Artículos escritos por Francisco Gil Craviotto en El Faro de Ceuta https://elfarodeceuta.es/autor/francisco-gil-craviotto/ Diario digital Sun, 02 Apr 2017 06:09:23 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.7.1 https://elfarodeceuta.es/wp-content/uploads/2018/09/cropped-El-faro-de-Ceuta-32x32.jpg Artículos escritos por Francisco Gil Craviotto en El Faro de Ceuta https://elfarodeceuta.es/autor/francisco-gil-craviotto/ 32 32 Crónica apócrifa de Pedro I el Cruel https://elfarodeceuta.es/cronica-apocrifa-pedro-i-cruel/ Sun, 02 Apr 2017 05:05:22 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=64604 Carlos Asenjo Sedano, (Guadix, Granada, 1929) además de un reconocido y muy apreciado historiador, también es un ameno novelista. La última de sus novelas, recientemente publicada por la editorial Chiado de Madrid, se titula ‘Crónica Apócrifa del Rey Cruel’. En esta obra el autor sabe muy bien hermanar las dos grandes virtudes que debe tener […]

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Carlos Asenjo Sedano, (Guadix, Granada, 1929) además de un reconocido y muy apreciado historiador, también es un ameno novelista. La última de sus novelas, recientemente publicada por la editorial Chiado de Madrid, se titula ‘Crónica Apócrifa del Rey Cruel’. En esta obra el autor sabe muy bien hermanar las dos grandes virtudes que debe tener toda novela histórica: el rigor de la investigación y la amenidad del relato. El resultado es una novela que, a pesar de llevarnos a una época muy lejana, -nada menos que al siglo XIV-, logra enganchar al lector y, desde las primeras páginas, se lee con gran agrado y un marcado interés. La novela se inicia con la muerte del rey Alfonso XI, víctima de la peste, frente a los muros de Gibraltar, entonces en manos del rey moro de Granada. Su entierro y funeral los aprovecha el historiador para, haciendo cuenta atrás, contarnos los amores de Alfonso con Leonor de Guzmán, una mujer muy bella y muy puta, se nos dice en el libro, que dio a Alfonso nada menos que ocho hijos bastardos. La esposa del rey, doña María de Portugal, sólo le dio uno, el príncipe Pedro, porque, después de la noche de bodas, el rey jamás volvió a visitar la cama de la reina ni la invitó a la suya. Esta soledad de la reina fue alimentando un odio que, en cuanto Alfonso murió, dio sus frutos: la reina envió un sicario con la misión de asesinar a la bella concubina del rey. Nada menos que cien puñaladas recibió aquel cuerpo de mujer que tanto placer le había dado al rey Alfonso. No será éste el único asesinato del libro. En cuanto el príncipe Pedro fue proclamado rey, la ola de muertes violentas fue creciendo más y más. Con el tiempo, llegó a tal grado su furor asesino, que abades y obispos empezaron a pensar en la posibilidad de que el rey estuviera endemoniado. Los grandes remedios de la Iglesia para atajar esta sed de sangre del rey –agua bendita, novenas, misas y oraciones-, no produjeron el menor efecto. Aquel rey cruel y asesino también era un saco de lujuria. Tenía una barragana fija –doña María de Padilla, aún más bella y más puta que la concubina de su padre-, y otras esporádicas que sólo duraban una noche. Doña María empezó a darle hijos bastardos y, para evitar que, en caso de muerte de aquella fiera coronada, el reino fuese a parar a un bastardo, obispos y cardenales acordaron que Pedro I contrajese matrimonio. El rey de Francia le dio al de Castilla la princesa doña Blanca, bella, rubia y de ojos azules, a la que don Pedro, siempre obsesionado con el cuerpo de la Padilla, no le prestó la menor atención. Doña Blanca premió el desprecio del rey añadiéndole a su corona una soberana cornamenta. Desde ese momento la obsesión del rey de Castilla fue la caza y captura de su hermanastro don Fadrique, el hombre que lo había hecho cornudo, algo bastante difícil porque éste aparecía y desaparecía como el río Guadiana. El resto de la novela, que aquí no vamos a contar, es todo un reguero de sangre, traiciones y guerras hasta que al fin, don Enrique de Trastámara, el hijo bastardo de la bella Leonor de Guzmán, con su puñal y la ayuda de Bertrand Duglesclín, puso fin a la vida y reinado del rey cruel. Sólo tenía 36 años. Todo esto lo cuenta Asenjo Sedano con un lenguaje ágil y realista, ligeramente arcaizante, que a veces, sobre todo en la descripción de paisajes, roza la prosa poética. Los retratos de los personajes, especialmente las mujeres, son uno de los grandes aciertos del libro, así como el repetido símil del color rojo para indicar la obsesión asesina del rey cruel. En suma, una gran novela, que cumple a maravilla los deseos de los ilustrados del siglo XVIII, enseñar deleitando, porque este libro, al tiempo que entretiene, nos muestra una de las páginas más lamentables y sobrecogedoras de la historia de Castilla.

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Las rosas y patatas de monseñor Martínez https://elfarodeceuta.es/las-rosas-patatas-monsenor-martinez/ Sun, 19 Mar 2017 07:29:56 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=60604 Dicen que, cada vez que habla el arzobispo de Granada, monseñor Martínez, sube el pan. Debe ser cierto, porque mi panadero, que sin duda sigue muy de cerca todos los sermones del arzobispo, desde hace unos días, ha subido la bolsa de pulguitas de pan integral nada menos que un veinte por ciento. Cuando la […]

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Dicen que, cada vez que habla el arzobispo de Granada, monseñor Martínez, sube el pan. Debe ser cierto, porque mi panadero, que sin duda sigue muy de cerca todos los sermones del arzobispo, desde hace unos días, ha subido la bolsa de pulguitas de pan integral nada menos que un veinte por ciento. Cuando la chica de la panadería, tras una breve sonrisa, me dijo: “No, ahora la bolsa de pulguitas de pan integral, es 1,20 euros, en seguida pensé: Ya está. El panadero ha leído el último sermón del arzobispo. Ahora no me cabe la menor duda.
Los fieles que el domingo, día doce de febrero, asistieron a la misa de medio día en la Catedral de Granada pudieron oír de viva voz el sermón del monseñor. Los que no fuimos a misa nos tenemos que conformar con la información de la prensa sobre el mismo tema. Tanto Ideal como Público destacan en sus respectivas informaciones estas elocuentes palabras del prelado:
“Cristo había venido a enseñar a distinguir “una patata de una rosa y un hombre de una mujer”.
Sabias palabras del monseñor de Granada. Se percibe a una legua su formación escolástica y queda clarísimo que, antes de la venida de Jesucristo a este mundo, nadie sabía distinguir la patata (que sólo existía en lo que después sería América) de la rosa, que sí existía y ya la cultivaban en los jardines romanos. Tampoco sabían distinguir aquellas pobres gentes a un hombre de una mujer. Eso explica, sin duda, que los romanos llevaran faldas. ¡Qué ignorancia! Suerte que vino Jesucristo y los sacó del error. Fue muy fácil. Simplemente les dijo: el que tenga un pito y dos bolitas entre las piernas es un hombre; la que tenga una rajita es una mujer. Problema resuelto. La felicidad para la humanidad.
Antes de esta feliz clasificación, cuando al salir de la escuela, a los niños, se les ocurría hacer competición para ver quien llegaba más lejos con el chorro del pipí, había niñas que, al verlos desde la ventana, sentían la tentación de ir también a competir. Las madres tenían que retenerlas. “No, hija mía, tú no puedes participar en esa competición de machos”. Las niñas judías y romanas se quedaban aleladas e insatisfechas; pero, desde el día y hora que Jesucristo hizo la feliz separación de las patatas y las rosas, los hombres y las mujeres, todo quedó aclarado y a ninguna niña se le ocurrió ir a competir con el chorro de los machos. La felicidad total.
Pero la elocuencia de monseñor Martínez no se limitó a esta importantísima distinción entre patatas y rosas, hombres y mujeres. Entrado ya en materia arremetió contra la ideología de género que consideró, además de una patología, es también “una cortedad y una torpeza de la inteligencia”.
Se impone hacer parada en la ideología de género. Los expertos en el tema la definen como un movimiento ideológico que afirma que las diferencias entre el varón y la mujer, aparte de las evidentes diferencias anatómicas, no corresponden a una naturaleza fija que haga a unos seres humanos hombres y a otras mujeres, sino que son el producto de la cultura de un país y una época determinada. Aceptar tales premisas o solazarse en sus argumentaciones es suficiente para que monseñor Martínez nos considere víctimas de una patología -¿cuál?, no lo dice-, y resalte nuestra cortedad y torpeza de inteligencia. La verdad es que a mí me cuesta mucho trabajo considerar que toda persona que dé por buena la ideología de género, padezca una patología -¿cuál?, vuelvo a preguntar- y sea torpe y corta de inteligencia, pero, dado que el monseñor lo afirma con tanto énfasis y convicción, no me atrevo a contradecirlo. No sea que mañana restablezcan la Inquisición y vengan a buscarme. A más de uno han quemado por mucho menos.
Las feministas están que trinan y han pedido al monseñor que se retracte. Algo bastante más difícil que pedirle peras al olmo. Sería como si Torquemada se levantara de la tumba a pedir perdón a cada una de las víctimas que quemó. Yo, mientras tanto, sigo esperando la siguiente subida del pan, señal inequívoca de que ha habido un nuevo sermón de monseñor Martínez. ¡Qué cabeza! ¡Y los gerifaltes del Nobel sin enterarse!

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Antonio César Morón https://elfarodeceuta.es/antonio-cesar-moron/ Sun, 19 Feb 2017 05:39:13 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=29930 Antonio César Morón (Granada, 1978) irrumpió en las letras españolas hace unos diez años con un libro de crítica sobre los poetas granadinos del grupo Ánade. Desde entonces su producción literaria ha sido incesante y extraordinariamente variada: crítica, teatro, ensayo, poesía, artículos... Le faltaba para completar su curriculum vitae literario la narrativa: ahora lo ha […]

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Antonio César Morón (Granada, 1978) irrumpió en las letras españolas hace unos diez años con un libro de crítica sobre los poetas granadinos del grupo Ánade. Desde entonces su producción literaria ha sido incesante y extraordinariamente variada: crítica, teatro, ensayo, poesía, artículos... Le faltaba para completar su curriculum vitae literario la narrativa: ahora lo ha completado. La novela, publicada por la editorial Nazarí, se titula “Mientras esperan las limusinas en la calle”, entra dentro de lo que podríamos considerar un género híbrido entre la novela negra y la novela social. De la primera toma asesinatos, policías, detectives, alcohol, drogas, palizas y sexo; de la segunda, crítica social, millonarios, corrupción, políticos, chantaje y desencanto. El resultado es una novela trepidante, que se lee sin aceptar el más breve descanso y que, al mismo tiempo que entretiene, nos muestra un retrato de la España actual inmisericorde y demoledor.
La novela arranca en Granda en el popular barrio del Zaidín. En uno de los muchos bares nocturnos de la zona un detective privado ha cogido una descomunal borrachera. A duras penas, entre vomitera y vomitera, logra llegar a su modesto piso de la calle Loja donde, tras ímprobos esfuerzos para abrir la puerta, al fin consigue tumbarse en la cama y dormir la mona. Cuando al día siguiente lo despierta su ayudante apenas recuerda algunas insignificancias de lo vivido la noche anterior, pero en su agenda encuentra anotado un número de teléfono que no sabe a quién corresponde ni la razón por la que lo anotó. La llamada a este número le va llevar al descubrimiento de un cadáver –un hombre descuartizado y enterrado a trozos en las galerías del futuro Metro de Granada- que, con el intento de averiguar quién es el autor del crimen, también le va a permitir descubrir todo un mundo de corrupción, mafias y “favores” bien pagados de la sociedad granadina, que, páginas adelante, se extienden a otros puntos de España. Será esta investigación que, a medida que avanza se va complicando más y más, afectando a sectores cada vez más importantes de la alta burguesía de la ciudad, la que va a alimentar las casi trescientas páginas de la novela.
En esto Antonio César Morón sigue los cánones del género negro, pero a los consabidos tópicos de siempre –asesinatos, alcohol, sexo, policías, etc.-, él ha añadido dos importantes variantes que me parece oportuno señalar: una es la introducción del tema musical y la otra es la motivación que lleva al asesino a cometer sus fechorías. Ambas novedades le van a dar una originalidad muy especial a este libro. El tema musical elegido, una canción del cantante canadiense Leonard Cohen, que se va a repetir a lo largo de toda la novela y, muy bien llevada, hace de epílogo del libro, es de una gran originalidad, al tiempo que evidencia la enorme cultura anglosajona del autor. Lo mismo que el hecho de que el asesino no mate por matar, sino para limpiar a España de corruptos y mafiosos, nos está señalando la herencia cervantina del personaje, caballero andante de los tiempos modernos, sin lanza ni armadura, pero con una misión tan difícil de realizar como la de don Quijote de la Mancha. Es precisamente esta insistencia en los temas de la corrupción, en la que se ven implicados jueces, empresarios y altos gerifaltes de la política, lo que hace que esta novela, enmarcada en el género negro, lo sobrepase y se convierta en novela social. Una novela social que retrata, con rigor y veracidad, uno de los aspectos más lamentables de la España actual.

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Manuel Villar Raso https://elfarodeceuta.es/manuel-villar-raso/ Sun, 29 Jan 2017 06:08:51 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=26733 Manuel Villar Raso, (Ólvega, Soria, 1936 - Granada, 2015), profesor emérito de la Universidad de Granada y acreditado escritor, con más de veinte libros publicados, uno de ellos finalista en el Nadal de 1975, fallecido hace un año, no publicó en vida todo cuanto su pluma había producido. Ahora, coincidiendo con el primer aniversario de […]

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Manuel Villar Raso, (Ólvega, Soria, 1936 - Granada, 2015), profesor emérito de la Universidad de Granada y acreditado escritor, con más de veinte libros publicados, uno de ellos finalista en el Nadal de 1975, fallecido hace un año, no publicó en vida todo cuanto su pluma había producido. Ahora, coincidiendo con el primer aniversario de su muerte, su familia ha dado a luz un libro que amplía y completa su extensa bibliografía y, dado que en él toca muchos aspectos autobiográficos, también su biografía, especialmente sus años de infancia. Publicado en Soria por Editores Millán y las Heras y, precedido de un brevísimo prólogo de Andrés Calavia, periodista del Diario de Soria, lleva este significativo título: ‘La Soria de los sueños rotos’.
Se trata de una novela breve y densa que comienza en 1931 y termina en 1939. Comprende, pues, los ilusionantes años de la República y los desgarradores y ensangrentados de la guerra civil, los tres años más lamentables y tristes de toda la Historia de España. Ya he dicho que se trata de una novela breve y densa, como  breves  y densas son el ‘Lazarillo’, el ‘Torquemada’ de Galdós, ‘San Manuel Bueno y mártir’ de Unamuno y ‘Réquiem por un campesino español’ de Sender. En todas estas magníficas novelas se cumple el anhelo de Gracián: “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
La novela de Villar Raso tiene un escenario campesino y decididamente rural y, aunque al comienzo no se nos dice el nombre del pueblo, no es necesario investigar demasiado para saber que se trata de Ólvega, pueblo de 3.800 habitantes, en la provincia de Soria, muy próximo al Moncayo. Pocas páginas después se precisa el nombre del pueblo así como otros pormenores de su geografía. La acción comienza el 15 de abril de 1931, cuando llega alguien hasta aquel apartado rincón de la geografía castellana con la buena nueva de que el día antes, en Madrid, se había proclamado la República. La noticia causa gran alegría en la población rural, que en seguida piensa que la República pondría fin a sus miserias y hambrunas que desde siglos atrás venían padeciendo, pero muy pronto se dan cuenta que, los que tienen en su mano el poder, no están dispuestos a ceder ni un milímetro del mismo. Esa misma noche los esbirros del cacique prenden fuego a la iglesia y al molino más importante del pueblo. Por si no fuera suficiente, también asesinan al molinero. Ya tiene la Guardia Civil, siempre al servicio de la autoridad, que aún continúa siendo el cacique, razones más que suficientes para ir deteniendo y apaleando a republicanos, socialistas y otras hierbas parecidas…
Muy pronto, en medio del torbellino de la política, aparece el amor. Dos adolescentes que se aman, pero, ay, ella es la hija del cacique y él, un tanto ingenuo y falto de experiencia, pertenece al grupo de los nada tienen y esperan todo de la República. Villar Raso aprovecha, tanto los  conflictos sociales como los idilios de amor para ofrecernos una certera panorámica de la España rural de los comienzos de los años treinta, que él, nacido en 1936, sólo pudo conocer a través de referencias de los mayores. Páginas desgarradoras, abusos de los poderosos, ignorancia y miseria. Todas las reformas sociales  que intenta realizar la República son anuladas por el entramado caciquil de las zonas rurales; cuando llega el bienio negro es el propio gobierno el que echa por alto dichas reformas. Pero lo peor aún no había llegado: llegaría en 1936 de manos de los generales sublevados.
En ambos bandos se cometen atrocidades, pero ninguna tan impactante para el lector como el asesinato de la viuda del cacique, lanzada por un hombre malvado a la zahúrda de quince o veinte cerdos y devorada viva por éstos. ¿De dónde procede este afán belicoso y homicida que tiñe de sangre todo el suelo de España? Tablón, uno de los personajes secundarios del libro, nos da la siguiente explicación:
En este país no podemos vivir sin sangre y destrucción. No pasan veinte años sin una sonada catástrofe, debe ser que lo llevamos en la sangre y que son cosas de nuestro temperamento.
Puede que tal pensamiento también sea el del propio autor que no encuentra explicación a tanto desatino y barbarie de unos y otros. Pero a pesar de todo, a nuestro autor siempre le queda un instante para ofrecernos, aquí y allá, un girón de ese paraíso perdido que debieron ser los aledaños del Moncayo en los meses de verano. Valgan de ejemplo estas líneas:
Azuleaban los montes por las alturas de Toranzo y los vencejos viraban, se revolcaban y zambullían  en el cielo tras los mosquitos de la balsa. (…) Las alondras aleteaban sin avanzar sobre el pastizal. Los verderones volaban a golpes erráticos de remo y caían al suelo sobre los cardos. Alrededor de la balsa, media docena de olmos, donde de vez en cuando, posaban las rapaces y por los que los jilgueros y verderones trepaban como ardillas. Cantaba un perdigacho en los lejanos trigos…
La arcadia perfecta que la guerra había transformado en un insoportable infierno de sangre y de odio. Para dar fe de aquel atropello allí estaban los ojos y la pluma de un gran escritor, Manuel Villar Raso, fiel notario de su tiempo, que a su escueto testimonio ha sabido añadir esa inconfundible gota de amenidad y arte que sólo el auténtico narrador logra concebir y parir.

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Pilar Quirosa https://elfarodeceuta.es/pilar-quirosa/ Sun, 15 Jan 2017 06:15:16 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=24570 Pilar Quirosa es muchas cosas a la vez. Articulista del periódico Ideal de Almería (nada menos que desde el año 1997), narradora, (tiene tres novelas publicadas y un libro de relatos), escritora de cuentos infantiles y juveniles, poetisa (como se decía antes) o poeta (como las feministas han impuesto que se diga ahora), crítica literaria […]

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Pilar Quirosa es muchas cosas a la vez. Articulista del periódico Ideal de Almería (nada menos que desde el año 1997), narradora, (tiene tres novelas publicadas y un libro de relatos), escritora de cuentos infantiles y juveniles, poetisa (como se decía antes) o poeta (como las feministas han impuesto que se diga ahora), crítica literaria y de arte, conferenciante y animadora de todo cuanto sea cultura y literatura. Tiene además numerosos premios y reconocimientos y una gran parte de su obra está traducida al inglés, francés, italiano y árabe. Pero de todo este riquísimo curriculum vitae de Pilar hoy tan solo me voy a detener en un género híbrido que ella cultiva con especial talento y encanto: la prosa poética. Poesía y prosa al mismo tiempo, pero sin olvidar el lirismo de la primera y la libertad que, al prescindir de la rima, nos ofrece la segunda. La alianza perfecta que, en manos de Pilar, adquiere unos matices muy especiales y sugerentes. Huelga añadir que estoy hablando de su último libro, ‘Memorial Shadow’, recientemente publicado por la editorial Nazarí de Granada.
El libro está dividido en tres espacios o apartados que ella llama “memoriales” porque los tres hacen alusión a la memoria, en la que está anclada toda la obra: “Memorial de luz, memorial de sombras y memorial destino”. A estos tres memoriales les precede un nutrido prólogo del escritor José Cabrera Martos.
Desde el comienzo el libro de Pilar Quirosa nos invita a un doble ejercicio intelectual: pensar y, suponiendo que sea posible, asir el tiempo. Pero en seguida surge la inevitable pregunta: ¿Se puede asir el tiempo? Fue algo que ya intentó Marcel Proust en aquel libro inolvidable que llenó y disfrutamos en nuestra lejana juventud: ‘A la recherche du temps perdu’. ‘En busca del tiempo perdido’. ¡Cuánto ha llovido desde el día en que cerramos por última vez aquel libro! ¿Consiguió Proust asir el tiempo o sólo logró asir las circunstancias de aquel tiempo huido? La magdalena que se funde y deshace en la taza de té o café podría ser el mejor símbolo de lo imposible que es para nosotros asir el tiempo. Ésta es una reflexión que vale para el libro Marcel Proust y también para el de Pilar Quirosa, que tengo ahora en las manos, del que la autora, me parece, ha heredado más de un amarillento y ajado girón. Ella tiene toda la razón del mundo cuando al comienzo del libro, se hace la pregunta que, aunque con distintas palabras, todos nos hemos hecho alguna vez:
¿A dónde fue la infancia, la imaginación y los miedos, los ogros y las brujas, la vida latiendo, volando con las alas de la imaginación? (…) Las intensas presencias, las fantasías, los sueños. ¿Adónde fue a parar todo aquello?
Sí, yo también me lo pregunto: ¿Adonde fue a parar aquel triciclo, aquel caballo de cartón de mi infancia? El único camino que nos puede llevar a ese lejano mundo perdido es la memoria y Pilar lo intenta en los tres largos y fructíferos memoriales ya mencionados.  Pero el camino va a ser largo, lleno de laberintos y misterios. También salpicado de sorpresas. La más llamativa es el encuentro con esas hijas que nunca concibió ni parió, pero cuyos nombres no ha olvidado: Ariadna, Inés, Carlota… Todas muertas antes de concebirlas. Otro sorprendente párrafo tiene lugar en el hospital de Torrecárdenas. La vida resbala por la piel mientras, lejos, los montes se cubren de nieve…
Libro para soñar, para perderse por sus laberintos, para dialogar con las estrellas, como hace la autora en la parte final de la obra.

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Inquisición, agua y jabón https://elfarodeceuta.es/inquisicion-agua-jabon/ https://elfarodeceuta.es/inquisicion-agua-jabon/#comments Sun, 08 Jan 2017 06:05:31 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=23480 Hace unos días, leyendo un artículo de mi buen amigo y excelente investigador José Luis Delgado López sobre las actuaciones de la ·santa· Inquisición en Guadix y Baza, me quedé pasmado de estupor ante esta lejana y extraña noticia: una persona había sido condenada en Baza por lavarse. Sí, por lavarse. Exactamente eso es lo […]

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Hace unos días, leyendo un artículo de mi buen amigo y excelente investigador José Luis Delgado López sobre las actuaciones de la ·santa· Inquisición en Guadix y Baza, me quedé pasmado de estupor ante esta lejana y extraña noticia: una persona había sido condenada en Baza por lavarse.
Sí, por lavarse. Exactamente eso es lo que dice el artículo de José Luis Delgado, publicado el 17 de octubre del presente año en el periódico Granada Hoy. En el artículo no se precisaba en qué había consistido la condena, pero aun aceptando que la pena no hubiese sido la hoguera, en seguida me hice la terrible y, para mí, lógica pregunta: ¿Qué habrían hecho conmigo, si ahora hubiese Inquisición, y se enteran que en verano hay días que me ducho hasta tres y cuatro veces? Después, meditando en el tema, me acordé que la Iglesia, desde sus comienzos, siempre ha sentido un indefinible odio –santo odio, deben llamarlo ellos- hacia el agua y el jabón. El filósofo Bertrand Russell, que ha estudiado con detención el tema, en su libro ‘Por qué no soy cristiano’ cuenta la historia de un santo anacoreta que vivía en el desierto y se pasaba el día haciendo sacrificios y rezando. Se alimentaba gracias a una avecica del cielo que todas las mañanas le llevaba una hogaza de pan recién horneado y calmaba su sed en las aguas de una fuente que manaba en las inmediaciones de la cabaña o cueva en donde moraba el santo anacoreta. Él sólo utilizaba el agua para beber, pero un día, agobiado por el calor de las arenas caldeadas por el sol del desierto, se atrevió a lavarse y refrescar un poco sus abrasadas carnes. Inmediatamente la fuente cesó de manar agua y el avecica del cielo, que todos los días le llevaba la hogaza, ese día olvidó visitarlo. El santo varón comprendió al instante que había pecado, utilizando el agua para algo que no había sido creada. Sólo después de grandes sacrificios y prometerle a Dios en todas sus oraciones que jamás utilizaría el agua para otra cosa que no fuese beber, volvió a manar la fuente y el avecica del cielo reanudó sus visitas. Este cuento corrió a lo largo de la Edad Media por todos los países de la cristianad y fue pródigamente repetido desde el púlpito por curas y frailes. Incluso se hicieron copias del mismo con ligeras variantes. Esa es precisamente la razón de que tal cuento haya llegado hasta nosotros. La leyenda, como muy bien explica a continuación Bertrand Russell, no puede ser más expresiva de la posición de la Iglesia respecto al agua.
En otro libro más extenso e importante, su monumental ‘Historia de la Filosofía’, Bertrand Russell vuelve a tocar el tema de la Iglesia Católica y su odio al agua y al jabón. En la página 424 dice lo siguiente:
La limpieza (está hablando de curas, frailes y monjas) les daba horror. Los piojos fueron llamados “perlas de Dios” y eran signo de santidad. Los santos y las santas se jactaban de no haber usado nunca el agua para lavarse los pies, excepto cuando tenían que cruzar el río.
Enredado a tan esmerado aseo surgió una expresión que, rodando a través de los siglos, de generación en generación, ha llegado hasta nosotros: “olor de santidad”. Se decía del olor que despedía el cuerpo de los santos a la hora de su muerte. “Vivió y murió en olor de santidad”, era un tópico muy repetido en la biografía de cualquier santo. No es necesario hacer grandes esfuerzos de imaginación para adivinar en qué consistía tal olor. Como ocurría que, cuanto más santos eran más perfume exhalaban, muy pronto cundió por todo el orbe cristiano la expresión. Parece evidente que, lo mismo que ahora, cuando oímos decir “olor a nardos” u “olor a jazmines”, todo el mundo comprende al instante en qué consiste dicho perfume, entonces el olor de santidad también tenía su estímulo de comprensión de olor santamente enemistado con el agua y el jabón.
Fue precisamente ese ancestral odio al agua el que hizo que, poco después de la conquista de Granada, la reina Isabel la Católica, sin duda aconsejada por Torquemada, Cisneros y otras eminencias parecidas, diera orden de cerrar y destruir todos los baños públicos del reino de Granada, incluidos todos los pueblos. Eran una incitación a la molicie y el pecado. Esto explica que en el artículo de mi amigo José Luis Delgado no aparezca en ningún momento el verbo bañarse, sino el más cotidiano y asequible de lavarse. ¿Dónde se hubiera podido bañar aquel condenado de la Inquisición si no quedaba un solo baño en todo el antiguo reino de Granada? A nuestro sufrido mártir de la limpieza sólo le quedaba el atenuado consuelo de lavarse en una humilde palangana e incluso eso le estaba prohibido. Condenado por lavarse. Así consta en los archivos que los escribanos del Rey y de la Inquisición nos han dejado para advertencia y escarmiento de las generaciones futuras.
Necesariamente tengo que terminar estas líneas con un decidido y sincero elogio al agua y al jabón, mis queridos y gratísimos amigos de siempre, y, por más que les pese a inquisidores, papas y reyes, también aprovecho para expresar toda mi admiración y reconocimiento a este lejano y olvidado bastetano, eximio mártir de la limpieza, del que ni siquiera sé su nombre ni la pena que un inquisidor infame le impuso por el “enorme delito” de lavarse.

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“La muñeca catalana” https://elfarodeceuta.es/la-muneca-catalana/ Sun, 18 Dec 2016 06:05:01 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=20704 Brigite Piedfert, profesora de Lengua Española en Caen, capital Normandía, quedó alucinada el día que, paseando por la zona alta de la ciudad portuaria del Havre, alguien le dijo: “Ahí estaba el orfelinato español”. Intrigada por el hallazgo, inmediatamente comenzó a investigar y, poco a poco, a través de numerosas consultas a archivos y periódicos […]

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Brigite Piedfert, profesora de Lengua Española en Caen, capital Normandía, quedó alucinada el día que, paseando por la zona alta de la ciudad portuaria del Havre, alguien le dijo: “Ahí estaba el orfelinato español”. Intrigada por el hallazgo, inmediatamente comenzó a investigar y, poco a poco, a través de numerosas consultas a archivos y periódicos antiguos, fue completando la historia de aquel centro infantil. Su nombre exacto era “Orfelinato Francisco Ferrer” y los niños que albergó en sus tres años de existencia, todos procedían de España y, víctimas de los bombardeos de la aviación franquista, habían perdido a sus padres o se hallaban desaparecidos. Los huérfanos del criminal bombardeo de Guernica –26 de abril de 1937- fueron los que estrenaron el orfelinato, pero después llegaron niños de los más diversos puntos de España, sobre todo catalanes.  Cuando en 1940 Alemania invadió Francia, el orfelinato Francisco Ferrer fue cerrado por el odiado gobierno de Vichy y sus niños, los que no habían tenido la suerte de emigrar a algún país de América o encontrar acomodo en el seno de alguna familia francesa, fueron reenviados a España. Brigite Piedfert pierde la pista de la mayoría de estos niños, ahora hombres y mujeres que ya han pasado los ochenta años.
Con todo el material obtenido en sus investigaciones, más el considerable complemento de una fecunda imaginación, Brigite Piedfert ha sabido crear una novela histórica extraordinariamente interesante y evocadora. Su título es ‘La poupée catalane’ (‘La muñeca catalana’) y sus protagonistas son dos: una niña de cinco años y su inseparable muñeca de trapo, único vestigio y recuerdo que aún le queda de su pasado feliz en Barcelona antes de la guerra y el exilio. A través de esta niña y su muñeca el lector asiste a los principales acontecimientos de aquellos años clave de la Historia de España: ilusionada proclamación de la República, inicio de los grandes proyectos republicanos, -todos echados por la borda con la sublevación de los generales fascistas en julio de 1936-, años de guerra y bombardeos en la capital catalana y desastrosa y dramática huida hacia la frontera de Francia en los comienzos de 1939. Viaje primero en un viejo camión, atestado de gentes que huían el avance de las tropas fascistas, y luego, averiado el camión, a pie por una carretera salpicada de muertos y desvalidos, y un frío glacial que el paso de los Pirineos aún hizo más insoportable. Así hasta la llegada a tierra francesa en aquel triste e inolvidable febrero del 39. Todo esto, tantas veces contado y repetido, aquí tiene un encanto, infantil y doloroso, muy especial: la narradora es una niña de cinco años, protagonista, muy a su pesar, de una tragedia colectiva que no comprende. Pero, como otros tantos niños, malvive y sufre.
En la segunda parte de la novela se suceden varios narradores: Salvador, Elvira y Francisco. A través de ellos vamos atando muchos cabos que en la primera parte habían quedado sueltos. Entre otros pormenores el lector descubre que, dentro del grupo de los personajes más traídos y llevados del libro, casi todos muy aficionados al esperanto, hay un traidor que informa a los fascistas de todos los movimientos de los republicanos en el Cambrils asediado del final de la guerra, y muy especialmente del grupo de estudiosos del esperanto.
Este grupo de esperantistas tiene una importancia muy especial en el libro. Junto a los personajes de ficción, la escritora introduce otros reales cuyas simpatías con el esperanto ha tenido que buscarlas en archivos y hemerotecas. Tal es el caso de Sidonio Pintado Arroyo o de Julio Mangada. A mí me ha llamado poderosamente la atención la vinculación al esperanto del granadino general Emilio Herrera, que incluso llegó a ser vicepresidente de asociación “Amigos del Esperanto” de Madrid. Es un aspecto de su biografía que casi nadie conoce y Brigite Piedfert recoge en su novela.
Brigite Piedfert, que tiene en su haber varias novelas anteriores, casi todas ambientadas en la Normandía medieval o el camino Santiago,  sabe dar a su narración un ritmo y encanto que hace que jamás decaiga el interés del relato. Valga de ejemplo este fragmento sobre la proclamación de la República el día 14 de abril de 1931. Traduzco:
La República había sido proclamada en España por segunda vez. (…) Barcelona toda entera vibraba con una alegría indecible. (…) Una multitud de barceloneses, que repetía por doquier los vivas a la República, se había apropiado de las calles y las plazas de la ciudad. El rojo, el amarillo y el morado de la bandera republicana, se desplegaba en todas las fachadas y ondeaba en las plataformas de los tranvías.
Pero este interés aún se hace mayor en la parte final del libro, cuando han entrado los fascistas en Cataluña y comienzan la caza de los republicanos que no han logrado pasar a Francia. Traduzco:
En estos finales de enero los rebeldes habían entrado en Cambrils y no convenía errar por las calles de la ciudad. Había patrullas permanentes y no fue sin dificultad que yo logré comunicar con algunos camaradas, tan aislados como yo. (…) Declararse discípulo de un Sidonio Pintado o de un Julio Mangada, suponía claramente una toma de posición antifascista y el esperanto, calificado de jerigonza judía, os incluía en un abrir y cerrar de ojos en la lucha obrera o, peor aún, en el comunismo. Confesar vuestra vinculación a la escuela del doctor Zamenhof, os llevaba a una muerte segura. Yo he sabido después que los miembros esperantistas de Córdoba habían vivido tan amarga experiencia: ni uno solo había sobrevivido a la carnicería franquista.
Frente al horror franquista, que había convertido a España en una inmensa cárcel, el orfelinato Francisco Ferrer aparece en la novela como un remanso de paz donde los niños, divididos en varias secciones, estudian, aprenden, juegan, van de paseo y tratan de olvidar los horrores vividos. Pero hasta aquella isla de paz van llegando las malas noticas. Un día es la muerte de Antonio Machado, ocurrida en Colliure el 22 de febrero de 1939, y los niños, guiados por sus maestros, organizan un pequeño homenaje en su honor; otro es la novedad de que Francia acaba de reconocer el gobierno del genocida Franco; otro, el fusilamiento, tras un paripé de juicio, de Sidonio Pintado en Tarragona; otro, que ha estallado la segunda guerra mundial y Francia, tras nueve meses de lucha, acaba siendo invadida por los nazis… Los adultos que se ocupan del orfelinato en seguida se hacen la terrible pregunta: ¿Qué va a ser de estos niños?

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Hemingway https://elfarodeceuta.es/hemingway/ Tue, 13 Dec 2016 06:15:41 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=19785 El libro con el que hoy salgo a pasear se titula ‘París era una fiesta’ y su autor es el escritor norteamericano Ernest Hemingway. Se trata de un libro póstumo en el que el conocido premio Nobel evoca sus recuerdos de juventud. En la contraportada, sin duda para incitar a la compra, hay un pequeño […]

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El libro con el que hoy salgo a pasear se titula ‘París era una fiesta’ y su autor es el escritor norteamericano Ernest Hemingway. Se trata de un libro póstumo en el que el conocido premio Nobel evoca sus recuerdos de juventud. En la contraportada, sin duda para incitar a la compra, hay un pequeño comentario de su tocayo Ernesto Sábato, el renombrado escritor y científico argentino, que dice así:
“Leí el inolvidable ‘París era una fiesta’ varias veces, siempre con el mismo interés. Es un testimonio donde este genial escritor plasmó su fe inquebrantable en los hombres que tienen el valor para no claudicar. Los que en medio de la pobreza y el frío de los inviernos sin calefacción, siguieron escribiendo y viviendo intensamente, dando un lugar a la creación por sobre todas las cosas. Un testimonio de aquel París que yo conocí como científico del Institut Curie, y que ya no conoceremos más”.
Abro el libro y, sentado en el banco de mis paseos cotidianos, disfruto de las inolvidables páginas que Hemingway dedica al Sena parisino. Al Sena pueblerino y rural no hay ni una línea. Hemingway es uno de los escritores que con mayor nitidez veracidad han sabido captar las inconfundibles bellezas de este río inmenso y universal. He aquí la primera estampa que encuentro del Sena:
“Se podían seguir varios caminos para bajar hasta el río desde lo alto de la rue Cardinal-Lemoine. El más corto consistía en seguir calle abajo, pero era una pendiente empinada, y después de dar en el llano y atravesar el tráfico denso al comienzo del boulevard Saint Germain, uno desembarcaba en un barrio aburrido, asomando al río por un muelle sórdido y ventoso que tenía a la derecha la Halle aux Vins. La tal Halle no era un mercado como cualquier otro de París sino una especie de almacén de puerto franco donde se guardaba vino mediante el pago de cierto impuesto, y de fuera era tan deprimente como un cuartel o un campo de concentración. Atravesando un brazo del Sena se llegaba a la Île Saint-Louis y luego la Cité con Nôtre-Dame”.
Veamos ahora esta colorida estampa de la primavera en las orillas del Sena, jardines del Vert Galant y arboledas de la Cité. Estación breve, pero hermosa:
“Con los pescadores y toda la vida del río mismo, las hermosas gabarras con su vida a bordo, los trenes de gabarras de los que tiraba un remolcador con chimeneas que se plegaban para pasar bajo los puentes, los grandes olmos de los muelles de piedra y los plátanos y en algunos puntos los álamos, yo nunca me sentía solo paseando por el río. Con tanto árbol en la ciudad, uno veía acercarse la primavera de un día a otro, hasta que después de una noche de viento cálido venía una mañana en la que ya la teníamos allí. A veces, las espesas lluvias frías la echaban otra vez y parecía que nunca iba a volver, y que uno perdía una estación de la vida. Eran los únicos períodos de verdadera tristeza en París, porque eran contra naturaleza. Ya se sabía que el otoño tenía que ser triste. Cada año se le iba a uno parte de sí mismo con las hojas que caían de los árboles, a medida que las ramas se quedaban desnudas frente al viento y a la luz fría del invierno. Pero siempre pensaba uno que la primavera volvería, igual que sabía uno que fluiría otra vez el río aunque se helara. En cambio, cuando las lluvias frías persistían y mataban la primavera, era como si una persona joven muriera sin razón”.
La huella que el París de su juventud dejó en Hemingway fue tan profunda que muchos años después, en otro de sus libros más conocidos, ‘Por quién doblan las campanas’, cuya acción transcurre en España en plena Guerra Civil, lo evoca así a través de la bebida símbolo de la bohemia y la libertad, el ajenjo, el brebaje de los escritores y artistas más iconoclastas e innovadores:
“Un trago de esta bebida reemplazaba para él todos los periódicos de la tarde, todas las veladas pasadas en los cafés, todos los castaños, que debían estar en flor en aquella época del año; los grandes y lentos caballos de los bulevares, las librerías, los quioscos y las salas de exposiciones, el parque Montsouris, el Estadio Buffalo, el Butte Chaumont, (…) y todas las cosas, en fin, que había amado y olvidado y que retornaban con aquel brebaje opaco, amargo, que entorpecía la lengua, que calentaba el cerebro, que acariciaba el estómago; con aquel brebaje que, en suma, hacía cambiar las ideas”.
Maravillosa evocación de la bebida más dura y perniciosa de la bohemia parisina, tan dura y perniciosa que ahora está prohibida. Con ella Hemingway, uno de los escritores más interesantes de la primera mitad del siglo XX, nos confiesa su pecado más repetido y atroz: su afición al alcohol y a la borrachera, algo que, hombre extraordinariamente sincero, casi siempre refleja en sus obras. Cierro el libro, sigo mi paseo, pero no se me va de la cabeza Hemingway, el famoso escritor premio Nobel que, cuando sintió en su cuerpo el primer signo de vejez, tuvo la valentía de pegarse un tiro. Sólo tenía sesenta y dos años. ¿De cuántas obras maestras nos privó aquella mortal bala? ¿Cuántas novelas y cuántos cuentos, pues también fue un magnífico autor de cuentos, se llevó por delante aquella maldita bala? Imposible saberlo. Pero lo más asombroso es que también es imposible saber, dentro de las obras que nos ha dejado escritas y publicadas, cuál de todas ellas es la mejor. Para mi gusto la duda se cierne entre estas tres: ‘Adiós a las armas’, ‘Por quién doblan las campanas’ y ‘El viejo y el mar’. Las tres son obras maestras, pero cada una de ellas tiene su matiz y particularidad que la hace única.
‘Adiós a las armas’ es una de las mejores novelas que se han escrito sobre la Primera Guerra Mundial. Tiene a mi modo de ver estas dos indiscutibles virtudes: se trata de una inolvidable historia de amor y dolor y es además una novela marcadamente antimilitarista, en la que el autor nos muestra en todo su horror y depravación lo que es la guerra, que en todo momento aparece como el peor de los males que pueden aquejar a la Humanidad. A estas dos grandes virtudes hay que añadir otra más: el estilo. Un estilo, sobrio, escueto, de frase generalmente corta, sin falsos adornos ni zarandajas. También su repetida denuncia de todo tipo de opresión y su elogio de la libertad de conciencia, siempre al margen de toda vinculación religiosa.
‘Por quién doblan las campanas’ sucede en España en plena guerra civil. Unos generales traidores, azuzados por curas, sacristanes y banqueros, se han sublevado contra la República que, cinco años antes, había elegido el pueblo en las urnas. La rebelión fracasa en las grandes ciudades y zonas industriales, pero triunfa en los cotos dominados por el caciquismo y en seguida degenera en despiadada guerra civil. Muy pronto los rebeldes encuentran una ayuda eficacísima en las dos potencias fascistas que ya existían en Europa –Italia y Alemania-, pero la República, aunque acosada por todas partes, resiste. Hemingway toma posición en su libro a favor de la República y consigue una de las mejores novelas que hasta ahora se han escrito contra el fascismo. Tiene un pecado menor. Nuestro autor cae en el tópico: gitano, guitarra, coplas, toreros… Pero, dado que la novela estaba pensada para toda la Humanidad, es posible que lo que a nosotros nos suena a tópico, para él sólo fuera una manera de mostrar al mundo la cultura popular española.
Por último, ‘El viejo y el mar’, es una conmovedora historia de amistad y empatía entre un niño y un viejo pescador, con un protagonista descomunal e inmenso que llena todo el libro: el mar. El mar de Cuba que él conocía asombrosamente bien. Aunque se trata de una novela hay momentos en que la prosa, por su lirismo y hondura, alcanza la calidad de poesía.
Después de todo esto, cabe preguntar: ¿Con cuál de estos tres libros se queda el lector?

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Marcos Ana https://elfarodeceuta.es/marcos-ana/ Sun, 04 Dec 2016 06:05:04 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=18494 Como Voltaire, como Stendhal o Azorín, Fernando Macarro Castillo, es más conocido por el seudónimo de Marcos Ana que por su nombre y apellidos. Lo formó reuniendo el nombre de su padre y el de su madre en uno solo y tuvo nada menos que veintitrés años para pensarlo: los veintitrés años que Marcos Ana […]

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Como Voltaire, como Stendhal o Azorín, Fernando Macarro Castillo, es más conocido por el seudónimo de Marcos Ana que por su nombre y apellidos. Lo formó reuniendo el nombre de su padre y el de su madre en uno solo y tuvo nada menos que veintitrés años para pensarlo: los veintitrés años que Marcos Ana estuvo en las mazmorras de Franco, el caudillo de las manos rojas. Si el día antes de entrar en la primera prisión hubiese engendrado un hijo, el de su salida a la vida de ciudadano libre, se habría encontrado con un hombre o una mujer de veintidos años que posiblemente, después de mirarlo de arriba  abajo, le habría preguntado: “¿quién es usted?” Toda una vida echada por alto por una sola razón: él y los suyos habían perdido la guerra. Una guerra que ni ellos iniciaron ni la quisieron y que los vencedores habían ganado gracias a la colaboración extranjera: cien mil italianos, la Legión Cóndor enviada por el compadre Adolfo Hitler, y, para completar las ayudas,  los moros de Marruecos que constituían la punta de lanza del ejército rebelde.
Marcos Ana se hizo poeta al tiempo que sufría y veía sufrir a sus compañeros de desdichas. También los veía desaparecer: las hambres, las sevicias y los fusilamientos tras un paripé de juicio, en los amaneceres de aquellos siniestros penales por los que fue pasando, se llevaron a los mejores. “España -se ha dicho después- era entonces un enorme campo de exterminio, un oscuro paredón donde la máquina de matar trabajaba sin descanso“. El verdugo supremo de aquel genocidio era el ya aludido caudillo de las manos rojas cuyos restos momificados, para vergüenza de todos, ahora reposan en el monumento que, a imitación de los faraones de Egipto, él levantó en los aledaños del Escorial utilizando a los presos republicanos como mano de obra gratis y esclava.
Marcos Ana, mientras deambulaba de una cárcel a otra,  -Conde de Toreno, (donde conoció a Miguel Hernández), penal de Ocaña (donde lo tuvieron 307 días incommunicado), Alcalá de Henares, el penal de Burgos…-, fue escribiendo libros. Siempre en secreto y a escondidas. Sus títulos son: ‘Autobiografía’, ‘Mi mundo es un patio’, ‘Te llamo desde un muro’, pero el más conocido y apreciado indudablemente es ‘Decidme cómo es un árbol’. En él rememora en toda su crudeza y horror la realidad de aquellos años, que ahora los hijos y nietos de los verdugos de ayer, con tanta insistencia nos piden que olvidemos. Recordar -dicen ellos y los grandes gerifaltes de la Iglesia-, es reabrir viejas heridas; recordar -pienso yo-, es evitar que las mismas atrocidades se vuelvan a repetir. Marcos Ana nos explica así las razones que le llevaron a escribir su libro: “Cuando vi -nos dice- que los propios nietos de los fusilados por el régimen franquista desconocían la causa por la que sus abuelos murieron, pensé que era el momento de escribir esta historia”.
Lo más asombroso de este recordatorio del dolor, es la postura de mansedumbre y perdón del poeta. Frente al grito condenatorio de otro gran poeta, Pablo Neruda, que, cuando ve correr la sangre de los niños por las calles de Madrid, clama aquel terrible grito de “¡general maldito, que el odio de los humanos te persiga”, Marcos Ana, mártir laico de los tiempos modernos, se limita a relatar su dolor sin tan siquiera aludir al verdugo.
Hace ya tantos siglos
que nací emparedado,
que me olvidé del mundo,
de cómo canta el árbol,
de la pasión que enciende
el amor en los labios,
de si hay puertas sin llaves
y otras manos sin clavos! (…)
Ya ni el sueño me lleva
hacia mis libres años.
Ya todo, todo, todo
-hasta el sueño- es patio.

Hoy lloramos su ausencia. Hemos perdido al hombre, pero nos queda su obra. Yo os invito a leerla. Es el mejor homenaje que podemos hacerle.

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Mohamed Lahchiri https://elfarodeceuta.es/mohamed-lahchiri/ https://elfarodeceuta.es/mohamed-lahchiri/#comments Wed, 23 Nov 2016 06:00:34 +0000 http://elfarodeceuta.es/?p=16666 La verdad es que uno siempre ha sentido una gran simpatía por esos escritores que, siendo completamente bilingües, a la hora de escribir se deciden por nuestra lengua. Tal es el caso, por ejemplo, de Max Aub o, sin necesidad de ir tan lejos, el de Mohamed Lahchiri, intelectual hispano-árabe (fue profesor de Lengua Española […]

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La verdad es que uno siempre ha sentido una gran simpatía por esos escritores que, siendo completamente bilingües, a la hora de escribir se deciden por nuestra lengua. Tal es el caso, por ejemplo, de Max Aub o, sin necesidad de ir tan lejos, el de Mohamed Lahchiri, intelectual hispano-árabe (fue profesor de Lengua Española en Casablanca y ahora vive muy vinculado al grupo literario de Ceuta) que ya lleva publicados cuatro libros de relatos en español. Estos son sus títulos: ‘Pedacitos entrañables’ (1994), ‘Cuentos Ceutíes’ (2004), ‘Una tumbita en Sidi Embarek’ (2006) y ‘Un cine en Príncipe Alfonso’ (2011). En todos ellos Lahchiri mantiene la misma estructura: hay un relato principal que da título al libro, al que le siguen o le preceden cuestión de diez o doce relatos acompañantes que completan la obra. Ese conjunto, que a primera vista parece disperso, forman unidad gracias a los temas que toca que siempre suelen girar en torno a la familia, los recuerdos de infancia y la Ceuta más popular y olvidada.
A veces esta estructura se halla enriquecida con un prefacio o prólogo que siempre amplia el contenido del libro y ayuda a mejor comprenderá a su autor. Especialmente interesante es el excelente prólogo de ‘Cuentos Ceutíes’ que firma José Luis Gómez Barceló, figura indiscutible en el mundo literario de la ciudad de Ceuta, quien señala dos fuentes de inspiración muy bien definidas en Lahchiri: por un lado –nos dice Gómez Barceló- historias personales y de familia, muy ligadas a la Ceuta de su infancia; por otro, la crónica antropológica de la ciudad. Esta misma dualidad se mantiene en los otros libros de Lahchiri. Sólo que, a estas dos fuentes de inspiración, en el último libro, se podría añadir una tercera: el erotismo.
Aparte de la cuestión literaria hay en estos libros de Lahchiri una virtud que no quiero ni puedo pasar por alto: la fraternal convivencia en paz y respeto de dos comunidades, la cristiana y musulmana, que durante siglos se habían considerado enemigas. Algo así, pienso, podría haber ocurrido en Granada a partir de 1492 si el fanatismo de unos y otros no lo hubiera impedido.
Paso al comentario del último de los libros de Lahchiri: Un cine en el Príncipe Alfonso. Son trece relatos los que integran este libro. Entre los que están inspirados en historias personales y de familia destaca el primero del libro titulado ‘El Examen’. Un examen de francés que la hija del narrador de la historia, ayudada por su padre, venía preparando con toda meticulosidad durante varios meses. Al fin llega la hora del examen, el padre lleva a la niña al Liceo Francés, ésta hace el examen a la perfección, pero, cuando el padre va a ver la lista de aprobados, su nombre no aparece en el tablón de anuncios. ¿Qué ha podido ocurrir? ¡Una niña que llevaba el examen tan bien preparado! En la familia cunde la tristeza y el desánimo, hasta que al fin se descubre el entuerto: los profesores que han corregido las pruebas han trabajado hasta las seis de la tarde. No han tenido tiempo en esas pocas horas de corregir todas las pruebas y han dejado una buena parte para el día siguiente. A ninguno de aquellos profesores se le había ocurrido escribir una nota diciendo que aún faltaba por corregir la mitad de los exámenes. Al final todo se soluciona. El tema le permite a Lahchiri hacer una moderada crítica sobre la enseñanza en Marruecos.
El último relato de la selección, que además de ser el más extenso es el que le da título al libro, entra en la otra categoría que señalara Gómez Barceló: relato de la crónica antropológica de la ciudad de Ceuta y, más concretamente, de uno de sus barrios: el conocido con el nombre de Príncipe Alfonso, zona arrabalera integrada por los moros y cristianos más humildes de toda la ciudad. Allí, en las postrimerías de la década cincuenta, sitúa Lahchiri la acción de su relato. Sus protagonistas son niños casi adolescentes. Todos ellos llevan una existencia mezquina, en la que no falta alguna que otra paliza –regalo del padre unas veces, otras del imán de la mezquita- y cotidianas regañeras. La única evasión ante tanta infelicidad es el cine, entonces en pleno apogeo gracias a las películas norteamericanas. Sus protagonistas son para ellos semidioses cuyos gestos y andares tratan de imitar y las protagonistas la novia imposible que todos aman y ninguno conseguirá. Pero, ¡ay!, en esta zona tan olvidada de los poderosos ni siquiera hay un cine. Los pocos chicos que, pidiendo aquí y allí, logran reunir las tres pesetas que vale la entrada, tienen que desplazarse hasta el centro de la ciudad para ver cualquier película y, si al volver a casa, llegan ya anochecido, no hay nadie que los salve de la irremediable paliza. Así estaban las cosas cuando un buen día un tal Lolo, el protagonista del relato, tuvo la suerte de encontrarse en la calle una entrada de cine. Fue como si le hubiese tocado el gordo de la lotería… No vamos a contar aquí lo que ocurre después, que sería privar del placer de descubrirlo por sí mismo a futuros lectores del libro.
Los once relatos que quedan enredados entre los dos comentados, también entran dentro de las tres categorías ya enunciadas: temas personales y familiares, con una insistencia especial en la infancia, pasado antropológico de la ciudad y alguno de tema erótico que a veces roza la vulgaridad. Aquí es imposible comentar cada uno de estos relatos. Más importante me parece destacar una virtud de este libro que me ha llamado poderosamente la atención: su valiente crítica social. Valga, para hacerse una idea, esta impresionante cita.
“Y nunca dejaba de rondarle aquella historia estremecedora, contada por el padre de un alumno de la escuela coránica del pueblo de los abuelos (a pocos kilómetros de Ceuta), que había muerto de la paliza que le había dado el maestro, un tal Alfaquih al Aarosi. ¿Y qué pasó? ¿Y qué va a pasar? Había muerto porque estaba escrito, Dios lo había querido así. La víctima había tenido el entierro de un mártir, exactamente como si hubiera muerto defendiendo la patria o la fe, porque había perdido la vida mientras se aprendía –ponía en su corazón- las palabras de Al-lah”.
La verdad es que uno no sabe si reír o llorar ante tal cúmulo de ingenuidad y barbarie. Un asesinato en toda regla, perfectamente arropado bajo la manta de la religión. Mohamed Lahchiri ha tenido la valentía de denunciar tal atrocidad, vaya para él mi más sincera enhorabuena.

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