Una lengua antigua y viva que traduce las pasiones de la tierra.

Mi padre era un atlante.

Su sangre venía de tierras altas y sumergidas.

Mi padre era como el mar.

Bravo y valiente, dueño de un carácter imponente. Pero también era sereno.

El romper de las olas que masajean mi pensar y logran domar mis ansiedades habla la lengua que mi padre me hablaba. Eran y son los sonidos correctos que encajan en el engranaje pausado de la incertidumbre para permitir continuar. Heredé de él el orgullo de ser, porque no se puede seguir sin saber de dónde se viene. Porque el ritmo de las mareas va a juego de la armonía de la existencia, porque uno no tiene sentido sin el otro. Flotar en su contexto deja sentir, valorar y envolverse de humildad. Estar a merced del descontrol aviva la esencia que nos pertenece.

Nuestra relación era un poema de muchas interpretaciones, era una danza donde en compañía se baila solo.

Y tal y como el mar, muchos buscan refugio en visitarlo. Mi padre siempre estaba ahí. Y el que acudía en su ayuda encontraba la paz. Y todos recordamos cuando en soledad la compañía del mar era aquella que nos abrazaba, y nos acompañaba en las lágrimas, en una expresión salada como ella misma.

Y es que los abrazos de mi padre se dan con los brazos del mar.

En memoria de Abdelkrim, hijo, padre, esposo, hermano, amigo y compañero.

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