cristal de su castillo ella ha visto el tiempo de una vida pasar, de muchas vidas, y cuando nos ve, desde lejos y sin que nos demos cuenta, atisba las historias que nos han acompañado. Nuestra librera pone fin a una etapa, pero el espíritu del TOTEM seguirá protegiéndonos.

Ella, que es una mujer sabia, ha cuidado del castillo hasta el final. Otros habitantes serán los encargados de mantener viva la magia de la librería para que la tribu siga encontrando historias con las que alimentar el alma y la memoria. Gracias, África por tus incunables días como librera.

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Viejos verdes https://elfarodeceuta.es/viejos-verdes/ Mon, 03 Oct 2022 02:25:30 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=798306 En estos días celebramos el día internacional de las personas mayores, o de las personas de edad, como expresan en sus titulares algunos medios con la sensiblera intención de añadir un poco más de melaza al término que a todos se nos viene a la mente, pero que nos cuesta pronunciar sin un extra de […]

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En estos días celebramos el día internacional de las personas mayores, o de las personas de edad, como expresan en sus titulares algunos medios con la sensiblera intención de añadir un poco más de melaza al término que a todos se nos viene a la mente, pero que nos cuesta pronunciar sin un extra de glucosa en la lengua: la vejez.
El término senil, tan denostado últimamente debido a las malas compañías (lo hemos unido tanto a la palabra demencia, que parece haber perdido del todo la cordura de su noble origen etimológico) está relacionado con palabras de elevada categoría como senado, senador, o señor, sin olvidarnos de senectud como un sinónimo más melifluo de vejez.
Para griegos y romanos, y así fue a partir de entonces a lo largo de gran parte de nuestra historia más reciente, la vejez era considerada como sinónimo de honorabilidad y sabiduría. De hecho, el Senatus (ese que junto al pueblo formaba el emblema de Roma, SPQR) se consagró como la institución por excelencia durante la República y con menos importancia el Imperio y recibía su nombre dada la avanzada edad a la llegaban los políticos en su “cursus honorum”. Atenienses y espartanos se rigieron igualmente por consejos de ancianos. Desde el origen del hombre los viejos han sido valorados como el sostén de la comunidad, valedores de la memoria colectiva y los valores como pueblo. Ante la vejez no cabía más que el respeto. Uno de los pasajes más emotivos de la Ilíada corresponde al momento en el que el anciano rey Príamo, padre de Héctor muerto en duelo contra Aquiles, va a suplicar al héroe griego el cadáver de su hijo para hacerle los funerales que corresponden a una muerte con honor. El valiente Príamo no duda en cruzar el campo de batalla para entrar en campo enemigo, tampoco duda en reclinarse y besar los pies del asesino de su hijo si con ello logra su objetivo, pero Aquiles, advirtiendo el valor del viejo, le toma las manos y rompe a llorar: “Se hará como dispones, anciano Príamo y detendré el combate el tiempo que me pides”. El aguerrido Aquiles, enfurecido y todopoderoso, se desmorona por completo ante el sagrado valor de aquel viejo.
Con esta concepción de la vejez, el primer manual dedicado a la vejez no tardaría en llegar y se lo debemos a Cicerón. “De Senectute” es una defensa maravillosa del valor de la vejez y la oportunidad que supone esta etapa de la vida cuando se asume con sabiduría. Cicerón rebate uno a uno los argumentos por los que la vejez (ni griegos ni romanos se esforzaron en buscar eufemismos para tan noble término) pueda parecer miserable: la debilidad del cuerpo, el alejamiento de las actividades, la privación de los placeres y la cercanía a la muerte.

“En la antigüedad el color verde se unía a la vejez para clasificarla como una vejez lozana. De un viejo que aún conservaba la fortaleza se decía que era un viejo verde”

“La vejez aparta de las actividades. ¿De cuáles? ¿Acaso de las que se llevan a cabo mediante la juventud y las fuerzas? ¿Es que no hay actividades propias de la ancianidad que se realizan con la mente, a pesar de estar débiles los cuerpos? Y los que dicen que la vejez no es apta para gestionar cosas, no aducen nada. No hacen las mismas cosas que los jóvenes, pero hacen cosas mayores y mejores. Las cosas grandes no se hacen con las fuerzas, o la rapidez, o agilidad del cuerpo, sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión; cosas de las que la vejez no solo no está huérfana, sino que incluso suele acrecentarlas. […] 'Ya, pero la memoria disminuye'. Estoy de acuerdo, si no la ejercitas o si es que eres lerdo por naturaleza”.
En términos actuales, Cicerón nos atiza un zasca que se habría escuchado más allá de las fronteras germanas.
Respecto a la cercanía de la muerte, Cicerón, con una magnífica carga moral, responde a sus tertulianos jóvenes:
“Es indudable que tenemos que morir, pero es incierto hasta el último momento ¿Quién puede tener firmeza de espíritu temiendo a la muerte, siempre amenazante?
La vejez es una llegada a Ítaca. Contemplamos los pasos lentos de nuestros mayores y cada uno nos traslada por recorridos de esfuerzo y sacrificios. Menguados héroes y heroínas que han logrado arribar al destino después de haberse topado con obstáculos de todo tipo, con monstruos de lo más terrible algunas veces, y con sus brazos temblorosos y colgantes nos anuncian que la travesía ha merecido la pena, que no ha sido otra que la vida. Los viejos de antes alcanzaron la vejez a su manera, nuestros mayores lo han hecho a la suya. Queda por ver cómo arribaremos nosotros a las playas de esa Itaca de color plata.
Nuestra sociedad, la que nos ha tocado porque el progreso tiene esas cosas, nos obliga a mantenernos hermosos y fuertes. La belleza parece más rentable que la inteligencia y castigamos nuestros cuerpos hasta el agotamiento físico con el objetivo de frenar el paso del tiempo. La tecnología se pone de nuestro lado y hacen su parte del trabajo hercúleo que supone parecer jóvenes más tiempo. Los filtros nos mantienen engañados, la cosmética nos promete la eterna juventud y, si nada de esto funciona ya, la cirugía se pone a nuestros pies para evitar lo inevitable. La vejez se considera hoy fea, lenta y débil. La sociedad nuestra, la que hemos montado entre todos cuando éramos jóvenes y luego adultos, no nos ha preparado para confrontar con la inexorable etapa que nos está por llegar. Siendo esto así, vamos a necesitar de mucha sabiduría y fuerza moral para alcanzar la ancianidad con la felicidad que esta etapa se merece. (Por supuesto siempre que la enfermedad nos regale un merecido aplazamiento)
“Mens sana in corpore sano” es una máxima más que necesaria para enfrentarnos a la vejez. Que debemos reinventarnos es un aprendizaje al que debiéramos comenzar a darle la importancia necesaria. Francisco Umbral dijo que Don Quijote era el ejemplo más universal del viejo que se inventa pasiones para no morir. Agarrémonos a las pasiones antes de esforzarnos en darle largas a la vejez.

“El valiente Príamo no duda en cruzar el campo de batalla para entrar en campo enemigo, tampoco duda en reclinarse y besar los pies del asesino de su hijo si con ello logra su objetivo”

Nuestros viejos están en pie de guerra. Movimientos como “Soy mayor pero no idiota” o la campaña iniciada por un residente reclamando comida y condiciones más dignas debieran hacernos reflexionar a todos, con independencia de la lejanía desde la que contemplemos estos hechos. Hay quien se atreve a afirmar que la sociedad margina a los mayores. Los que aun cuidamos de los nuestros renunciamos a admitir un hecho tan doloroso, pero ¿será cierto? Valga este pensamiento para cuestionarnos quiénes cuidarán de nosotros. ¿Habrán heredado nuestros hijos la cultura del cuidado? ¿Estarán nuestros jóvenes a la altura de nuestra vejez? Estará por ver. Por ahora, que a nosotros no se olvide cuán valiosos son nuestros ancianos.
Hablando de pasiones, lo que sí nos hemos encargado de marginar y mucho es el amor de los cuerpos en la vejez. El sexo, tan unido a la belleza y la juventud, parece que debe ser borrado y cubierto con la toquilla del silencio. Lo que no se pronuncia, no existe. Sugiero la lectura del encuentro amoroso en la vejez de Fermina Daza y Florentino Ariza porque pocas escenas de la literatura dibujan un erotismo tan hermoso:
“Ella le dijo “No mires”. Él preguntó por qué sin apartar la vista del cielo raso. “Porque no te va a gustar” le dijo ella. Entonces él la miró y la vio desnuda hasta la cintura tal y como la había imaginado. Tenía los hombros arrugados, los senos caídos y el costillar forrado de un pellejo pálido y frío como el de una rana. Ella se tapó el pecho con la blusa que acababa de quitarse y apagó la luz. Entonces él comenzó a desvestirse en la oscuridad, tirando sobre ella cada pieza que se quitaba y ella se la devolvía muerta de risa”
Por cierto, la expresión “viejo verde” tiene poco que ver con el afeado significado que ha adquirido recientemente. En la antigüedad el color verde se unía a la vejez para clasificarla como una vejez lozana. De un viejo que aún conservaba la fortaleza se decía que era un viejo verde. Virgilio define a Caronte como un “senex viridis”, viejo, pero todavía fuerte y lozano. No sé qué nos esperará en unas décadas. Desconozco mi futuro como anciana, pero ojalá me convierta en una vieja verde.

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Conejos blancos https://elfarodeceuta.es/conejos-blancos/ Thu, 08 Sep 2022 02:15:28 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=787967 El filósofo Séneca dijo: “Nos lleva la vida entera aprender a vivir, y cosa sorprendente, también aprender a morir”. La vida entera es mucho tiempo y si tenemos la enorme suerte de ir disfrutando el regalo que supone ir cumpliendo años, que es definitivamente la esencia de la edad, entonces la vida entera podría ser […]

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El filósofo Séneca dijo: “Nos lleva la vida entera aprender a vivir, y cosa sorprendente, también aprender a morir”. La vida entera es mucho tiempo y si tenemos la enorme suerte de ir disfrutando el regalo que supone ir cumpliendo años, que es definitivamente la esencia de la edad, entonces la vida entera podría ser una eternidad. Así debiera ser si tuviéramos el sentido correcto del tiempo, el filosófico, el individual, el humano. Sin embargo, el tiempo se nos ha convertido en una cuestión social que apenas nos descuidamos, y nos descuidamos fácilmente, deja de pertenecernos.
Concebimos el tiempo como una línea continua de principio y final, una línea por la debemos transitar de manera indubitada, y en los tiempos que nos ha tocado existir, con precipitación. El tiempo se nos dibuja como una mirada hacia el futuro, siempre hacia adelante, tanto que se nos diluye el presente entre las manos, como quien buscando el árbol se pierde la belleza del bosque.
Hoy inauguramos el curso escolar y con él docentes y estudiantes trazamos esa línea continua y precipitada que habrá de durar hasta el siguiente solsticio de verano. Sin embargo, y antes de que el presente curso quede inaugurado y abramos las puertas al torrente de vida joven que está por entrar, ya tenemos marcadas las agendas, colgados los calendarios y señalado fechas en estaciones que aún están por llegar. Incluso nos hemos reservado días para resolver problemas que ahora desconocemos. Como plastilina, modelamos el tiempo para tener tiempo. Lo llamamos planificación, aunque en realidad no es más que un bálsamo que nos calma la irritación de la vida agitada. Como todos, cada uno en su diario afán, hemos entrado en el resbaladizo túnel del tiempo. Ese que nos empuja al futuro aunque queramos aferrarnos al presente con uñas y dientes.
A estas alturas ya hemos quedado definidos por un horario cuyas casillas irán siendo señaladas inexorablemente por un sonido tan continuo como estruendoso y que parece estar confabulado con las parcas, anunciando a diario cuándo comienza y termina ese pedazo de vida. Muchas son las profesiones que están atadas a las ligaduras del tiempo, pero sólo algunas sufren el sonoro suplicio de tan tremendo conocimiento: “Ya has consumido este tiempo, prepárate para consumir el siguiente”. El efecto de ese endiablado dispositivo sonoro, créanme que pueden llegar a resultar depresivamente irritante.

Los seres humanos dependemos del tiempo, de lo que él decida o establezca para nosotros. Vivimos bajo su indiscutible gobierno y se ha convertido en una de nuestras mayores obsesiones. Para los griegos, el dios supremo Cronos, o lo que es lo mismo, el Tiempo, vivía con miedo por la profecía de que un hijo suyo sería capaz de destronarlo. Por eso engullía a todos y cada uno de sus descendientes que nacían de su esposa. Un día ella, dolida por esas muertes, logró engañarlo haciéndole tragar una piedra y mandando lejos de su alcance al último de sus vástagos. Y fue este, Zeus, quien hizo que la profecía se cumpliera, destronando a su propio padre y convirtiéndose en dios de dioses. Para los antiguos griegos y romanos, tan solo los dioses son capaces de vencer al tiempo. Algunos piensan que la expresión “matar el tiempo” viene de ahí.

"Concebimos el tiempo como una línea continua de principio y final, una línea por la debemos transitar de manera indubitada, y en los tiempos que nos ha tocado existir, con precipitación"

Para los que nos esforzamos en saborear la esencia de lo que significa cumplir años (por cierto el miedo a envejecer se llama gerascofobia y es padecimiento poco recomendable), sin duda notamos que la soñada digitalización en la que se empeñan en enmarañar al ser humano de este siglo no ha hecho más que empeorar la percepción que tenemos sobre el paso del tiempo. “Tempus fugit” sí, pero con cuidado. Desde que trabajamos y vivimos rodeados de tecnología y, sin apenas ser conscientes, nos hemos mimetizado con la velocidad de trabajo de los dispositivos. La inmediatez de las cosas nos ha distorsionado la realidad hasta convertirla en inalcanzable. Hay que ser más veloces, más productivos, más automáticos. Vamos siempre con la lengua fuera, haciendo y deshaciendo, persiguiendo objetivos que el reloj (para algunos el timbre) nos impone. Recibimos correos que han de ser respondidos de inmediato, recibimos notificaciones que nos obligan a estar permanentemente en guardia, incluso contamos con diminutos ojos digitales que nos marcan el ritmo de nuestras actuaciones. Hace unos años la aplicación de Whatsapp tuvo que realizar un comunicado informando que el doble clic en sus mensajes no significaba que el receptor nos hubiera leído, simplemente que el mensaje había sido correctamente recibido. Acababa con las especulaciones de muchos que creían haber sido ignorados o había cierto enfado con ellos si no se les respondía enseguida. La aplicación puso así algo de freno en la necesidad inmediata de una respuesta.
Todo tiene que ser “Hic et nunc”, aquí y ahora. Somos esclavos de la inmediatez, y como el conejo blanco de “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll, vamos diciendo eternamente “Ay Dios mío, Ay Dios mío, voy a llegar tarde” mirando el reloj y desvelando nuestros miedos por cumplir con la tiranía del tiempo.
Hoy es el primer día de esa mágica línea del tiempo que es el curso escolar. Los timbres de nuestros centros han permanecido callados, atentos al peregrino sueño de sus habitantes al creer que podían ablandar la cuerda del tiempo. Las vacaciones nos relajan a todos el espíritu, crecemos y con nosotros las horas y los días. Hoy resonarán de nuevo hasta media docena de veces, recordándonos a todos que debemos de nuevo apresurarnos para lograr objetivos, para culminar evaluaciones, para cumplir el currículum (este año la LOMLOE viene a señalarnos el norte. Sin pacto educativo, Cronos sigue devorando vástagos). Un curso más recorreremos pasillos con el reloj delante de nuestras narices, como conejos blancos temerosos de que la nueva hilera de los días no nos dé para todo. Pero lo haremos de nuevo. Venceremos al tiempo. Entre los “se me pasa volando”, los “cuánto queda” o los “no llego” tejeremos un curso más el devenir de un motón de futuros posibles, el de nuestros alumnos y alumnas. Como escribió García Lorca y cantó la ronca garganta de Camarón “El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero. Nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño”.

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El IES Camoens estrena Ciclo Superior de Imagen Personal y Corporativa https://elfarodeceuta.es/camoens-ciclo-superior-imagen-personal-corporativa/ Sun, 12 Jun 2022 02:00:45 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=754766 El IES Luis de Camoens estrenará el curso que viene el Ciclo Superior en Asesoría de Imagen Personal y Corporativa. Estos estudios vienen a completar la oferta formativa del centro, que está apostando en firme por ampliar los estudios de Formación Profesional. El alumnado que acceda a este ciclo aprenderá a analizar los cambios en […]

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El IES Luis de Camoens estrenará el curso que viene el Ciclo Superior en Asesoría de Imagen Personal y Corporativa. Estos estudios vienen a completar la oferta formativa del centro, que está apostando en firme por ampliar los estudios de Formación Profesional.

El alumnado que acceda a este ciclo aprenderá a analizar los cambios en la moda, estudiará las tendencias de mercado, desarrollará técnicas para asesorar en la organización de actos protocolares y eventos, aprenderá cómo asesorar a empresas para la creación de una imagen corporativa, elaborarán proyectos de cambio de imagen, asesorarán en maquillaje y vestuario, recibirán lecciones sobre cómo comercializar productos usando técnicas de marketing. Igualmente, conocerán estrategias para guiar en la compra de vestuario complementos y cosméticos y se entrenarán en habilidades comunicativas.

Este ciclo está destinado a formar profesionales dedicados a la asesoría de imagen personal, corporativa y pública o se integran en equipos multidisciplinares de empresas en departamentos de comunicación o marketing.

Asimismo, pueden ejercer su actividad en establecimientos dedicados a la venta de vestuario, complementos y cosméticos, donde desarrollarán tareas en el diseño de la imagen corporativa o en la organización y prestación de servicios. El mercado laboral es dinámico y responde a las necesidades que tienen las empresas y las compañías están siempre dispuestas a contratar profesionales que sean capaces de desarrollar su actividad laboral en entornos nuevos y actuales.

Se accede a este curso a través de un Ciclo de Grado Medio, del Bachillerato o estando en posesión de otro Ciclo Superior. Este ciclo cuenta con 2000 horas de formación y será impartido en la modalidad bilingüe.

Este ciclo superior se imparte en Andalucía solo en las provincias de Sevilla, Córdoba y Málaga.

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Los abrazos feroces https://elfarodeceuta.es/colaboracion-abrazos-feroces/ Sun, 01 May 2022 02:45:23 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=738751 Cuando era pequeña me gustaba escuchar las historias de la guerra que contaban mis abuelos. Ese retorcimiento del alma debe de ser tan agudo para los oídos de un niño que, además de provocar las peores pesadillas, nos deja agarrados a los relatos como a una butaca de cine durante la más temible película de […]

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Cuando era pequeña me gustaba escuchar las historias de la guerra que contaban mis abuelos. Ese retorcimiento del alma debe de ser tan agudo para los oídos de un niño que, además de provocar las peores pesadillas, nos deja agarrados a los relatos como a una butaca de cine durante la más temible película de terror. Mis hijos sentían la misma atracción cuando el abuelo Paco les narraba algunos de los fratricidas episodios nacionales.

Mi abuela reunió una vez en corro a la veintena de nietos que su pródiga prole le había dado y nos narró la madrugada en la que la bisabuela Juana, su madre, fue subida por la fuerza a un coche para llevarla a la plaza de toros con el único fin con el que se iba en esos días a la monumental, a ser fusilada. Afortunadamente, en el momento en el que el pelotón apretaba un ojo y apuntaba con el otro a través de la mirilla del fusil, un recluta, hijo de una vecina de la futura finada, avisó a su superior para decirle que se trataba de un grave error y que la anciana de rodete blanco y pendientes de coral era una bendita que les había dado de comer a él y a su familia más de una vez cuando el hambre había hecho resonar sus estómagos a través de las paredes. De todo aquel relato nada infantil, lo que mi abuela narró con mayor fervor fue los detalles del abrazo que habría de ser el último que le diera a su madre de no haber sido por el buen ojo de Juanito, el “cara pájaro” como se le conoció después en el barrio hasta el día de su ornitológica muerte natural.

Todavía hoy recuerdo de aquella tarde el terrible testimonio de nuestra abuela y la descripción de aquel abrazo de despedida antes de la truncada muerte. ¿Cómo es posible que ella se detuviera, por encima de otros detalles, en aquel último gesto?

"Todavía hoy recuerdo de aquella tarde el terrible testimonio de nuestra abuela"

La palabra abrazo deriva del latín “braccium” y significa literalmente “acción de rodear con los brazos”. Los expertos, en su docta costumbre por etiquetarlo todo, han distinguido diferentes tipos de abrazos y han estudiado sus significados emocionales. Así pues, existe el abrazo lateral, el abrazo de espaldas, el abrazo de cintura, el abrazo con beso y hasta el abrazo del oso, refiriéndose este último no a un abrazo efusivo hasta la sofocación, sino a un gesto engañoso que esconde una traición.

Las madres somos sabias calibradoras de las emociones de nuestros hijos. Desde que se nos escurren entre las piernas hasta cuando hemos de elevar la teñida cabeza para mirarlos a los ojos, los hemos abrazado de mil y una maneras. Los recogemos del suelo aplicando abrazos mágicos que curan rodillas sangrantes, los envolvemos en abrazos calientes para entibiarles los tiritones, los arrullamos hasta entregárselos felizmente a Morfeo, los rodeamos bien fuerte mientras los rociamos con besos líquidos de alegría, los apretamos henchidas de orgullo como las gallinas y cuando la edad se nos viene encima, los estrujamos sordas a las protestas mientras los amenazamos con comérnoslos. Ese es el abrazo de abuela, que al parecer se les ha pasado etiquetar a los expertos.

Los abrazos son pequeños islotes de intimidad, incluso en mitad del mayor ajetreo. Además de un gesto de amor, es un ejercicio vital que logra ponernos en movimiento el cuerpo entero. Para una madre, el abrazo a un hijo es una ráfaga robada al añorado vínculo del vientre, un nuevo cordón umbilical con el que procuramos ceñirlos de nuevo a nuestro cuerpo. Los abrazamos para curarlos, para consolarlos, para amarlos, para felicitarlos, y para ello ponemos en marcha toda la maquinaria necesaria: manos, dedos, bocas, mejillas, saliva. Pero hay veces en las que el abrazo no va acompañado más que del calor del alma. Así abrazamos a nuestros hijos e hijas cuando los despedimos. Entonces nuestros brazos parecen alargarse infinitamente, como cuerdas elásticas, y los acercamos a nuestro pecho como si con ese gesto los pudiéramos proteger de todos los males del mundo. Cuando los abrazamos para la despedida no buscamos otra cosa que reposar en sus pechos y acurrucarnos en su alma. Entonces sobran las palabras, los besos y las caricias. Solo reposo y una fuerza denodada para aguantar la tristeza.

En Cien años de soledad, Úrsula Iguarán es la imagen de la madre preocupada no por sus hijos, sino por toda una descendencia. García Márquez nos la dibuja como una madre rotunda, capaz de sostener la familia y la memoria de un pueblo. Una especie de garante de la memoria colectiva.

“No nos iremos” le dice Úrsula a su esposo viendo que de nuevo estaba tentado de abandonar Macondo para buscar nuevas tierras. “Aquí nos quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo”. Él le dice:”Todavía no tenemos un muerto. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra”. A lo que Úrsula responde con decidida firmeza: “Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero”.

Úrsula es fuerte, trabajadora y abnegada. Un torniquete capaz de frenar la sangría de los desapegos familiares. Nuestras madres, las de otros tiempos, son dignas parientes de Úrsula Iguarán. Nosotras, las de estos tiempos, nos esforzamos por serlo.

"Las madres somos sabias calibradoras de las emociones de nuestros hijos"

La celebración del día de la madre se remonta a la antigua Grecia, pero la conmemoración contemporánea tiene su origen en 1865, cuando la activista Julia Ward Howe comenzó a organizar manifestaciones pacíficas en las que participaban las madres que fueron víctimas de la Guerra de Secesión como una forma de reconciliar a las partes en conflicto. Estas reuniones tuvieron tanto éxito que con el tiempo las madres pasaron a expresar su opinión sobre otras cuestiones de orden social y político. Un germen de nuestras Madres de mayo. Si hay quienes entienden de resolución de conflictos, esas somos las madres.

Esta tradición la continuó Ann Jarvis. Cuando Ann fallece, su hija estableció un Día de la Madre cada segundo domingo de mayo para conmemorar su muerte. En España y en otros países lo celebramos el domingo anterior.

Con el primer llanto sonoro del hijo, nos llega a las madres un baño de lágrimas flojas. Una mezcla de felicidad, liberación y agotamiento fácilmente visible. Lo que permanece más callado es el miedo, que nos asalta enseguida que debemos cumplir con el primer deber, el del alimento. Más tarde llega el del aseo, el del consuelo, y finalmente, el de la conquista del sueño. Aunque bien logrado el objetivo el primer día, al día siguiente se nos presenta otro distinto, y otro y muchos más. Y así nos pasamos la vida en la crianza de los hijos, reconociendo en silencio nuestras torpezas y dudando en progresión aritmética a sus cumpleaños si seremos capaces de guiar, educar, aconsejar, reconfortar y un sinfín de verbos más. Para lo que no estamos preparadas es para explicar la guerra. Sin embargo, decenas de miles de madres atienden también a esa nefasta obligación.

Las pantallas de nuestros televisores no dejan de poner frente a nosotras el desgarro de mujeres a las que les une el mismo dolor, el de los hijos. Unas los rodean con sus brazos antes de dejarlos marchar para ponerlos a salvo, otras se agarran a ellos antes de ser enviados al frente. También asistimos al desconsuelo de las que se aferran al cuerpo sin vida ya de sus hijos e hijas. Son los abrazos feroces del dolor y del desgarro.
Hoy las madres, algunas, abrazaremos a nuestros hijos siendo conscientes del privilegio que es vivir en paz. Unas tocarán sus cuerpos, a otras nos ayudará el sonido de las palabras y una imagen plana. No será lo mismo pero nos valdrá igualmente. Serán abrazos feroces en tiempos de guerra y paz.

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