Artículos escritos por Juan Luis Aróstegui en El Faro de Ceuta https://elfarodeceuta.es/autor/juan-luis-arostegui/ Diario digital Sat, 02 Sep 2023 06:47:36 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.6.1 https://elfarodeceuta.es/wp-content/uploads/2018/09/cropped-El-faro-de-Ceuta-32x32.jpg Artículos escritos por Juan Luis Aróstegui en El Faro de Ceuta https://elfarodeceuta.es/autor/juan-luis-arostegui/ 32 32 Radiografía de una colonia https://elfarodeceuta.es/radiografia-colonia-ceuta-marruecos/ https://elfarodeceuta.es/radiografia-colonia-ceuta-marruecos/#comments Sat, 02 Sep 2023 04:40:49 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=940314 Ya no queda ninguna duda al respecto. Todo el mundo tiene la plena convicción de que Ceuta es sólo una colonia anacrónica cuyo destino inexorable es su anexión futura al Reino de Marruecos. En un plazo (largo) indeterminado, acaso medido en décadas. En condiciones aún (lógicamente) desconocidas. Pero indefectiblemente. Los hechos y (sobre todo) las […]

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Ya no queda ninguna duda al respecto. Todo el mundo tiene la plena convicción de que Ceuta es sólo una colonia anacrónica cuyo destino inexorable es su anexión futura al Reino de Marruecos. En un plazo (largo) indeterminado, acaso medido en décadas. En condiciones aún (lógicamente) desconocidas. Pero indefectiblemente. Los hechos y (sobre todo) las omisiones registradas desde la traumática convulsión sufrida en mayo del dos mil veintiuno, han evidenciado descarnadamente lo que ya, en realidad y a fuerza de ser sinceros, era un secreto a voces. Callábamos avergonzados, con el orgullo maltrecho y el amor propio herido. Pero bajábamos la mirada muy elocuentemente acompañándola de un inquietante murmullo delator. España ha desistido definitivamente.
No importa mucho cuanto queramos disimular ahora haciendo aspavientos patrióticos, refugiados en una indignación fingida, que no puede ocultar tan impúdico abatimiento. Ya hemos aprendido que los argumentos históricos, jurídicos y políticos, carecen de fuerza frente a la lógica de la geopolítica que rige las dinámicas de poder en el mundo actual. La razón nunca prevalece frente al poder. Nosotros no íbamos a ser la excepción a esta regla histórica inmutable (si queremos ver un ejemplo cercano, miremos la suerte que ha corrido el Sáhara, o, algo más allá, podemos comprobar el expolio consentido que ha sufrido pueblo palestino).

No obstante, desde la desesperanza y el desánimo de quien se siente vencido, siguen surgiendo preguntas contumaces que golpean las conciencias exhaustas y atormentadas. Pero ya no se hacen para impulsar nuevas acciones, sino para encontrar explicaciones pretéritas: ¿Era absolutamente inevitable? ¿Hicimos todo lo que pudimos? ¿Se podían haber hecho las cosas de otra manera? ¿Cuál ha sido el grado de responsabilidad de cada cual en este fatal desenlace? Quizá, algún día, la distancia nos permitirá ver con claridad lo que no fuimos capaces de interpretar correctamente durante el complejo desarrollo de los hechos acontecidos en Ceuta, en España y en el mundo en el último medio siglo.

"La razón nunca prevalece frente al poder. Nosotros no íbamos a ser la excepción a esta regla histórica inmutable"

Mientras tanto, intentamos escrutar nuestra perplejidad presente desde otro interrogante ¿Qué hacer hasta que llegue ese momento? El periodo transitorio consistirá en mantener formalmente el estatus quo vigente (lo que equivale a no modificar ninguno de los elementos esenciales que configuran su estrafalaria arquitectura política) y, por la vía de los hechos consumados, ir cristalizando en una colonia (con una leve capa de barniz de falsa normalidad) cada vez más dependiente de la metrópoli (el estado español), hasta que la retrocesión sea asumida por la opinión como una consecuencia natural y hasta deseable. En este proceso nos encontramos en este momento. Aquí conviene, a modo de ilustración de este anómalo escenario caracterizado por el inmovilismo político y el disimulo ciudadano, abrir un breve paréntesis para valorar el fútil debate sobre la aduana comercial que se mantiene tímidamente abierto en la Ciudad. Hemos terminado por convertir la ingenuidad en una categoría política. Siendo conscientes de que somos absolutamente incapaces de protagonizar la más mínima expresión de reivindicación colectiva, deberíamos dejar de hacer declaraciones llamadas a engrosar el deshonroso universo de lo ridículo.

Marruecos no ha invertido miles de millones de euros en desarrollar la zona colindante con Ceuta para, ahora, abrir una “vía de escape” de flujos económicos por un territorio que llama “ocupado”, que no reconoce, y al que asfixia sin pudor alguno como medio de presión al servicio de sus tesis anexionistas.


El lenguaje diplomático tiene su propio código, y si no lo hemos comprendido aún es que somos ciertamente unos zotes. Las declaraciones son una cosa y los hechos otra absolutamente distinta (los conflictos de soberanía se resuelven mediante guerras o mediante pactos secretos, no hay términos medios). En el hipotético caso de que las circunstancias aconsejaran u obligaran a Marruecos a cumplir el ya famoso acuerdo de “normalización del tránsito fronterizo”, sería en unas condiciones tales que convertirían la aduana comercial en una pantomima irrelevante económicamente (por ejemplo, permitiendo sólo el tránsito de mercancías fabricadas en Ceuta, como ya han insinuado algunos funcionarios de alto nivel). No pasa nada, tenemos que asumirlo con naturalidad; no en vano llevamos cuarenta años sumando derrotas de este tipo.
Se nos está quedando una colonia preciosa. Coqueta y muy arregladita. El cierre de la frontera está causando el efecto previsible. Fue una decisión impuesta unilateralmente por Marruecos en dos mil dieciocho. En esa fecha (con el cierre de la aduna comercial de Melilla como hito), el régimen alauita entendió que había llegado el momento de dar un impulso significativo a su plan anexionista.

El aislamiento económico de las dos ciudades pretende visibilizar la condición de “enclaves anacrónicos sostenidos artificialmente” y, por tanto, fortalecer sus tesis en los foros internacionales de que estamos ante figuras anacrónicas insostenibles entre países hermanos. Esta operación tenía un coste social interno derivado de la pérdida del medio de vida de miles de compatriotas al otro lado de la frontera. Por suerte para ellos, la pandemia propició una coartada inmejorable. La jugada les salió redonda.

"Marruecos no ha invertido miles de millones de euros en desarrollar la zona colindante con Ceuta para, ahora, abrir una 'vía de escape' de flujos económicos por un territorio que llama 'ocupado', que no reconoce, y al que asfixia sin pudor alguno como medio de presión al servicio de sus tesis anexionistas"

Mientras esto sucedía, el Estado español secundaba de manera sumisa y entusiasta, como siempre, las decisiones de Marruecos en relación con nuestra Ciudad. Tampoco era nada extraño. Ya hemos recopilado infinitas pruebas durante las últimas décadas de que, en el tablero de la negociación permanente de intereses (y conflictos) entre España y Marruecos, Ceuta ocupa una posición absolutamente irrelevante (“Ceuta y Melilla no merecen un conflicto”, frase lapidaria de la diplomacia española). En esta época, es completamente imposible equilibrar el peso de las infinitas operaciones económicas bilaterales más la cooperación en materia de control de la inmigración, con la mera apelación al sentimiento patriótico de la integridad de la nación española. Recalco que hablamos de Estado y no de Gobierno español. Las diferencias entre partidos en este asunto se reducen a intrascendentes detalles estéticos que tienen más que ver con intereses electorales puntuales que con el fondo de la cuestión.

Por su parte, el conjunto de la ciudadanía ceutí, que ya había dado inequívocas muestras de agotamiento, de manera irresponsable y bobalicona, terminó por coincidir con Marruecos en su objetivo estratégico. Anestesiados por una mezcla explosiva de miedo y egoísmo, nos indujeron a aceptar una falsa dicotomía que reducía el futuro de Ceuta a elegir entre dos únicas opciones: riqueza o islamización (una ciudad pobre, segura y tranquila con menor presencia musulmana; o una Ciudad más rica, pero tumultuosa y plagada de “potenciales delincuentes que nos hacen la vida imposible”). Hemos elegido la perversa comodidad de vivir en una colonia.

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Y así, con unánime complacencia, plasmada en una insólita unidad de propósito, hemos conseguido convertir la Ciudad en un plomizo yermo. Aquí ya no vienen ni los pájaros. La actividad económica natural se ha ralentizado hasta rozar el límite mínimo de la “subsistencia”. La gente, dividida en dos grandes bloques, reserva su capacidad de compra para sus lugares de “residencia económica efectiva”, en un caso Marruecos y en otro, Andalucía. El potente e influyente segmento funcionarial, cada vez en mayor medida, ha asumido la fórmula de la “residencia compartida” en sus diversas modalidades (un pie aquí, para obtener la renta; y el otro allí, para gastarla). Otro claro ejemplo de esta irrefrenable tendencia.

El denominado “nuevo sector económico” nace ya con esa misma vocación. El empleo generado está dado de alta en la seguridad social aquí en los términos exigidos por la ley (residencia de, al menos, el cincuenta por ciento de la plantilla); pero la realidad es que la residencia efectiva, y la mayor parte del trabajo, se hace fuera de una Ceuta, lamentablemente, utilizada como un simple mecanismo de evasión de impuestos.
La vida en una colonia (como casi todo) se rige por sus claves particulares. Tiene inconvenientes; pero también tiene sus ventajas. Entre estas últimas destaca, por encima de todas, que despierta un sentimiento generalizado de remordimiento institucional. Se tiene la percepción de que los habitantes de las colonias, de alguna manera, son los damnificados directos de una situación política indeseada de la que no existen culpables o responsables bien definidos. La incomodidad se compensa con dinero. Normalmente no existen reparos en que la nación nodriza asuma sus obligaciones constitucionales con sus desubicados súbditos en forma de transfusiones económicas. Esta idea sirve para regar generosamente con fondos públicos la colonia y permitir que todos los ciudadanos allí residentes tengan cubiertas sus necesidades materiales (respetando, eso sí, los niveles y categorías prestablecidos, y guardando las debidas apariencias).

"La indignación, como cualidad innata del ser humano que hace reaccionar instintivamente frente a la injusticia, ha sido sustituida por una laxitud vital que nos ha transformado en una comunidad carente de vigor, amorfa, insensible y despreocupada"

Pero también tiene un enorme inconveniente. Se diluye la vida en comunidad quedando sustituida por una red de pequeños entornos burbuja, aislados unos de otros, en cuyo interior cada cual acomoda su vida privada y establece su particular entramado de conexiones internas y externas. Se teje la vida con retales de nostalgia combinados con intermitentes destellos de fervor patrio para eludir la sensación de estar colgados en el vacío. Es un modo de vida extraño, no muy gratificante en el plano espiritual y con inevitables dosis de claustrofobia y depresión; pero no deja de ser llevadero. En nuestro caso, además, se da la circunstancia de que la proximidad, y el bajo coste del transporte, facilitan los vínculos con los territorios adyacentes, y eso ayuda bastante a soportar la orfandad social.
Cada vez somos menos y más aburridos. La gente joven vive como fieras enjauladas, babeando por salir corriendo en cuanto tenga la más mínima oportunidad. Pero no todo es negativo. Al menos, y de momento, aunque no nos importamos, tampoco nos estorbamos (mucho). Somos (o parecemos) felices. Ganamos unos sueldos desorbitados y estamos contentos viendo cómo crecen nuestras cuentas corrientes, y haciendo planes de todo lo que haremos con ellas cuando podamos salir de Ceuta (puntual, transitoria o definitivamente).

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Esta situación nos reporta una ventaja adicional. Nos permite disfrutar de un remedo de paz interior auspiciada por un sentimiento generalizado de indiferencia llevado al extremo. Se ha evaporado de la vida pública todo vestigio de interés por lo colectivo. La indignación, como cualidad innata del ser humano que hace reaccionar instintivamente frente a la injusticia, ha sido sustituida por una laxitud vital que nos ha transformado en una comunidad carente de vigor, amorfa, insensible y despreocupada. Ha desaparecido la política. Sólo queda su envoltorio. Sucio, raído y corrompido. Y eso está muy bien. Porque nos ahorramos muchos disgustos. Nada nos conmueve. Apenas nos inquieta, por ejemplo, vivir recontando cadáveres esparcidos diariamente por doquier. Nada que provoque dolor ajeno (ya sea en forma de paro, pobreza, fracaso escolar, humillación, discriminación o desigualdad) es objeto de nuestra incumbencia.
Ningún hecho o acción por reprobable que sea desde el punto de vista ético, o incluso legal, merece un mínimo reproche social. Nos hemos instalado en una especie de nirvana que nos exonera de cualquier sobresalto emocional. En este sentido hemos alcanzado un admirable estado de uniformidad psicológica en el que se han fundido todas las ideologías. A todos, independientemente de lo que piense cada cual, nos importa exactamente un rábano todo lo que sucede en Ceuta. Como al conjunto de los españoles. Así que lo mejor es aprovechar el Día de Ceuta para reclamar que nos suban el plus de residencia y aumenten las bonificaciones fiscales, que la vida en Cádiz, Málaga y otros lugares cercanos, se está poniendo por las nubes.

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Carta abierta a la ministra Díaz sobre los trabajadores transfronterizos https://elfarodeceuta.es/carta-abierta-ministra-diaz-trabajadores-transfronterizos/ https://elfarodeceuta.es/carta-abierta-ministra-diaz-trabajadores-transfronterizos/#comments Wed, 01 Sep 2021 05:40:35 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=660933 Es muy probable que (casi) nadie sepa de quién estamos hablando. Incluso para usted, Ministra de Trabajo, puede tratarse de un colectivo invisible. Pero existe. Sólo en Ceuta y Melilla, pero existe. Son trabajadores y trabajadoras de nacionalidad marroquí que trabajan en Ceuta (o Melilla) con contratos amparados por una legislación española escueta, incompleta e […]

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Es muy probable que (casi) nadie sepa de quién estamos hablando. Incluso para usted, Ministra de Trabajo, puede tratarse de un colectivo invisible. Pero existe. Sólo en Ceuta y Melilla, pero existe. Son trabajadores y trabajadoras de nacionalidad marroquí que trabajan en Ceuta (o Melilla) con contratos amparados por una legislación española escueta, incompleta e incoherente en esta materia que genera una situación intrínsecamente injusta impropia de un estado de derecho. Con dos ejemplos muy sencillos se comprende perfectamente el alcance del atropello.
A estos trabajadores se les descuenta un 25% de su salario en concepto de retención del IRPF. Pero como carecen de “domicilio fiscal” y en consecuencia no pueden hacer la declaración de la renta, no se les devuelve lo que en aplicación de la ley le correspondería. Una cantidad más que considerable si tenemos en cuenta que en Ceuta este impuesto está bonificado en un 60%. El Estado español se apropia indebidamente de parte del salario de un trabajador indefenso ante una ley injusta.
Estos trabajadores (y las empresas contratantes) cotizan a la Seguridad Social por desempleo; pero otras normas de aplicación los privan de las prestaciones que la ley reconoce a quienes son despedidos. Tienen la obligación de pagar, pero no el derecho de cobrar.
Esta situación se mantiene en el tiempo de una manera inconcebible sin que ningún Gobierno haya querido abordar el asunto. En esta democracia imperfecta, lo asuntos que no “reportan votos” nunca son objeto de preocupación de los gobernantes. Los trabajadores transfronterizos no votan.
Por si esto fuera poco, y con motivo de la pandemia, su situación de vulnerabilidad se ha visto notablemente empeorada. La frontera esta cerrada y no pueden volver a sus lugares de residencia en los que permanecen sus familias. No puede viajar a la península porque no tienen permiso de residencia. La única condición que se les reconoce en estos momentos es la invisibles. Todas las instituciones implicadas se colocan en modo “Don Tancredo”, mientras un pequeño grupo de personas humildes, trabajadoras, que asumen las tareas más duras y sacrificadas de la sociedad, viven en la zozobra, apartados de sus familiares y allegados ante la más irritante indiferencia de la ciudadanía.
Señora Ministra, desde que asumió su cargo, ha mostrado un elevado grado de sensibilidad social que le ha granjeado la simpatía de no pocas personas. Pero la sensibilidad que no va acompañada de hechos no deja de ser propaganda o promoción. Tiene usted la oportunidad de resolver el problema de un colectivo de personas en una situación de vulnerabilidad intolerable en un sistema democrático. La estatura moral de una nación se mide por su capacidad de combatir las injusticias que se cometen contra las minorías más indefensas y desvalidas. Si queremos construir un país éticamente grande, no podemos permanecer impasibles ante este tipo de hechos.

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Epitafio retardado https://elfarodeceuta.es/epitafio-retardado/ https://elfarodeceuta.es/epitafio-retardado/#comments Thu, 05 Sep 2019 08:30:23 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=440842 El pasado veintitrés de mayo publiqué el último ‘Dardo de los Jueves’. Puse fin así a un periodo de casi dieciocho años escribiendo ininterrumpidamente cada semana sobre los asuntos relacionados con Ceuta que me parecían dignos de reflexión. Novecientos treinta y seis artículos. Enmudecí sin explicar públicamente mi decisión. Dudé mucho si redactar un sucinto […]

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El pasado veintitrés de mayo publiqué el último ‘Dardo de los Jueves’. Puse fin así a un periodo de casi dieciocho años escribiendo ininterrumpidamente cada semana sobre los asuntos relacionados con Ceuta que me parecían dignos de reflexión. Novecientos treinta y seis artículos. Enmudecí sin explicar públicamente mi decisión. Dudé mucho si redactar un sucinto corolario para la ocasión. En última instancia prevaleció otro sentimiento. Siempre he pensado que en las despedidas subyace un poso de vanidad que repudio concienzudamente.
A pesar de ello no he podido sustraerme a la obligación (moral) de satisfacer la curiosidad mostrada al respecto por mi entorno afectivo más próximo. Estas (largas) conversaciones me han llevado a reconsiderar parcialmente mi intención primigenia. Es muy difícil conocer con exactitud quién lee una publicación. Quizá haya personas anónimas que han seguido de manera continuada, y con algún interés, mis opiniones. Se ha establecido así un vínculo, ignoto e invisible, que no se puede romper unilateralmente sin incurrir en un pecado de soberbia. Para ellos (en el caso de que existan) va destinado este epitafio retardado.
Me gusta escribir. Nunca dejaré de hacerlo. Además de un deber autoimpuesto, es un placer. Disfruto meditando, ordenando mis pensamientos, y sobre todo, expresándolos. De todas las formas de creatividad posibles, la que nace de la magia infinita de la palabra me parce la más sublime y excitante. Pero también pienso que determinada modalidad de literatura, en especial la que se inserta en el ámbito de lo social (o lo político), carece de sentido si no forma parte de un compromiso de coherente implicación personal. De una actitud ante la vida. Perduran en mis convicciones los preciosos y precisos versos de Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse”. Según mi forma de ver las cosas, quien quiere opinar públicamente de política debe hacerlo desde el fango y la trinchera, no desde la aséptica atalaya de la teorización. Quiero decir con esto que he dejado de publicar porque he decidido no participar más en la vida política de Ceuta. Y no me parece ético reflexionar públicamente desde la distancia o la inacción.
Dejar de escribir los ‘Dardos’ es, pues, una decisión subordinada a otra principal. Explicar por qué he dejado de hacerlo equivale a explicar las razones que me llevaron, ya hace algún tiempo, a comprender que mi vida política, en Ceuta, había concluido. Y que no guardan relación alguna con un resultado electoral, como podrían pensar las mentes simples a las que les resulta imposible salirse, siquiera un milímetro, de los troqueles convencionales. La política concebida como una actividad (pseudo) profesional de gestión de la administración púbica es consustancial con la aritmética electoral; sin embargo si se asume como la contribución personal a la vida en común y se inscribe por tanto en un universo perimetrado por las ideas, la conciencia, los sentimientos y los principios, es completamente inmune a las veleidades coyunturales. He concurrido diez veces a las elecciones municipales. En cinco ocasiones he sido elegido concejal, y en otras tantas, no. En ninguno de los casos el resultado ha alterado ni un ápice ni el compromiso militante con mis ideas, ni mi estado de ánimo.
Es preciso, antes de continuar, hacer dos acotaciones previas fundamentales para imprimir coherencia a la argumentación posterior. Una. Es muy difícil datar los procesos sociales. Las transformaciones son lentas, intermitentes, desordenadas, silenciosas, a veces sibilinas e incluso indetectables. Las decisiones del conjunto de la sociedad se manifiestan a través de actitudes que no siempre se pueden identificar con la claridad necesaria para interpretarlas correctamente, y menos aún para concretarlas en el tiempo. Dos. Es muy complicado elegir el momento adecuado para tomar una decisión personal para quien forma parte de una organización y se siente disciplinado por ella y supeditado a unos intereses de rango mayor que los propios.
Pienso que Ceuta ha renunciado de manera definitiva e irreversible a promover algún cambio respecto a nuestro estatus actual. Durante mucho tiempo he venido denunciando esta deriva de indiferencia y desapego generalizado hacia “nuestra tierra” (entendiendo este concepto como una comunidad con señas de identidad propias e hilvanada por anhelos y deseos compartidos). Pero hasta hace (relativamente) poco, me aferraba a la ilusión de que quedaba “alguna” posibilidad de reversión. Siendo consciente de que la tarea era titánica, confiaba en que una especie de “amor propio” macerado en las entrañas de nuestra dignidad, nos hiciera reaccionar y rebelarnos contra un destino fatal impuesto por formidables intereses hostiles. Ahora sé que sólo fue un espejismo. Desgraciadamente, ya nadie cree en Ceuta. Avalaré esta afirmación con dos hechos que a mi juicio tienen la categoría de hitos. Uno. Todos los partidos políticos (excepto Caballas, como testimonio de una resistencia baldía) han abandonado expresamente la reivindicación de integrar a Ceuta en la Unión Aduanera (a pesar de ser un acuerdo unánime del Parlamento español en 2011). Es una manera implícita de reconocer que “aceptamos la exigencia de Marruecos de no modificar el ‘estatus quo’ mientras se encuentra una salida negociada al conflicto entre países hermanos”. Una vergonzante claudicación que se yergue como inapelable vitola de orfandad. Dos. La manifestación que se celebró un ya lejano 22M para exigir una frontera fluida y segura se saldó con un inconcebible fracaso. Menos de un millar de personas acudieron a una convocatoria respaldada por casi todo el tejido asociativo. Entre ellas no había ni un solo empleado público. Quien asistió lo hizo forzado por algún tipo de obligación. Es conveniente detenerse a interpretar en toda su plenitud el sentido de aquella movilización. Ha sido de general conocimiento, durante décadas, que la estrategia de Marruecos para lograr apropiarse de Ceuta consiste en asfixiar económicamente a nuestra Ciudad para que se visualice pública e internacionalmente que es “una colonia sostenida artificialmente con fondos públicos, un anacronismo impensable entre dos países fuertemente unidos por un entramado infinito de relaciones capitales”. Lo que fue una intuición, ya es una evidencia. Marruecos, favorecido en sus intenciones por su papel estelar de “policía” de la Unión Europea para frenar la inmigración y controlar el terrorismo, ha decidido tomar el mando de la frontera y aplicar una política ajustada a sus objetivos anexionistas a largo plazo (recuerden el humíllate cierre de la aduana comercial de Melilla). Hemos entrado en una nueva fase. Ceuta, sin discutir la legitimidad que sobre esta cuestión asiste a un país soberano, debería haber exigido al Gobierno español la negociación de un nuevo marco de relaciones que respetara nuestros intereses y preservara nuestra dignidad (eso se pretendía con la fallida manifestación). No ha sido así. El estado español nos ha vilipendiado. La descarada y descarnada sumisión a Marruecos nos ha situado en una posición de insultante insignificancia. Pero lo peor ha sido la respuesta del pueblo de Ceuta. Hemos agachado la cabeza en una demostración de indignidad imposible de justificar. ¿Por qué sucede esto?

“Según mi forma de ver las cosas, quien quiere opinar públicamente de política debe hacerlo desde el fango y la trinchera, no desde la aséptica atalaya de la teorización. Quiero decir con esto que he dejado de publicar porque he decidido no participar más en la vida política de Ceuta”

Ceuta ha llegado a la conclusión de que no tiene solución. Y por tanto, no merece la pena emprender ninguna lucha que ya se sabe perdida de antemano. La “mitad” afortunada, compuesta en su inmensa mayoría por empleados públicos muy bien retribuidos y mejor bonificados, es consciente de que el futuro de Ceuta ya está escrito y es indefectible; pero al mismo tiempo están convencidos de que el desenlace no coincidirá con su ciclo vital, de modo que se han acomodado a vivir en una “jaula de oro” (aislándose lo mejor posible de una realidad que detestan) en la que satisfacen decorosamente su vida privada mientras planean y ejecutan (total o parcialmente, mediata o inmediatamente) su futuro en otras latitudes. No existe la menor conciencia de “pertenencia al grupo”. No existe grupo alguno. Reflexionemos sobre la pregunta fatídica: ¿Cuántos “ceutíes” se quedarían a vivir en Ceuta si sus ingresos fueran en cualquier otro lugar de España idénticos a los que perciben aquí actualmente? La respuesta sincera es la tragedia de Ceuta. Se perdió el sentimiento. La nómina es ya el único y el último cordón umbilical.
El colectivo musulmán, la otra “mitad” de Ceuta, también vive (desde la resignación) adaptado al estatus vigente. A pesar de las evidencias que demuestran que Ceuta descansa sobre una estructura social fuertemente jerarquizada, en la que impera el principio de desigualdad que se corresponde con una situación de dominación de un grupo sobre otro (racismo estructural); se carece de la conciencia política suficiente para impugnar el sistema. Una instintiva comparativa de niveles de bienestar, tanto retrospectiva (sus antepasados) como geográfica (sus vecinos) arroja resultados sobradamente favorables como para impulsar un duro e incierto proceso de cambio (al menos esta generación).
Aunque desde un origen dispar y siguiendo caminos muy diferentes, todos hemos terminado recalando en el mismo yermo de esperanzas muertas. En Ceuta nadie está dispuesto a invertir ni un minuto de su tiempo en cambiar nada. No hablemos de hacer algún sacrificio. El empobrecimiento de la vida política infunde pavor. El nivel del debate público provoca sonrojo. Nuestra vida pública se ha reducido a una miserable gestión de menudencia de ínfimo alcance. Ni una sola causa noble en la que creer. Ni un anhelo ilusionante por el que luchar. Ni una brizna de grandeza. El imperio de la mediocridad nos ha convertido en una ciénaga de decrepitud. Ceuta se nos escurre entre las manos, mientras nosotros nos afanamos en protagonizar una estéril y fatigosa refriega disputada en el limbo de la trivialidad. En este contexto, dominado por una sordidez extrema, me siento como un extraño que no puede aportar nada. Mis ideas sobre Ceuta están absolutamente desubicadas. Podría seguir “luchando” indefinidamente por pura inercia. Pero no sería honesto conmigo mismo. Parafraseando a Celtas Cortos cuando cantan ‘20 de abril’, podría decir: “La política (música) no me cansa, pero me siento vacío”. Mejor explorar nuevos horizontes más gratificantes y enriquecedores. Así pienso desde hace más de un año. Otra cosa diferente es cuándo y cómo hacerlo. Las personas que elegimos libremente participar en proyectos colectivos asumimos una disciplina que no debemos quebrar caprichosamente. Las decisiones del grupo nos vinculan. El mal resultado electoral de Caballas (no haber sido elegido concejal) supone una cierta liberación en el plano individual; pero mientras mi partido (Caballas) se mantenga vivo y activo, yo formaré parte de él, y entregaré cuanto de mí demanden mis compañeros. Dicho de otra manera, debo hacer compatibles mis deseos con mis principios. Mi propósito es claro y conocido; y se irá materializando en el tiempo en la medida que las circunstancias aconsejen y la organización decida. Pero escribir el ‘Dardo de los Jueves’ sólo depende de mí. Por esa razón ya lo he dejado. No sin una sensación de imprecisa melancolía.
Una última consideración. Triste. My triste. Pero muy determinante en mi decisión. A mi modo de ver, la Ceuta de la era democrática debía librar tres batallas cruciales para ganar el futuro. El trinomio de la esperanza. Autonomía. Economía. Interculturalidad. La primera relacionada con nuestra “naturaleza” política. La españolidad de Ceuta debería estar afianzada y garantizada en el nuevo marco constitucional que diseñaba el Estado de las Autonomías. Luchamos por la aplicación de la Disposición de la Transitoria Quinta. Hasta la extenuación. Y fuimos implacablemente laminados. El segundo gran reto era la implantación de un modelo económico alternativo, adaptado a las coordenadas económicas y geopolíticas impuestas por los nuevos tiempos. Hemos fracasado estrepitosamente. La correlación entre enemigos y aliados era de una asimetría tan brutal que ya de inicio se antojaba como una quimera. Si a ello sumamos los errores propios, que han sido muchos y abultados, el éxito era un imposible. El tercer y último nudo gordiano de nuestro porvenir no se dilucidaba en espacios ajenos, ni requería la intervención de actores terceros. Ceuta se enfrentaba a la necesidad /reto de cohesionar un cuerpo social paritario integrado por dos culturas presentes en dimensiones prácticamente similares. Dicho de otra manera, la tercera pata del trípode que debería sostener el futuro de Ceuta era la interculturalidad. Para contribuir activamente a construir una Ceuta basada en la interculturalidad, como seña de identidad por excelencia, surgió Caballas. Éramos (hace casi diez años) muy conscientes de la terrible dificultad que entrañaba esta empresa. No importaba. Estábamos dispuestos a asumir el coste y el desgaste político, personal y social que fuera preciso. Y así los hemos hecho. Era una utopía. La utopía es el límite de la realidad. Es hermoso y estimulante luchar por ideales imposibles, bajo la condición de que estén sujetos al principio de realidad. Pero la interculturalidad en Ceuta ya no es una utopía, se ha situado claramente en el terreno de la irrealidad. Las personas que abrazan este principio son tan escasas que carece de la “masa crítica” suficiente para mantenerlo como un vector de referencia o influencia en la vida política. Las loables actitudes individuales (que las hay) apenas quedan como efímeros testimonios en la memoria de las causas perdidas. Los repliegues identitarios (sendos) se perciben cada vez con más nitidez y de forma más intensa entre la gente joven. Ceuta se ha conformado como un ensamble precario de dos universos herméticos con sus claves propias cada uno de ellos, y cuyo espacio de intersección se estrecha paulatinamente, ante una complacencia generalizada que anula toda causa unitaria. La gente de Ceuta es consciente de que tenemos que vivir juntos, pero no queremos hacerlo “mezclados”.
Todas las banderas que enarbolé con entusiasmo se han roto definitivamente. La Ceuta de dos mil diecinueve es un territorio anacrónico de naturaleza política indefinida y extravagante, cuya soberanía está amenazada de muerte por un país extranjero con la anuencia del estado español y la complicidad vergonzante de sus habitantes; incapaz de subsistir por sus propios medios, sostenida con generosos fondos públicos para evitar una “fuga masiva”; y dividida en dos mitades irreconciliables que se toleran pero no se entienden; en un decadente tránsito hacia un lúgubre final que ya comienza a esbozarse. Ha llegado el momento de asumir la derrota.

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Vota Caballas https://elfarodeceuta.es/opinion-vota-caballas/ https://elfarodeceuta.es/opinion-vota-caballas/#comments Thu, 23 May 2019 04:54:59 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=404146 La democracia es un proceso complejo y continuo de toma de decisiones colectivas, en el que intervienen una multiplicidad de factores en diversos grados de intensidad y dirección. Por ello no resulta sencillo emitir un voto. En un país como el nuestro, en el que sólo está asentada la democracia formal (la cultura democrática está […]

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La democracia es un proceso complejo y continuo de toma de decisiones colectivas, en el que intervienen una multiplicidad de factores en diversos grados de intensidad y dirección. Por ello no resulta sencillo emitir un voto. En un país como el nuestro, en el que sólo está asentada la democracia formal (la cultura democrática está en estado embrionario), es muy poco frecuente que el voto sea la conclusión de un proceso reflexivo. Es más bien el fruto de una intuición, o bien momentánea, o bien provocada por una impresión (o sensación) fugaz. No es fácil comprender las razones por las que una persona elige una opción determinada. Pero lo que sí es evidente es que en su inmensa mayoría no obedece a un análisis previo de (casi) nada. Se podría decir que hemos convertido la democracia en una singular versión del juego de la “gallinita ciega”. Nos dejamos una venda puesta en los ojos y tanteamos, convencidos de que como “todos son iguales” no corremos riesgo alguno si cometemos un error. Este es un mantra infalible que agota la vía racional. Esta forma de entender y practicar la democracia no es inocua. Siempre tiene un coste. Lo que sucede es que no siempre es el mismo. Lo tasa cada coyuntura.
El próximo domingo, los ceutíes tenemos que votar para definir la Asamblea que regirá nuestros destinos durante cuatro años. Es una decisión difícil y comprometida porque afrontamos un periodo muy inquietante. Convendría que la sociedad ceutí elevara la vista para divisar el horizonte. Ahora, más que en otras ocasiones, se requiere altura de miras. Hoy más que nunca es necesario votar con calma. Eso significa orillar filias y fobias, aparcar intereses particulares (por legítimos e importantes que puedan parecer), borrar del escenario todo lo accesorio (que es mucho, muy difundido y excesivamente sobredimensionado), sortear todos los señuelos electorales; y concentrarnos en buscar la verdad de nuestro pueblo. Pensar y votar desde la grandeza y el orgullo se sentirnos ceutíes.
La historia reciente de Ceuta está jalonada de humillaciones y frustraciones que nos han ido desgastando paulatinamente hasta la desesperanza y la resignación. La prueba más evidente de esta derrota política en toda regla es la debilidad extrema del “localismo”. Este fue un movimiento político de gran vigor e influencia fundamentado en la idea de que “sólo los ceutíes unidos podremos resolver nuestros grandes y graves problemas” (la lucha por aplicar la Transitoria Quinta y constituir Ceuta en Comunidad Autónoma fue su principal, aunque no único, exponente). Aquel grito surgió como una reacción de rebeldía, cuando comprobamos que los partidos políticos de implantación nacional, que se alternaban en el Gobierno de la Nación, habían pactado tratar a Ceuta como una “cuestión de estado” (un eufemismo que quiere decir que todo lo relacionado con Ceuta debe ser consultado previamente y “autorizado” por Marruecos). Quedamos relegados a la condición de incómoda reliquia que se trata con delicadeza (para evitar conflictos) pero sin el menor interés. La imponente fuerza del estado logró derrotar a la dignidad de nuestro pueblo y terminamos asumiendo que no había posibilidad alguna de revertir ese pacto. Sólo nos quedaba intentar que el decadente proceso de extinción fuera lo más largo y decoroso posible.
Pero desde aquel momento la situación no sólo no ha mejorado, sino que ha empeorado ostensible y sustancialmente. Todos los nuevos ingredientes de la relación entre España (Europa) y Marruecos han fortalecido la posición de Marruecos en detrimento de los intereses de Ceuta. La alianza para contener la inmigración; el control del terrorismo internacional; y la notable intensificación de los flujos económicos; han terminado de despejar todas las dudas, si es que alguna vez hubo alguna. La redefinición del mapa político español, una vez desbordado el bipartidismo, no ha aportado absolutamente nada en este sentido. Los nuevos partidos políticos ni siquiera se han tomado la molestia de analizar esta cuestión y adoptar una posición clara, más allá de la rutinaria inercia que supone el seguidismo del “pacto el bipartidismo, vergonzantemente avalado por la monarquía”.
La conclusión es que los ceutíes seguimos estando solos. Como al principio. Pero en esta ocasión ante una tesitura más adversa. Marruecos, fortalecido y envalentonado, consciente de que España no opondrá la menor resistencia, ha iniciado el despliegue de su “plan de asfixia”. Todos sabíamos que este momento llegaría. Hacíamos como el avestruz (esconder la cabeza debajo del ala, como si lo que veíamos ante nuestros ojos no fuera verdad). Pero en nuestro fuero interno sabíamos que este momento era inevitable. Y efectivamente ha llegado. El punto que marca el inicio de esta nueva (y fatídica) fase, fue el cierre unilateral de la aduana comercial de Melilla. Una vejación inconcebible sino es fruto de un acuerdo opaco. El lenguaje diplomático es sencillo, discreto y gestual, pero igualmente contundente. Marruecos, firme, anunció: “se acabó la fiesta”. Y España respondió como un lacónico: “ok”. Las coordenadas han cambiado. Entramos en una nueva etapa que va a modificar de manera fundamental el devenir histórico de Ceuta.
Los ceutíes tenemos que interrogarnos introspectivamente para decidir cómo responder a este nuevo desafío. Porque este es el nudo gordiano del futuro. Y la única respuesta para quienes sigan queriendo a esta tierra (y no se hayan evadido ya psicológicamente) es la revitalización del localismo. Ceuta debe recuperar el espíritu reivindicativo, el orgullo, la combatividad y la pasión por defender nuestra dignidad de pueblo. La experiencia nos enseña que disimular, esconderse, llorar, rogar o dar lástima no conduce más que a la más insultante marginación. Ceuta se tiene que levantar. Alzar la voz. Reclamar sus derechos constitucionales. Esto no está al alcance las “siglas grandes”, condicionadas por hipotecas impagables y supeditadas a otros intereses muy distantes de Ceuta. En las elecciones del domingo decidimos qué tipo de asamblea queremos. Podemos optar por una dócil, sumisa y favorable a los intereses soberanistas de Marruecos; o por una asamblea luchadora y comprometida con el porvenir de Ceuta. Del peso específico que tenga el localismo en la institución en la que reside nuestra soberanía va a depender su naturaleza y acción. Por eso, lo más inteligente y útil para Ceuta y su futuro es votar a Caballas.

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Una campaña decepcionante https://elfarodeceuta.es/opinion-campana-decepcionante/ https://elfarodeceuta.es/opinion-campana-decepcionante/#comments Thu, 16 May 2019 04:50:58 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=401809 La democracia se vacía de contenido irremediablemente. Son muchos los pensadores que vaticinan el fin de la democracia como modo preeminente de gestionar la sociedad. Un breve paréntesis de apenas trescientos años que quizá tenga los días contados. Quienes así opinan consideran que esta inteligente manera de organizar la vida en común no ha sido […]

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La democracia se vacía de contenido irremediablemente. Son muchos los pensadores que vaticinan el fin de la democracia como modo preeminente de gestionar la sociedad. Un breve paréntesis de apenas trescientos años que quizá tenga los días contados. Quienes así opinan consideran que esta inteligente manera de organizar la vida en común no ha sido capaz de adaptar sus principios y fundamentos a los profundos cambios que se están produciendo en este tiempo. La ciudadanía tiene la percepción de que los auténticos centros de poder están en ignotos lugares inaccesibles. El concepto de “soberanía popular” sobre el que se construye la democracia está cada vez más desfigurado. Son ya demasiados los síntomas que avalan esta tesis. El debate de ideas que debe articular los procesos democráticos ha desaparecido. Son muy pocas las personas que emiten su voto de manera reflexiva. En su lugar se ha terminado implantado un sucedáneo inspirado por las claves de una competición meramente gestual. Vivimos bajo el imperio de las emociones y los instintos. Una especie de involución moderna que amenaza con pulverizar todos los avances de la ilustración. Eso sí, desde un confort tecnológico impensable. Cuando se dice (con razón) que la política ha dejado de interesar, y a ella ya sólo se dedican los mediocres o buscavidas, lo que en realidad se está diciendo es que la democracia está herida de muerte.
No resulta sencillo encontrar las causas de tamaño despropósito colectivo. Entre otros motivos porque el ocaso de la democracia es un fenómeno de enorme complejidad, de desarrollo muy heterogéneo e influido por infinidad de factores que interactúan en múltiples direcciones. Pero lo que sí parece indiscutible es que cada vez es más patente.
La campaña electoral que estamos viviendo en Ceuta es un claro ejemplo. Ceuta se encuentra en una encrucijada. A nuestros añejos problemas estructurales con los que ya convivimos resignadamente, se ha añadido el importante cambio cualitativo de la política de Marruecos respecto a nuestra Ciudad. Estamos ante un nuevo escenario, muy inquietante, que nos obliga a todos a reordenar las bases de nuestro proyecto de Ciudad. Ceuta no puede seguir fosilizada en lo económico, tratada como una reliquia en el ámbito político-institucional, socialmente desvertebrada y psicológicamente colapsada. Ante esta tesitura cabria esperar que una campaña electoral que va a terminar por decidir quién asume la responsabilidad de afrontar un reto de esta magnitud, fuera un intenso, profuso y apasionado debate sobre todas las cuestiones trascendentales que se están dilucidando . Ni por asomo.
La más plúmbea mediocridad se ha apoderado de nuestra vida política. Una histriónica orgía de irracionalidad. Los discursos y argumentos vertidos en esta campaña son de tal inanidad, de tan ínfima consistencia, que sólo pueden inspirar un bochorno infinito. Entre lugares comunes mal empleados, desafortunadas ocurrencias escasamente originales y ridículos improperios diseñados para la ocasión, el tiempo transcurre anodinamente, mientras el electorado, ajeno por completo a este “juego de políticos”, ya ha pensado a quién votará por motivos que, evidentemente, nada tienen que ver sobre la forma de acometer el futuro incierto que nos aguarda.
Queda una duda por resolver. ¿Se han contagiado los partidos políticos de una ciudadanía fatalmente omisa y descreída; o han sido los partidos políticos los que, renunciando a su función pedagógica, han provocado este estado de catatonia en el que se encuentra inmersa la sociedad ceutí? En cualquier caso, la realidad es penosamente decepcionante.

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Convivencia y desvergüenza https://elfarodeceuta.es/opinion-convivencia-desverguenza/ https://elfarodeceuta.es/opinion-convivencia-desverguenza/#comments Thu, 09 May 2019 03:50:36 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=399261 Uno de cada cuatro ceutíes de los que fueron a votar el pasado día veintiocho (nueve mil personas) depositaron su confianza en la extrema derecha para gobernar el país. El dato es aterrador. Para comprender en su justa medida la dimensión de esta tragedia, basta con reproducir algunos de los pronunciamientos del partido portador del […]

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Uno de cada cuatro ceutíes de los que fueron a votar el pasado día veintiocho (nueve mil personas) depositaron su confianza en la extrema derecha para gobernar el país. El dato es aterrador. Para comprender en su justa medida la dimensión de esta tragedia, basta con reproducir algunos de los pronunciamientos del partido portador del odio tan bien tratado en las urnas locales. “La violencia machista no existe”. “El islam es enemigo de la vida”. “En Ceuta ha ganado el voto antiespañol”. No es necesario extenderse en exceso en explicar las nefastas consecuencias que esta manera de (no) pensar puede acarrear a una Ciudad como Ceuta (sostenida sobre un frágil equilibrio). Sin embargo, sí resulta interesante analizar las causas que nos han llevado hasta aquí (el borde del abismo).
Empezaremos por decir que Ceuta ha registrado el índice de apoyo a la extrema derecha más elevado de toda España. Con mucha diferencia. La media se ha situado en el diez por ciento. Nos separan unos escalofriantes catorce puntos.
Los motivos de la irrupción de la extrema derecha en España están muy estudiados, y con algunos matices diferenciadores, existe una amplia coincidencia en señalar el repliegue identitario ante el fenómeno de la inmigración (ola Trump, Salvini o Bolsonaro) y el conflicto territorial de Cataluña como factores desencadenantes de la emancipación del fascismo del que, hasta ahora, había sido su refugio (el PP). La lógica sintonía con la tendencia del conjunto del país explica un diez por ciento.
A esta base común habría que añadir el plus que otorga la condición de “Ciudad de derechas de toda la vida” (no en vano llevaba treinta años votando al PP). Para calibrar este segundo tramo tenemos Melilla como referencia por sus evidentes similitudes. En la Ciudad hermana el voto a Vox alcanzó el dieciséis por ciento. Es decir ese substrato ideológico consolidado durante décadas aporta un seis por ciento al resultado global. ¿Y el resto? ¿A qué se debe ese enorme diferencial cifrado en un ocho por ciento?
El auge de Vox en Ceuta es directamente imputable a Juan Vivas. Hace ya algún tiempo (concretamente desde la manifestación de “Ceuta Insegura”), el todavía longevo Presidente de la Ciudad, llegó a la conclusión de que la gente de Ceuta que formaba parte de su base social (la Ceuta profunda) exigía “mano dura”. Con la fe del converso, decidió traicionar su forma de concebir y dirigir Ceuta, hasta entonces basada en la moderación, el diálogo y el entendimiento, y se lanzó a tumba abierta por la senda del fanatismo reaccionario. Desde ese instante, conservar el poder se ha convertido en una obsesión enfermiza. Fue advertido en incontables ocasiones de que legitimar públicamente el argumentario de la extrema derecha no lo llevaría a recuperar la credibilidad perdida, sino todo lo contrario, a fortalecer las opciones fascistas. No quiso oír. Ya no oye a nadie. Y así el Gobierno entró en una dinámica de esquizofrenia institucional de oprobiosas consecuencias. Pondré solo dos ejemplos. El Gobierno (con mayoría absoluta, no lo olvidemos) pregonaba a voz en grito que “Ceuta está llena de asentamientos ilegales” y que “la situación de los MENA nos ha desbordado y además nos estamos gastando el dinero que tendríamos que destinar a políticas sociales”. Dicho de otro modo, se hacían la oposición (de extrema derecha) a sí mismos. La conclusión del sector de opinión al que iba dirigido este mensaje estaba servida. Si estos, con mayoría absoluta, no son capaces de resolver tan lamentable situación, tendrán que venir otros más valientes, decididos y “sin complejos” a tomar las riendas. Es ni más ni menos lo que está pasando.
Ahora este hecho no es una conjetura sino que tiene su traducción aritmética. Vox ha superado en votos al PP. Y esto obliga a recalcular la ruta. Con urgencia y precipitación. El PP, convertido en un simple utensilio al servicio de los intereses personales de Juan Vivas, ha perdido toda referencia intelectual y moral. Despojado de cualquier vestigio de interés general, ajeno por completo al destino de Ceuta y huérfano de principios, su único objetivo es mantener la Presidencia. Para ello Vivas ha diseñado dos escenarios posibles, para los que trabaja denodada y simultáneamente. Uno. En el caso de que logre superar a Vox, pactará con este partido. Lo hará mintiendo (como en Andalucía), fingiendo un distanciamiento que no es tal. Con esta finalidad ha confeccionado su lista electoral. Ha conservado dos puntos de conexión con el entorno más tradicional, ha incorporado un reconocido islamófobo, y ha laminado al resto para poder justificar un “borrón y cuenta nueva” que los neófitos filonazis le van a exigir para poder justificar su apoyo. Dos. En el caso de que Vox supere al PP, aparecerá como “luchador contra el peligro de Vox”, y gestionará (ya lo está haciendo) un pacto con Ciudadanos y MDC (en el supuesto de que juntos puedan sumar trece). Son dos partidos cuya indefinición y volubilidad constituyen su propia razón de ser. Capaces de defender una cosa y su contraria sin inmutarse. Vivas, un artista en las distancias cortas, se los “merendará” en un santiamén. Si aún así la suma no alcanza, incluso podría añadir al PSOE, cuyos nuevos dirigentes están ávidos por “pisar moqueta”.
Hasta aquí su estrategia. No es criticable. Cada cual tiene derecho a hacer lo que crea más conveniente para lograr sus objetivos. Puede ser reprobable desde otros puntos de vista; pero nada más. Otra cosa bien diferente son los medios que está utilizando para lograr sus fines. ¿El fin justifica los medios? Eterno dilema.
Es obvio que el discurso de Vox es altamente tóxico para Ceuta. Y también que todos los demócratas ceutíes tenemos la obligación (al menos ética) de combatirlo con firmeza y determinación. Sin embargo esto no se ha producido. Sólo Caballas se ha enfrentado abiertamente al discurso del odio. El resto de partidos políticos lo ha hecho de manera muy tibia, casi de soslayo, con eufemismos y evasivas. Vivas se ve en la necesidad de ser crítico con Vox, pero al mismo tiempo no quiere “enfadar” a su legión de seguidores porque, no en vano, todos han sido votantes suyos. Y ahí está ideando un relato que le permita hacer un punto de embrague entre los principios (defender la convivencia) y sus mezquinos intereses (recuperar los votos de Vox). La fórmula que ha elegido (ya ensayada en otras ocasiones) consiste en ampliar el círculo de la crítica para difuminarla y no asumir un ataque directo a sus posibles socios y aliados. Para ello ha decidido poner en el mismo plano a Vox y a Caballas. Ambos, a juicio de Vivas, quieren romper la convivencia en Ceuta. El mero hecho de atreverse a hacer semejante aseveración mide la insondable profundidad de su desvergüenza.
Juan Vivas conoce perfectamente a todas las personas que forman parte de Caballas. Desde hace muchos años. Más allá de la opinión que a cada cual le merezca este partido político, su trayectoria de defensa a ultranza de Ceuta, de su españolidad y de su interculturalidad, está fuera de toda duda. Caballas ha desempeñado (y lo seguirá haciendo) un papel esencial en la construcción de un espacio de convivencia común entre todos los ceutíes. Es iniscutible. Hasta los enemigos más acérrimos de Caballas le reconocen su inequívoco compromiso con la convivencia. Por eso la pirueta dialéctica del PP de Vivas flirtea con el ridículo. Y nos lleva a preguntarnos dónde están los límites de la mentira. Todo el mundo sabe que en el debate político, y especialmente en campaña electoral, existe un amplio margen para la exageración y la estridencia, para las medias verdades o las mentiras. Todo, o casi todo, vale para desgastar al contrario o buscar un voto perdido. Pero incluso esta dinámica tiene (o debe tener) un límite. Existen unas reglas no escritas a las que todos debemos sujetarnos porque el riesgo de vulnerarlas es “romper definitivamente el tablero de juego”.
Infunde pena y tristeza ver al ya amortizado Presidente del PP como la viva imagen de la decrepitud desesperada, balbuceando consignas tan huecas como fingidas, ataviado con la más rancia hipocresía, tambaleándose hacia un infame ocaso.

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Caballas https://elfarodeceuta.es/caballas-6/ https://elfarodeceuta.es/caballas-6/#comments Thu, 02 May 2019 02:08:01 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=396874 Se cumplen nueve años desde que irrumpió en la vida pública de nuestra Ciudad, un proyecto político innovador, fundamentado en la idea de que Ceuta solo tiene futuro desde la plena asunción de su irreversible interculturalidad. Se puede decir, sin temor a la exageración, que las personas que fundaron Caballas decidieron asumir las consecuencias de […]

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Se cumplen nueve años desde que irrumpió en la vida pública de nuestra Ciudad, un proyecto político innovador, fundamentado en la idea de que Ceuta solo tiene futuro desde la plena asunción de su irreversible interculturalidad. Se puede decir, sin temor a la exageración, que las personas que fundaron Caballas decidieron asumir las consecuencias de un duro sacrificio por amor a su tierra.

Más allá de una verdad oficial impostada, e incluso de la realidad virtual que suponen los deseos (o delirios) por bienintencionados que sean, todos los ceutíes, desde nuestra más íntima y honesta sinceridad, somos planamente conscientes de que aún estamos muy lejos de lograr un espacio común en que el conjunto de la ciudadanía se pueda sentir identificada como un sujeto político con entidad propia. La división es más que evidente. El único nexo de unión real es la resignación. La coexistencia se interpreta como una condena. Aunque bien es cierto que las actitudes individuales reflejan una infinidad de matices diferenciadores.

Existen muchos ceutíes convencidos y concienciados de que es preciso caminar juntos. Aunque siguen siendo mayoría quienes rehúsan la interculturalidad secuestrados por sentimientos o instintos muy primarios que anulan la razón. El problema surge cuando los primeros permanecen ocultos en el silencio de la indiferencia, mientras que los segundos exteriorizan con vehemencia una letal aversión mutua. La conclusión es que el recelo y la desconfianza marcan la dinámica social. En este contexto, quien se posiciona voluntariamente en la intersección corre el inevitable riesgo de concitar la doble enemistad. En ese peligroso lugar habita Caballas. Cosechando ataques, incomprensiones y odios de quienes se resisten a construir una Ciudad en la que el respeto (asumido a regañadientes desde la incomodidad) termine por trascender hasta el afecto muto (germen de la convivencia gratificante). No es fácil. Nada fácil. Caballas está siempre en el centro de toda polémica. Las agresiones son estridentes y permanentes. Revestidas de argumentos falaces que, tras una apariencia de “crítica política normal”, lo que en realidad esconden es la intención de liquidar un proyecto que representa aquello que más detestan o les inquieta. El triunfo de Caballas significa la derrota de las “dos Ceutas”. Y no lo pueden permitir. Por ese motivo la feroz animadversión alcanza cotas a veces insoportables. Los militantes activos y conocidos de Caballas (y sus familias) son auténticos héroes que sufren en su vida personal un constante hostigamiento. Una presión muy difícil de aguantar. Es justo hacerles un reconocimiento público por su entrega a la causa más noble que se pueda defender en Ceuta en este tiempo. A los que están y a los que estuvieron. Cada minuto aportado es de gran valor para el futuro de esta Ciudad. Lo que se conoce como el establishment, que no es otra cosa que la estructura de poder dominante, ha fijado como un objetivo inmediato la extinción de un partido político que impugna la concepción arcaica y colonial de Ceuta. La extensión de su ideario es el fin de los privilegiados por el poder. Y no están dispuestos a que esto suceda. No han escatimado ni escatimaran medios para tan anhelada destrucción. Todo aquello que pueda perjudicar a Caballas, por nimio que sea, es incentivado, promocionado, potenciado y festejado con júbilo y profusión. La lucha es muy desigual. Ellos tienen todo. Dinero, medios de comunicación, instituciones, policías, tribunales de justicia… Nosotros, solo ideas, voz y ganas de luchar por nuestra gente y nuestra tierra. Es posible que terminen venciendo. Pero tendrán que hacerlo enterrándonos. Mientras nos quede un hálito de vida nos mantendremos en pié defendiendo este ideal. Cubiertos de cicatrices. Hemos aprendido a sufrir injusticias, a convivir con la ingratitud y la decepción, a gestionar la frustración y el desánimo, a cometer errores, a asumir contradicciones. Seguimos creyendo en Ceuta. Seguimos soñando. Siempre, lo mejor es soñar.

El próximo día veintiséis de mayo se celebran elecciones municipales. Otro nuevo nudo gordiano de este largo y tortuoso trayecto que es la historia reciente de Ceuta. Una nueva oportunidad democrática. En una coyuntura aún más adversa. La radicalidad que ha introducido el auge de la extrema derecha está favoreciendo el hermetismo y el distanciamiento entre comunidades. Que tiene un claro reflejo en el mapa político. La intensidad aporta nitidez. El panorama se ha despejado. Unos partidos políticos (concretamente cuatro) han optado por desertar, rechazando todo tipo de compromiso, y adornando con eufemismo o lugares comunes una actitud pasiva vergonzante que los pone a salvo del vértigo y del enfrentamiento (indolentes profetas de lo accesorio). De hecho ya sólo quedan visibles dos proyectos de Ciudad distanciados por seiscientos años. La Ceuta de mil cuatrocientos quince sostenida por el PP (y su versión más disruptiva encarnada en Vox), que propugna una Ciudad culturalmente monolítica en el espacio público, sustentada en una relación entre comunidades impermeablemente jerarquizada (una dominante y otra subordinada); y la Ceuta del siglo veintiuno defendida por Caballas, basada en el reconocimiento de la interculturalidad, dotada con unas señas de identidad propias inspiradas en valores y principios fruto de la fusión entre las diversas culturas que la integran en plano de igualad, exenta de relaciones de opresión y configurada desde la solidaridad fraternal entre todos los ceutíes. Dos concepciones de Ceuta radicalmente contrapuestas contendiendo por marcar sus pautas. Una batalla tan dura como desigual. Pero la libraremos, pletóricos de fuerza e ilusión. Eses es el espíritu de la gente de Caballas.

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Palizas a menores https://elfarodeceuta.es/palizas-a-menores/ https://elfarodeceuta.es/palizas-a-menores/#comments Thu, 25 Apr 2019 02:02:05 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=394583 No hay peor calamidad que la indiferencia. Entre otros motivos porque la indiferencia nunca es neutral. Más bien al contrario, es una forma vergonzante y sibilina de complicidad con el mal. Por ese motivo es preciso denunciarla siempre. Sobre todo cuando se produce de forma clamorosa ante hechos espeluznantes. Así ha sucedido (a modo de […]

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No hay peor calamidad que la indiferencia. Entre otros motivos porque la indiferencia nunca es neutral. Más bien al contrario, es una forma vergonzante y sibilina de complicidad con el mal. Por ese motivo es preciso denunciarla siempre. Sobre todo cuando se produce de forma clamorosa ante hechos espeluznantes. Así ha sucedido (a modo de brutal paradoja) durante esta Semana Santa, con la información relativa a las denuncias interpuestas ante la fiscalía por unas presuntas palizas propinadas a menores no acompañados por personas desconocidas armadas con diversos objetos contundentes. De manera corrosivamente indecente este hecho no ha suscitado el menor comentario. Nadie parece haber mostrado ningún interés en que se esclarezca una atrocidad que, cometida en la distancia por otros protagonistas, nos habría escandalizado hasta el paroxismo. Habrá que preguntarse el por qué.
Ceuta es una Ciudad hipercomunicada. Una población de apenas ochenta y seis mil habitantes dispone de una amplia red de medios de comunicación (dos periódicos, con sus versiones digitales correspondientes, cuatro emisoras de radio, siete diarios digitales y un canal televisión) a la que es preciso añadir las redes sociales. Aquí se opina frenéticamente. El espacio público de comunicación se ha ido devaluando progresivamente con el concurso de todos hasta convertirse en un gigantesco remolino de cotilleos sobre las más variadas fruslerías. No se discrimina. Los partidos políticos participan muy activamente de este proceso de degeneración. Así se emiten comunicados y pronunciamientos con tintes de ridícula trascendencia sobre cualquier nimiedad. Todo el mundo opina de todo. Precisamente por eso resulta más extraño y llamativo que una noticia de ese calado moral haya pasado inadvertida. Que se estropee un ascensor es motivo de una fuerte polémica que desata toda suerte de comentarios. Sin embargo, que un grupo de individuos agreda con palos a menores de edad desvalidos por el mero hecho de serlo, se asume como un tema menor, o lo que es peor, como algo normal… y hasta bueno.
Este es un síntoma inequívoco de la degeneración ética que está sufriendo Ceuta. Estamos incursos en un proceso de deterioro de los valores y principios democráticos que ya empieza a ser excesivamente preocupante. Y por ello es preciso seguir haciendo hincapié en la necesidad de frenar esta deriva involucionista, promoviendo la reflexión, el examen de conciencia colectivo y la militancia activa y combativa en el bando de la solidaridad.
Resulta evidente que en Ceuta hay muchísimas personas a la que este tipo de acciones les indignan y les provocan una insufrible repugnancia. Pero no lo expresan. Prefieren un silencio anónimo y exento de compromiso; a significarse públicamente frente a la ola de insolidaridad que crece por momentos, apabulla, y amenaza con implantar un nuevo sentido común alumbrado por el egoísmo feroz como idea (o sentimiento) motriz. Anida peligrosamente en la conciencia el convencimiento de que defender los derechos humanos (y en concreto los derechos del menor) supone ir a contracorriente. Miedo al ostracismo.
Este tipo de situaciones corroboran las predicciones que venimos haciendo sobre el peligro de la expansión de la extrema derecha. Su consecuencia más grave es el cambio de mentalidad que está provocando a marchas forzadas. Hoy existe una creencia generalizada de que la inmensa mayoría piensa así. Esto explica la actitud cobarde de todos los partidos políticos en este caso. Ni uno sólo se ha pronunciado exigiendo que la justicia actúe con diligencia y rigor para que los presuntos malhechores sean debidamente sancionados. Si le preguntamos en privado a cada uno de los responsables de las distintas fuerzas políticas, todos responderán sin titubeo que se trata de una barbaridad que no se puede consentir. Sin embargo, públicamente, solo se ha producido un silencia atronador. Todos los partidos tienen la certeza de que “defender” públicamente a los menores no acompañados tiene un elevado coste electoral que nadie está dispuesto a asumir (menos aún en vísperas de dos elecciones). Dicho de otro modo, todos los dirigentes políticos están convencidos de que la sociedad ceutí, en su conjunto, aplaude cualquier acción (por violenta que sea) en contra de los menores no acompañados. Una auténtica tragedia.
El contexto es asfixiante. Es más que probable que no estemos tomando conciencia del verdadero alcance de esta radical transformación de nuestros valores, tal y como le sucedió a los alemanes que favorecieron, apoyaron o sostuvieron el régimen nazi en su día. Una sociedad que se muestra indiferente (cuando no complaciente) ante un apaleamiento a menores de edad, es una sociedad terriblemente enferma. Quizá agonizante. ¿Dónde vas, Ceuta?

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Desastre seguro https://elfarodeceuta.es/opinion-arostegui-desastre-seguro/ https://elfarodeceuta.es/opinion-arostegui-desastre-seguro/#comments Thu, 18 Apr 2019 02:10:47 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=392762 Ceuta se enfrenta a un dilema existencial. Las dos próximas contiendas electorales, que se van a celebrar en menos de un mes, van a marcar de manera muy determinante, acaso definitiva, el rumbo de nuestra Ciudad hacia el siglo veintiuno. Ceuta se está partiendo en dos mitades. Cada vez son más débiles los vínculos que […]

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Ceuta se enfrenta a un dilema existencial. Las dos próximas contiendas electorales, que se van a celebrar en menos de un mes, van a marcar de manera muy determinante, acaso definitiva, el rumbo de nuestra Ciudad hacia el siglo veintiuno. Ceuta se está partiendo en dos mitades. Cada vez son más débiles los vínculos que nos mantienen unidos. La quiebra del modelo económico (irremplazable), la grieta en el cuerpo social (creciente), y el provocativo aislamiento institucional (alarmante); amenazan letalmente nuestro modelo de convivencia, y con ello el proyecto político. La brecha se va ampliando de manera visiblemente grosera. De un lado la Ceuta acomodada de los empleados públicos. Del otro, la Ceuta precaria en grado sumo. Un contraste en modos de vida cuya tangencialidad lo hace insoportable. Pero es que además, esta funesta división económica y social no es culturalmente simétrica. Lo que añade un potente y preocupante factor de desestabilización.

En Ceuta conviven dos culturas; pero no en plano de igualdad. Una monopoliza la riqueza y otra la pobreza. Esta perversa fusión de desigualdades entrecruzadas y retroalimentadas es el germen de la extinción de nuestra condición de sujeto político. Porque convertir Ceuta en una colonia dos punto cero es destruirla. Nadie en su sano juicio puede pensar que en esto tiempos sea asumible un régimen de apartheid por muy edulcorado que se pretenda presentar. Y exactamente en este punto nos encontramos. Ceuta tiene que elegir entre puentes o muros. O reconstruimos los mecanismos de cohesión, no sólo económica, sino (y quizá fundamentalmente) también social y cultural, inspirados por un inequívoco sentimiento de solidaridad fraternal; o terminamos de cortar todos los lazos de conexión, abriendo un espacio de tensión dominado por un recelo mutuo de inquietantes consecuencias. Por eso estos inminentes procesos electorales tienen una dimensión diferente. No solo estamos eligiendo entre formas distintas de gobernar, sino entre formas distintas de concebir los fundamentos de la convivencia sobre los que queremos cimentar el futuro de Ceuta. Muros o puentes. Elección decisiva.

La derecha ya se ha definido con absoluta claridad. El PP ha optado por la Ceuta de los muros. Vox los lleva en los genes. Y Ciudadanos no es más que un colorido y vivaracho apóstrofe de su referente intelectual. Para comprobarlo basta con leer con detenimiento sus propios mensajes. Si hablan de política local, presumen de la obra de la Gran Vía, que se yergue como un obsceno muro de opulencia, retando de manera insultante a la Ceuta más vulnerable y depauperada. Si hacen balance de su gestión al frente de la nación, alardean de haber bajado los impuestos (aumento de la bonificación en el impuesto sobre la renta), que en nada incide en la vida de los que por no tener no tienen ni que declarar, y solo beneficia a las familias más pudientes. La derecha ha llegado a la conclusión de que le basta con buscar el apoyo de los suyos porque eso les garantiza el poder. La experiencia demuestra que la abstención es mucho mayor en los segmentos de población más desfavorecidos. Aspiran a ser la minoría mayoritaria aupada por la inhibición de una gran masa social descreída y conformista. Haciendo una angustiosa interpretación del viejo refrán “quién mucho abarca poco aprieta”, y mediatizados por la inusitada competencia interna, han roto amarras definitivamente con la solidaridad (ya ni siquiera disimulan) y se han lanzado a afianzar a su entorno más radical, o lo que es lo mismo, han revitalizado los postulados más retrógrados y se afanan en aplicarlos irresponsablemente en Ceuta. Su lema electoral es “valor seguro” porque va dirigido exclusivamente a su clientela; si fuera dirigido a Ceuta, lo correcto sería decir “desastre seguro”.

Por eso es tan importante para Ceuta que la derecha pierda estas dos elecciones. Es de una importancia capital frenar esta deriva suicida y recuperar la senda de la solidaridad.

Quienes de verdad queremos a esta tierra (tal y como es, tal y como somos) debemos hacer un sobreesfuerzo para movilizar a toda la población, desarrollar una intensa labor de pedagogía social para que la ciudadanía reflexione en profundidad (al margen de las emociones simples y del ruido ensordecedor de la propaganda interesada), y lograr que participe activamente en un proceso político con la naturaleza de (casi) constituyente. No es momento de decidir el voto en clave individual. La trascendencia de la encrucijada en que se encuentra Ceuta convierte el interés colectivo en la única prioridad decente. Un examen de conciencia honesto, desde las entrañas de la condición de ceutí, nos conduce una decisión inequívoca. No votar a la derecha es un imperativo ético.

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El trabajo sucio https://elfarodeceuta.es/el-trabajo-sucio/ https://elfarodeceuta.es/el-trabajo-sucio/#comments Thu, 11 Apr 2019 04:52:55 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=390399 El temporal no amaina. Más bien todo lo contrario. Arrecia por momentos ante el espanto de la sensatez, la perplejidad de la indiferencia y la algarabía de la inconsciencia. El PP se encuentra sumido en un estado de nervios que no sabe gestionar. Están demasiado acostumbrados a la victoria. Cada uno de los procesos electorales […]

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El temporal no amaina. Más bien todo lo contrario. Arrecia por momentos ante el espanto de la sensatez, la perplejidad de la indiferencia y la algarabía de la inconsciencia. El PP se encuentra sumido en un estado de nervios que no sabe gestionar. Están demasiado acostumbrados a la victoria. Cada uno de los procesos electorales que han afrontado en los últimos veinte años era una fiesta. Antes de votar ya se sabían vencedores. Las urnas en realidad solo servían para confirmar, puntual y reiteradamente, que el PP de Vivas era electoralmente imbatible. Gracias a esta cómoda posición, hegemónica y dominante, Vivas había logrado apaciguar, silenciar e invisibilizar el racismo impenitente de un sector más que considerable de la ciudadanía.
Aunque el racismo haya estado, y está, siempre presente e impregnando todas las relaciones sociales en el ámbito privado (con mayor o menor intensidad), al menos se había logrado pergeñar un discurso oficial democráticamente aseado inspirado en la inclusión y la convivencia. Es verdad que desprendía un fuerte e inevitable olor a cinismo. Pero al menos existía un planteamiento teórico desde el que diseñar una estrategia de aprendizaje social que pudiera germinar en un futuro en una sociedad intercultural basada en una identidad compartida exenta de racismo. Esta era la gran “Aventura de Ceuta”, el reto de los ceutíes en el siglo corriente. Un camino plagado de obstáculos, trampas y enemigos. La fidelidad a esta causa obliga a todos cuantos participan en la vida pública a preservar el consenso sobre la necesidad eludir cualquier asunto o controversia que pueda deteriorar la convivencia, provocar la división o instigar el enfrentamiento. La aplicación práctica de esta voluntad no resulta nada sencilla. Se han cometido errores casi a diario. Pero un cierto sentido de la responsabilidad, no unánime pero sí suficientemente extendido e influyente, ha permitido corregirlos, curar heridas, y seguir… Vivimos en un estado de inquietante fragilidad. Un equilibrio precario permanentemente amenazado.

El truco dialéctico está en identificar a Caballas como partido musulmán”

En este contexto la legitimación social que ha adquirido la extrema derecha en nuestro país supone un terrible factor de desestabilización para Ceuta. Lo que parecía superado, la identificación de los términos musulmán y marroquí, ha entrado con excesiva fuerza en el debate político reanimando a los profetas de la exclusión. Apoyados en el lógico recelo de los ceutíes hacia Marruecos (por sus pretensiones anexionistas) difunden un mensaje ambiguo y malintencionadamente equívoco que está provocando una grieta muy preocupante: “ser musulmán hace imposible ser auténticamente español”. Esta breve frase encierra la clave de bóveda de nuestro proyecto de Ciudad. La obligación de todos los ceutíes que queremos a esta tierra es comprometernos con la erradicación este pensamiento del imaginario colectivo. La españolidad de Ceuta es nuestra seña de identidad por excelencia. Es una absoluta barbaridad pretender despojar de esta característica a la mitad de la población de manera absolutamente irracional e injusta. Los musulmanes ceutíes demuestran su afección a España diariamente de manera tan evidente y contundente como los compatriotas de otra (o ninguna) confesión religiosa. Y las excepciones, que lógicamente existen, ni son privativas de este colectivo ni pueden adquirir una categoría definitoria. Acusar a nuestros conciudadanos de religión musulmana de “no ser españoles por convicción sino por interés” equivale a escribir el epitafio de Ceuta.

El presidente Vivas ha decidido introducir en la campaña electoral el factor étnico”

Por ese motivo es tan reprobable el papel que está desempeñando el PP en este tiempo tan convulso. Y especialmente su Presidente, Juan Vivas, autoerigido en mascarón de proa de este viraje hacia el desierto ético provocado por el miedo a perder las elecciones. Al mínimo zarandeo electoral (de momento sólo reflejado en las encuestas) se han descompuesto. Lo que parecía convicción y defensa de valores democráticos, en realidad no era más que una forma habilidosa de servir a sus propios intereses. La posibilidad, sólo la posibilidad, de una derrota ha borrado de un plumazo todo atisbo de responsabilidad. El Presidente Vivas, consciente de la fuerza mediática de sus declaraciones (por razón de su cargo y de la generosidad institucional), ha decidido introducir en la campaña electoral el factor étnico. Con el riesgo que ello comporta. Siguiendo la estela de Vox y de su Presidente nacional, ambos compitiendo por ver quién es más anti-islámico, se las ha ingeniado para sumarse con entusiasmo a ese bando de manera sibilina (como hace habitualmente). Y para ello se sirve de Caballas al que acusa de hacer el “trabajo sucio al PSOE”. Cruel paradoja.
Caballas ha centrado su participación en estas elecciones generales en pedir a la ciudadanía que “no vote a la derecha”. Desde un mínimo rigor intelectual es imposible descender desde este postulado a un hipotético conflicto entre culturas. Y sin embargo lo ha hecho. El truco dialéctico está en identificar a Caballas como un partido musulmán y a partir de ahí atacar a Caballas. Así sus electores más racistas (tentados por Vox) lo verán como un combatiente activo contra el islam. Eso sí que es hacer un trabajo sucio. Pero no contra un partido, sino contra Ceuta. Y es que parece que la histeria ha llevado al otrora paradigma de la bonhomía a practicar una especie de eutanasia activa a la Ciudad a la que tanto decía amar.

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