Artículos escritos por Ángel Ballesteros (del Instituto de Estudios Ceutíes) en El Faro de Ceuta https://elfarodeceuta.es/autor/angel-ballesteros-del-instituto-de-estudios-ceuties/ Diario digital Mon, 28 Oct 2024 07:21:42 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.7 https://elfarodeceuta.es/wp-content/uploads/2018/09/cropped-El-faro-de-Ceuta-32x32.jpg Artículos escritos por Ángel Ballesteros (del Instituto de Estudios Ceutíes) en El Faro de Ceuta https://elfarodeceuta.es/autor/angel-ballesteros-del-instituto-de-estudios-ceuties/ 32 32 La insuficiente diplomacia sobre el Sáhara https://elfarodeceuta.es/insuficiente-diplomacia-sobre-sahara/ Mon, 28 Oct 2024 03:30:31 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=1116656 El representante del secretario general de Naciones Unidas, Stefan de Mistura, termina de anunciar en el Consejo de Seguridad a puerta cerrada, la partición del Sáhara como posible solución al conflicto que el próximo año alcanzará los 50, medio siglo, así como suena. El bueno de De Mistura, que llegó a Rabat en noviembre del […]

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El representante del secretario general de Naciones Unidas, Stefan de Mistura, termina de anunciar en el Consejo de Seguridad a puerta cerrada, la partición del Sáhara como posible solución al conflicto que el próximo año alcanzará los 50, medio siglo, así como suena. El bueno de De Mistura, que llegó a Rabat en noviembre del 21, y al que no se le ha permitido visitar El Aaiún hasta septiembre del 23, advierte sobre el papel de la ONU, que habrá que revisar el próximo abril, al tiempo que deja abierta la puerta a su despedida. En fin, nada nuevo ni sorprendente. Pasaría a engrosar la ya no corta lista de ilustres enviados especiales onusianos, que ciertamente no parece gozar del blessing del olimpo diplomático.

La opción de la partición ya la propuso, quizá sin mucho entusiasmo profesional, en tercer lugar de cuatro, Kofi Annam en el 2002, es decir hace casi cuatro lustros -enfatizamos las cifras a ver si así se consigue algo- y luego se ha invocado muy minoritariamente, de hecho yo sólo recuerdo entre los influyentes al geoestratega argentino Suárez Saponaro, aunque es de suponer que habrá más en esa categoría. Moratinos hará una década me dijo “antes pudo ser; ahora ya no”. Pero yo la he defendido a capa y espada durante bastantes de estos años, sencillamente porque parece la menos mala. Incluso, aunque con bastante buena voluntad, se la podría calificar de semi salomónica. No habrá necesidad de recordar que ha sido rechazada por ambas partes.

“Ni el Polisario puede aceptar menos, ya que se podría diluir en la gran autonomía que ofrece Marruecos, la entidad saharaui”

Aquí, en el Sáhara Occidental, hay que partir del acuerdo entre las partes, que es vinculante hasta por definición, sin el cual no existe salida, así de sencillo. Y después, la materialización de esa entente hay que dejarla a la bien probada imaginación árabe, tantas veces patentada, donde la realización del ya poco factible, en el obligado eufemismo, referéndum preceptuado por Naciones Unidas, abre la posibilidad de una tercera vía, superadora de los dos maximalismos. Ni Rabat va a a ceder más, porque implicaría un golpe de estado, esta vez definitivo contra el trono, el final de la dinastía alauita. Ni el Polisario puede aceptar menos, ya que se podría diluir en la gran autonomía que ofrece Marruecos, la entidad saharaui; se podría difuminar la presencia de los hijos de la nube; se extinguiría la RASD, que hoy reconocen más de ochenta países.
En la retahíla de obviedades que caracterizan las resoluciones onusianas, que sea justa, hombre, no va a proponerse que sea injusta; duradera, pues claro; viable, va de sí, hay dos, que amén de suficientes, centran la cuestión: “mutuamente aceptable”, ésta por definición, y que sea política. A pesar de la amplitud en los términos de la ONU, no parece haber otra que la partición. Desde la técnica diplomática, desde su asepsia, la salida mejor que la solución, aquí como en otras latitudes, la fórmula mágica se encuentra en la realpolitik, variable cuestionable, incluso “con sus dosis de contaminación”, que decía Kissinger y que sonaba inequívocamente más didáctica en su inglés con fuerte acento alemán, resulta operativa, y obedece a dos servidumbres en diplomacia, las imperfecciones de la política exterior y las insuficiencias del derecho internacional, al tiempo de responder a la lógica diplomática, otro concepto clave y evidente.

Hace tres años, en mayo del 21, se ha sugerido otra tercera vía, un acuerdo de libre asociación, por Hugh Lovatt y Jacob Mundy, tras entrevistar a “numerosos” expertos y recordar que ya fue formulada por Nagendra Singh, uno de los jueces del TIJ en el dictamen sobre el Sáhara Occidental en 1975. Propuesta imaginativa y factible (Palau, Micronesia y las Marshall con Estados Unidos, y Cook y Niue con Nueva Zelanda), que hay que agradecer en lo que vale y aquí también queda reseñada. Sin embargo, el caso saharaui parece particular, tan sui generis que nos facultaría para pronosticar, tan sin excesivos esfuerzos que se la podría quizá dar por buena en principio, que transcurrido un tiempo, y conociendo (bien) a las partes, quién sabe si no mutaría en la absorción saharaui por el poderoso y anexionista Rabat, por mucha cláusula de garantía que se incluya.

“Siempre cuento que fuí el primer y único diplomático enviado al Sáhara tiempo después de nuestra salida”

En el Sáhara, desde Madrid, en el cambio de postura, donde reiteramos que la vuelta a la tradicional posición de neutralidad activa anterior resulta insuficiente; que España tiene que hacer algo más que ser uno del Grupo de los 5; que tiene que adquirir mayor visibilidad derivada de su responsabilidad histórica; que nosotros hemos propuesto que se nos asigne para colaborar con el mediador de la ONU a fin de intentar desbloquear la situación de parálisis resolutiva que lo hipoteca hasta ab origine, y que es simultánea al deterioro que grava a los contendientes, más erosionante claro para los saharauis, donde alcanza cotas vivenciales, al tiempo que la hábil diplomacia rabatí prosigue consolidando su situación, vertebrada por dos miembros del Consejo de Seguridad, Francia y Estados Unido. Desde el plano geoestratégico, el general Argumosa ha apuntado que sería más peligroso para la seguridad de Canarias, la existencia en frente de un estado expansionista, que tener a dos países sin entendimiento mutuo bastante. El caso canario sería el único supuesto en que podría quebrar mi parece que fundado vaticinio de que, frente a la creencia generalizada, en el horizonte contemplable, no habrá ruptura de hostilidades entre Madrid y el por mí añorado Marruecos.

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Siempre cuento que fuí el primer y único diplomático enviado al Sáhara tiempo después de nuestra salida, donde censé a los 339 españoles que allí quedaron, en lo que quizá fue una de las más relevantes operaciones de protección de compatriotas del siglo XX. Mientras, el cónsul marroquí en Las Palmas, no se recataba en inquirir que por qué yo viajaba al territorio. Hay un refrán del desierto siempre invocable y más en la complicada dialéctica moroccosaharaui: “Habla a quien comprenda tus palabras”.

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Los contenciosos y diferendos diplomáticos españoles, 2025, o Metternich no frecuenta Santa Cruz https://elfarodeceuta.es/contenciosos-diferendos-diplomaticos-espanoles-2025-metternich-no-frecuenta-santa-cruz/ Wed, 09 Oct 2024 02:06:01 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=1108728 Con la vista profesional, y humana, puestas ya en el 2025, proseguimos con un creciente/decreciente ánimo, nuestros balances sobre las controversias territoriales españolas, el tema histórico, clásico, recurrente e irresuelto, aunque no irresoluble de nuestra política exterior. Resulta perfectamente inteligible que un país como el nuestro, vistos actores y circunstancias, dada la realidad, donde la […]

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Con la vista profesional, y humana, puestas ya en el 2025, proseguimos con un creciente/decreciente ánimo, nuestros balances sobre las controversias territoriales españolas, el tema histórico, clásico, recurrente e irresuelto, aunque no irresoluble de nuestra política exterior.

Resulta perfectamente inteligible que un país como el nuestro, vistos actores y circunstancias, dada la realidad, donde la armonía, hasta con h, se muestra mediatizada por una crisis de valores profunda y semi galopante; tipificable por un confusionismo in crescendo; con acentuadas tendencias centrífugas en su complicada construcción nacional en una visible teórica escala reduccionista; donde existe una tónica inercial a dejar deteriorarse las situaciones hasta extremos de problemática reconducción; en la que las partidas en los procelosos tableros se juegan con las negras, a la defensiva, en lugar de llevar la iniciativa con las blancas; y cuyos déficits y responsabilidad son imputables a los sucesivos gobiernos, por supuesto a unos más y a otros menos, el actual, cotiza con otros baremos, pero que resulta predicable casi genéricamente de todos, resulta comprensible decíamos, que a la política internacional no se le preste la debida atención. Ciertamente no parece fácil felicitar a sus ejecutores.

Como venimos repitiendo, pretendiendo elevarlo a máxima diplomática, “hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente, su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar en el concierto de las naciones el puesto que corresponde a la que fue primera potencia planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes”, lo que unido a otra de nuestras máximas, “a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, España parece tener más dificultades que otros países similares no ya para para gestionar el interés nacional sino hasta para identificarlo e incluso para localizarlo”, constituyen la diarquía operativa del accionar español.

Por otro lado, para vertebrar el menguante desánimo mencionado al principio, volvemos a citar a David Eade, que en el 2013, en el Gibraltar News, dejó escrito, “Angel Manuel Ballesteros, a former diplomat, ambassador, academic, writer and so on and so forth, and his words are listened to in his native Spain…”. Pues bien, no parece que el aserto del ilustre periodista haya resultado exacto en cuanto a que mis palabras son escuchadas por estos pagos. Y eso, tras habérselo pedido a Moncloa y Santa Cruz desde más de una instancia cualificada.

En los diferendos, unas recientes manifestaciones desde Portugal han vuelto a lanzar a la palestra la cuestión de Olivenza, reclamando la villa que fue portuguesa desde el tratado de Alcañices de 1297, y tras varios cambios de soberanía, hoy es española, apoyándose en el Congreso de Viena en 1815: ante las especiales circunstancias que concurrieron y por tanto la justeza de la reclamación lusitana, España debe devolverla a Portugal. Mientras que para Madrid, tras la guerra de las Naranjas, Lisboa cedió la villa a los españoles por el tratado de Badajoz, de 1801, resultando incuestionable que Olivenza jurídicamente es española y como precisa el colegio de abogados de Badajoz, ningún tribunal concluiría en contrario.

A fin de solventar la por lo menos incómoda situación, hasta cartográficamente Portugal elimina en sus mapas la frontera de la zona con el país vecino, el diferendo debería de incluirse en su ámbito natural, en las relaciones de (buena) vecindad, que con Portugal como con Iberoamérica, tienen que ser las mejores, y que además permitiría aspirar al gran tema internacional pendiente, un poderoso lobby iberoamericano en Naciones Unidas, nosotros hemos propuesto, aunque muy sotto voce, la celebración de un referéndum que según están las cosas, parece que arrojaría color español.

"Las relaciones hispano-marroquíes, son las más delicadas que presenta y seguirá representando nuestra diplomacia"

También con Portugal el diferendo de Las Salvajes, un pequeño archipiélago de 2,73 kms², más cercano a las Canarias, 165 kms, que a Madeira, 280, región autónoma de la que dependen, descubierto en 1438 por Diogo Gomes de Sintra y en el que un ágil y calculador servicio exterior lusitano y menos condicionado que el nuestro, primero cuando en 1938 la Comisión Permanente de Derecho Marítimo Internacional emitió un dictamen favorable a Portugal con España inmersa en la Guerra Civil, esto es, sin poder defenderse adecuadamente, y definitivamente como han señalado Lacleta et alii, al parecer como peaje ante la tradicional alianza Reino Unido-Portugal y a fin de la integración total española en la estructura militar de la OTAN, consiguió en 1997 la renuncia de Madrid a los derechos en superficie.

Queda así la controversia circunscrita a la naturaleza de las islas, habitables según Portugal o no, tesis española más aceptable por su impracticable habitabilidad, y por ende, aunque por supuesto reconociendo el derecho a su mar territorial, cuestionando la extensión y de manera previa la propia existencia de la Zona Económica Exclusiva en las ricas aguas circundantes, que han vuelto a la arena diplomática por la incidencia de terceros, a causa de las disposiciones unilaterales de Rabat sobre aguas jurisdiccionales, que tocan las canarias y las saharauis.

Se impone, pues, sentar a la mesa de negociaciones a la diplomacia lisboeta, habitualmente capaz sin acudir a la comparativa, desde el histórico tratado de Tordesillas, en el que más impuestos en la materia ganaron Brasil y antes incluso, si dogmáticos en su cientificismo no hubieran minusvalorado la tesis errónea, sólo en la denominación, de que a la Indias se iba por el Atlántico y por ende, quién sabe si no habrían llegado a América antes que Colón. España no debe demorar más la negociación sobre todas nuestras aguas territoriales, mediterráneas y atlánticas, lo que está sin hacer, y ahí naturalmente abordar las de Las Salvajes.

Las relaciones hispano-marroquíes, son las más delicadas que presenta y seguirá representando nuestra diplomacia, donde profesionales, tratadistas y hasta aficionados asignan casi némine discrepante el papel de mayor riesgo al vecino del sur. Ahí está el contencioso de Ceuta y Melilla. Allí está el Sáhara. Rabat cuenta con una hábil y continuista diplomacia, lo que deviene clave en tan hipersensible materia. Y con ellos practicamos la diplomacia secreta, lo que yo propugno para temas ad hoc, formidable instrumento con el que cuenta Madrid, aplicado ya desde Hassan II y Don Juan, cuyo entendimiento se acentuaba por el humo cómplice de dos empedernidos fumadores o en la modalidad Franco/Hassan II la única vez que se encontraron, en el aeropuerto de Barajas, donde el nivel de locuacidad no fue precisamente alto desde el lado español, y el barón de las Torres, el mismo intérprete de la entrevista de Hendaya con Hitler, dijo que “había sido fácil traducir a Franco porque en varias ocasiones se limitó a responder con monosílabos”.

El hecho es que ambos jefes de estado y luego los dos tronos, se han entendido perfectamente bien, desde que, aunque “con cara de pocos amigos”, Mohamed V vino a Madrid en 1956 para llevarse la independencia de Marruecos ya conseguida de Francia.

"Unas recientes manifestaciones desde Portugal han vuelto a lanzar a la palestra la cuestión de Olivenza"

Se ha insistido en que Madrid y Rabat estuvieron al borde de las hostilidades, cuando el islote Perejil, en julio del 2002, en plenos esponsales de Mohamed VI, los primeros con simbología democrática, de lo que disentimos con tranquilidad de conciencia profesional y en todo caso, el riesgo de escalada sería más atribuible al un tanto exaltado Madrid de la época, con un espectacular y desproporcionado despliegue reconquistador para desalojar a media docena de uniformados marroquíes, ante la atónita mirada de las cabras que allí pululan: “querían probar nuestra capacidad de reacción”, aseveran en ciertos círculos. Diríamos que errado, con el cautelar casi del todo este punto, porque en Perejil, amén de que nadie sabe a ciencia cierta lo que pasó y aunque en Marruecos no se mueve una hoja sin que lo controle el Majzén, parece verosímil que en más de una ocasión algún jefecillo haya podido ir por semi libre, como en el robo del brazo del conquistador de Melilla Pedro de Estopiñán, ocho meses después, recuperado, Porque bien conocen los marroquíes nuestra capacidad de reacción, en directo, a través de muchos años, donde se ubica cual indeleble frontispicio de referencia histórica si se tercia, incluso alguna cuisante, muy lacerante derrota colonial o la Marcha Verde (y sobre papel oficial y privado, a efectos de rendimiento de nuestra policía en el tema incluible y clave, categoría que mantenemos visto su devastador impacto, de la droga, yo puse en Rabat, ya en 1977, la urgente necesidad de que reunieran los ministros de Interior de ambos países ante el creciente tráfico del hachís) y en indirecto, con sus numerosos y efectivos espías.


En este punto del espionaje, tres veces más miembros tiene la agencia, que se dice que va a reformarse, que la carrera diplomática, el ministro de Defensa en Perejil fue el mismo del Yak 42, con un CNI dirigido por primera vez por un civil. No hubo dimisiones cuando seis valerosos agentes, cayeron en una emboscada tras agotar sus armas, cortas. Honor a ellos en el recuerdo y mi agradecimiento al que, sin ser de ese grupo y en otro momento, quiso ayudarme en el Sáhara.

La disección de Perejil, insistimos, comporta ante todo que existe un mejor derecho de España, no un único, pero sí un mejor derecho, lo que faculta para sostener que no se debieron de aceptar las tablas, la vuelta al statu quo ante, es decir, la desmilitarización, la tierra de nadie.

“España posee argumentos históricos y jurídicos para reclamar la soberanía española sobre la isla”, asimismo mantiene Dionisio García Flórez, el primero que alertó de que podía ocurrir un incidente ante la ausencia de ejercicio de soberanía. Y por otra parte, opinamos que se debió de acudir a la diplomacia regia, en lugar de a mediaciones ajenas por efectivas que fueran, que lo fueron, envueltas en el despectivo “islote estúpido”, de Alexander Haig.

En el Sáhara,  en el cambio de postura, donde reiteramos que la vuelta a la tradicional posición de neutralidad activa anterior resulta insuficiente, que España tiene que hacer algo más que ser uno del Grupo de los 5, que tiene que adquirir mayor visibilidad derivada de su responsabilidad histórica, que nosotros hemos propuesto que se nos asigne para colaborar con el bueno de De Mistura, que lleva camino similar al de sus ilustres predecesores en la ya no corta lista de mediadores onusianos que no parece contar ciertamente con el blessing del olimpo diplomático, ha sido denunciado como un ejercicio de diplomacia secreta, dada la ausencia de explicaciones sanchistas, en la línea formal del maestro del secretismo Castlereagh, uno de los integrantes de la triada clásica de los grandes maestros de la diplomacia del convenio de Viena con o mejor, tras Metternich y Talleyrand, que llevó el secretismo al extremo de que el tratado de Chaumont, decisivo contra Napoleón, lo redactó en buena parte él mismo de su puño y letra. Aquí, cierto que traído por los pelos, surge lord Byron, con su, “stop, traveller and piss”, sobre la tumba del estadista británico, que en verdad murió con escasa popularidad.

"La disección de Perejil, insistimos, comporta ante todo que existe un mejor derecho de España, no un único, pero sí un mejor derecho"

Tampoco hubo riesgo de hostilidades, aunque si diplomacia secreta, en el 2014, cuando policías costeros españoles sobrevolaron el yate del monarca alauita, y para colmo, perdidos los papeles, un general pretendió pedir disculpas a la dinastía alauita. Mohamed VI, a quien vimos por primera vez en España cuando los funerales de Franco y la coronación de Juan Carlos I, en representación de su augusto padre que no podía venir en plena Marcha Verde, ya daba muestras, a los doce años, de su carácter resuelto. He escrito y conferenciado sobre el golpe de Estado -que se inicia en la intriga, se materializa a través de la confabulación, del contubernio, se vertebra, perfeccionándose, en conjuración o en conjura, y asciende a complot y origina el golpe- sobre los movimientos involucionistas del mundo árabe, y mantenemos de manera invariable que su autoridad, a diferencia de su predecesor que sufrió dos graves tentativas, una el único golpe que registra la historia de la aviación sobre objetivo aéreo, está garantizada, sin fisuras de ningún tipo y que el único riesgo para la estabilidad del trono vendría por el Sáhara, que le está llevando a una diplomacia audaz aunque tal vez acelerada, en la comparativa con el gran dosificador de los tempos con España, Hassan II, a quien recuerdo sus palabras y escritos en aquellos crepúsculos azules del añorado Rabat. Insisto en adherirme a la partición que en tercer lugar de cuatro propuso Kofi Annan, como reitero mi convicción, con fundamento, de que no habrá guerra con Marruecos.

Rabat nunca va a ceder en su reivindicación histórica sobre Ceuta y Melilla e islas y peñones para la consecución de la Madre Patria. Pero este contencioso, el más delicado y complicado que tiene España, que bien conozco por ser miembro senior del Instituto de Estudios Ceutíes, en primera y sufrida línea desde el Estrecho de nuestras controversias territoriales, lo mueve el vecino del sur por otras vías, que en más de una ocasión rozan la heterodoxia híbrida, ante la hipostenia de la posición y el animus hispánicos. Aquí vamos a señalar que tampoco -va de sí que en horizontes contemplables- contarán las ciudades españolas con la cobertura formal de la OTAN.

Calvo Sotelo, a quien acompañé en la argentina Córdoba varias horas tras un percance suyo de aviación comercial ya siendo ex presidente, ha dejado escrito, cito de memoria, “que me dí cuenta de que para España era más urgente ingresar en la OTAN antes que en la CEE que se presentaba como un tema económico”. No, estimado amigo, lo que los españoles querían y además necesitaban prioritariamente, con carácter casi rayano con lo perentorio, era solventar ante todo, de ahí el duro peregrinaje desde la carta, como trabajo de vacaciones, que encargó Castiella a Marcelino Oreja, en 1962, la cuestión económica, por lo que su aseveración no resultaba correcta fuera de en algún que otro corpúsculo militar. Pero además de la falta de cobertura formal y a pesar de las doctrinas de las intervenciones fuera de zona, la alianza Rabat/Washington, la más antigua y más firme estratégica en el mundo árabe, podría atenuar en su caso los efectos en grado indeterminado, pero con entidad propia, de las intervenciones fuera de zona.

Ya he repetido que la salida, mejor que la solución, de futuro, no próximo, igual que no vimos a Hassan II entrando como soberano en las ciudades, tampoco parece que veremos a Mohamed VI al mismo título, vendrá en el Estatuto de Territorios Autónomos por la autodeterminación de sus habitantes, principio fundamental de cualquier derecho internacional que se proclame moderno.

En el Sáhara Occidental, hay que partir, de manera vinculante, del acuerdo entre las partes, sin el cual no existe solución, así de sencillo. Y después, la materialización de esa entente, en la que hay que dejar a la bien probada imaginación árabe, tantas veces patentada, la conclusión, en la que ya poco factible, en el obligado eufemismo, el referéndum preceptuado por Naciones Unidas, nosotros nos adherimos de manera preferente aunque no exclusiva, a la partición que formuló Kofi Annan en tercer lugar de cuatro. Ni Rabat va a ceder más, porque implicaría un golpe de Estado, esta vez definitivo contra el trono, el final de la dinastía alauita, ni el Polisario puede aceptar menos, ya que se podría diluir en la gran autonomía que ofrece Rabat, la entidad saharaui, se podría difuminar la memoria de los hijos de la nube, se extinguiría la RASD.

"El 13 de julio del 2013 se celebró el tercer centenario del tratado de Utrecht, “maravillosa obra del Señor"

Desde la técnica diplomática, desde su asepsia, la salida mejor que la solución, como en Ceuta y Melilla, radica en la realpolitik, variable cuestionable pero resolutiva, que obedece a dos servidumbres en diplomacia, las imperfecciones de la política exterior y las insuficiencias del derecho internacional, al tiempo de responder a la lógica diplomática, otro concepto clave y evidente.

Como cuento siempre, hace casi medio siglo que fui el primer y único diplomático allí desplazado para ocuparme de los 339 españoles que tras nuestra salida quedaron en el territorio, a los que censé, en lo que quizá fue una de las más relevantes operaciones de protección de compatriotas del siglo XX. Mientras Rabat, a través de su cónsul en Las Palmas, no se recataba en inquirir que por qué viajaba al Sáhara. Hay un refrán del desierto, siempre invocable: “habla a quien comprenda tus palabras”.

Y Gibraltar. Ya hemos reiterado ad nauseam administrativa, que el desarrollo de los acuerdos de la Nochevieja del 2020, hacia la prosperidad compartida -que el 10 de noviembre se encontrarán con la entrada en vigor de las nuevas disposiciones para el control del espacio Schengen pero que esa circunstancia así como la potencial conclusión de las actuales negociaciones, no alteran ni un ápice nuestras consideraciones- desvía el iter ya de por sí sinuoso, con demasiadas curvas, recovecos y recodos, que conduce a la llave que pende de la puerta del castillo del pabellón gibraltareño, a la descolonización, acuñada por Naciones Unidas y refrendada por la Unión Europea. Gibraltar es un territorio no autónomo pendiente de descolonización, que rompe la integridad territorial de un país, aliado y socio, la última colonia en Europa y tierras aledañas, nótese que el más próximo territorio a descolonizar es el Sáhara, y se requiere actuar en consecuencia.

Dado el proceder británico, en la línea de la diplomacia mercantil, de tendero, con la que sir Harold Nicolson califica el proceder de sus compatriotas, se impone, tras el aval bastante de tres centurias, una obligada acción más enérgica, más incisiva, siempre pivotando como corresponde sobre la legalidad, bien y de obvia preferencia, inmediata, tal que preceptuada por Naciones Unidas o en su línea; bien, mediata, con el cumplimiento sin ambages ni fisuras, hasta donde proceda, hasta donde se pueda, del tratado de Utrecht, además, por supuesto, de impulsar el desarrollo del todavía preterido Campo de Gibraltar. Ya sentenció Gondomar, el embajador más positivamente activo que hemos tenido ante la corte de San Jaime, y eso que Albion todavía no había tomado el Peñón, A Ynglaterra, metralla que pueda descalabrarles…

El 13 de julio del 2013 se celebró el tercer centenario del tratado de Utrecht, “maravillosa obra del Señor”, en la conceptuación de su artífice el vizconde de Bolingbroke, por el que Inglaterra cimentaba las bases de su futuro imperio colonial con el dominio de las rutas marítimas. Para conmemorarlo, resonó en la catedral londinense de San Pablo, el Grand te Deum for the Peace of Utrecht, de Haendel, junto con su no menos espléndido Jubilate, para coros, solos y orquesta. Todos queremos creer que cuando vuelva a sonar, sus notas envolverán la buena voluntad que permita comenzar a trazar la senda hacia el mejor entendimiento entre las partes.

Como Castiella, en su discurso de ingreso a Morales y Políticas, en 1976, “porque sé que las batallas diplomáticas de España internacionalmente por un motivo u otro, nunca resultan fáciles, me atrevería a proponer a nuestra Diplomacia que adopte las palabras del gran santo español Juan de Ribera, “la meta muy alta, el camino muy duro, la manera de andar sin que se note”, igual nosotros nos sentimos muy honrados formulando idéntica, tan sublime petición, máxima cardenal en diplomacia, junto con su tal vez más sentida definición, la de Foxá, “con la brújula loca pero fija la fe”.

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La injerencia de Rusia, la OTAN y Ceuta y Melilla https://elfarodeceuta.es/injerencia-rusia-otan-ceuta-melilla/ https://elfarodeceuta.es/injerencia-rusia-otan-ceuta-melilla/#comments Sat, 17 Aug 2024 02:10:40 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=1087567 Al inclinarme a besar la mano de la camarada que me recibía en el Kremlin, al estilo de Catalina la Grande que exigía que los representantes extranjeros le besaran la mano y le hablaran en francés – parecería más apropiado que el léxico diplomático hubiera adoptado el término legado e incluso aunque resulta demasiado genérico […]

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Al inclinarme a besar la mano de la camarada que me recibía en el Kremlin, al estilo de Catalina la Grande que exigía que los representantes extranjeros le besaran la mano y le hablaran en francés – parecería más apropiado que el léxico diplomático hubiera adoptado el término legado e incluso aunque resulta demasiado genérico el de enviado, antes que el de embajador en cuya terminología se ha dicho que existe algún tipo de siervo- noté que mis gastados o apretados o lo que fuera pantalones, se rasgaban por el tafanario lo que, en esta versión novelada, me obligó a pasar la hora de las conversaciones -una docena de graves funcionarios y al otro lado de la mesa yo con la habitual intérprete en esos regímenes- desoyendo las insistentes invitaciones de los todavía soviéticos para que me quitara el abrigo, mientras que sudaba la gota gorda en aquellos salones majestuosos donde el frío exterior se combatía como correspondía a los gerifaltes.
A principios de los 80, aunque todavía no estábamos en la luego Unión Europea, España, con la Restauración, avanzaba en bastantes sentidos y en materia de cooperación comenzábamos a pasar de receptores a donantes. Yo era el primer director de cooperación con Africa, Asia y Oceanía y me lancé “con gran dedicación, eficacia y entusiasmo”, como rezaba la propuesta de condecoración, a contar las bondades de nuestra incipiente cooperación internacional, empezando por Africa, principalmente por los países lusófonos, sus cinco excolonias, en las que podíamos entrar con mayor facilidad por la debilidad comparativa de Lisboa y la proximidad idiomática, recorriendo también en aquellos momentos varios países del Este, si bien no pude apreciar como lord Byron “la elegancia de las capas albanesas”, con cuyo atuendo se hizo el celebrado cuadro de Thomas Phillips.
Acababa de visitar Belgrado y Sofia, desde donde me desplacé a Moscú y decidimos incluir en el itinerario Tirana, bajo la dictadura de Enver Hoxha, paro la dirección política entendió que no procedía mi viaje de cooperación a Albania ya que todavía no teníamos relaciones diplomáticas. Pues caramba, así ayudamos a tenerlas antes amén de la neutralidad de la cooperación, se podría quizá haber argumentado. En fin, desde Sofia en un viaje accidentado con unas orondas campesinas y sus jaulas de gallinas y conejos, que se echaban encima de mi traje de Saville Row, cuya elegancia se desvanecía a ojos vista mientras yo me desgañitaba exigiendo que me pasaran a los asientos delanteros ocupados por militares, ya que tenía primera clase y allí me terminaron semi acomodando con simpatía y vodka, lo que nos lleva a Moscú al momento del brindis, que se hizo con vodka pero sin ikrá, una de las primeras y más útiles palabras que aprendí en ruso.
Pocos serían los tratadistas que hubieran pronosticado entonces, la transformación de la gran potencia que protagonizó la guerra fría desde la bilateralidad, a un inocultable declive, siendo desplazados por los chinos, y ofreciendo una muestra inequívoca de su paso de formidable poderío militar, a recordar aquellos impresionantes desfiles en la Plaza Roja, a ni siquiera ser capaces de concluir la guerra de de agresión en Ucrania, donde si bien es cierto que probablemente se quedarán con los territorios anexionados, llevan ya dos años y medio de contienda.
Ahora Rusia juega en política internacional con su táctica de injerencias, totalmente plausible con un presidente vitalicio de profesión espía y aupado por Yeltsin de quien Gorbachov decía que “tiene unas horas de lucidez al día y no todos los días”, lo que nos conduce al segundo acto: la injerencia rusa en España denunciada en el separatismo catalán. Ya ha pasado tiempo desde que escribí y reiteré la conveniencia, partiendo de las tesis románticas de “la nación es un alma” y/o “la nación es una misión”, de acceder al referéndum que pedían bastantes catalanes, que se haría con mayoría cualificada, como establece la propia constitución para su reforma, y visto, además, que en ninguna de las encuestas la opción separatista llegaba ni siquiera a la mitad, así se aceptaba su lícita demanda y se concluía con su rechazo, prosiguiendo todos unidos en lo que corresponde, la unidad de España.
Hará unos años que el tradicional atraque de la flota rusa en Ceuta, que mitigaba las necesidades económicas de la ciudad, fue censurado por la OTAN lo que nos introduce en el acto tercero.
Las relaciones hispano-marroquíes, son las más delicadas que presenta y seguirá representando nuestra diplomacia, donde profesionales, tratadistas y hasta aficionados asignan casi némine discrepante el papel de mayor riesgo al vecino del sur. Allí está el contencioso de Ceuta y Melilla. Ahí está el Sáhara. Rabat cuenta con una hábil y continuista diplomacia, lo que deviene clave en tan hipersensible materia. Y con ellos practicamos la diplomacia secreta, lo que yo propugno para temas ad hoc, formidable instrumento con el que cuenta Madrid, aplicado ya desde Hassan II y Don Juan, cuyo entendimiento se acentuaba por el humo cómplice de dos empedernidos fumadores o en la modalidad Franco/Hassan II la única vez que se encontraron, en el aeropuerto de Barajas, donde el nivel de locuacidad no fue precisamente alto, al menos desde el lado español, y el barón de las Torres, el mismo que hizo de intérprete en la entrevista de Hendaya con Hitler, dijo que “había sido fácil traducir a Franco porque en varias ocasiones se limitó a responder con monosílabos”. Siempre ambos jefes de estado, los dos tronos, se han entendido perfectamente bien, desde que Mohamed V vino a Madrid para llevarse, aunque “con cara de pocos amigos”, la independencia marroquí, ya conseguida de Francia.


Se ha insistido en que Madrid y Rabat estuvieron al borde de las hostilidades, cuando el islote Perejil, en julio del 2002, en plenos esponsales del monarca alauita, los primeros con simbología democrática, de lo que disentimos con tranquilidad de conciencia moral y administrativa y en todo caso, parece que el riesgo de escalada sería más atribuible al un tanto exaltado Madrid de la época, desplegando a todas luces demasiados efectivos para desalojar a media docena de gendarmes marroquíes, ante la atónita mirada de las cabras que allí pululan: “querían probar nuestra capacidad de reacción”, aseveran en ciertos círculos. Errado del todo este punto porque en Perejil nadie sabe a ciencia cierta lo que pasó y aunque en Marruecos no se mueve una hoja sin que lo controle el Majzén, parece verosímil que en alguna que otra ocasión algún jefecillo haya podido ir por semi libre, como en el robo del brazo del conquistador de Melilla Pedro de Estopiñán, ocho meses después, recuperado. Bien conocen los marroquíes nuestra capacidad de reacción, en directo, a través de muchos años, donde se ubica cual indeleble frontispicio de referencia histórica si se tercia, incluso alguna cuisante, muy lacerante derrota colonial o la Marcha Verde (y sobre papel oficial y privado, a efectos de rendimiento de nuestra policía en el tema clave, categoría que mantenemos visto su devastador impacto, de la droga, yo puse en Rabat, ya en 1977, la urgente necesidad de que reunieran los ministros de Interior de ambos países ante el creciente tráfico del hachís) y en indirecto, con sus numerosos y efectivos espías.
En el punto del espionaje, tres veces más miembros tiene la agencia que la carrera diplomática, el ministro de Defensa en Perejil fue el mismo del Yak 42, con un CNI dirigido por primera vez por un civil. No hubo dimisiones cuando seis valerosos agentes, cayeron en una emboscada tras agotar sus armas, cortas. Honor a ellos en el recuerdo y mi agradecimiento al que, sin ser de ese grupo y en otro momento, pretendió ayudarme en el Sáhara.
La disección de Perejil, comporta ante todo que existe un mejor derecho de España, no un único, pero sí un mejor derecho, lo que faculta para sostener que no se debieron de aceptar las tablas, la vuelta al statu quo ante. Y así mismo, que se debió de acudir a la diplomacia regia. En el Sáhara, en el cambio de postura, donde reiteramos que la vuelta a la tradicional posición de neutralidad activa anterior resulta insuficiente, que España tiene que hacer algo más que ser uno del grupo de los 5, que tiene que adquirir mayor visibilidad derivada de su responsabilidad histórica, que yo mismo me he ofrecido para colaborar con el bueno de De Mistura, que lleva camino similar al de sus ilustres predecesores en la ya no corta lista de mediadores onusianos que no parece contar ciertamente con el blessing del olimpo diplomático, ha sido denunciado como un ejercicio de diplomacia secreta, dada la ausencia de explicaciones sanchistas, en la línea formal del maestro del secretismo Castlereagh, uno de los integrantes de la triada clásica de los grandes maestros de la diplomacia del convenio de Viena con o mejor, tras Metternich y Talleyrand, que llevó el secretismo al extremo de que el tratado de Chaumont, decisivo contra Napoleón, lo redactó en buena parte él mismo de su puño y letra. Aquí, cierto que traído por los pelos, surge otra vez lord Byron, con su, “stop, traveller and piss”, sobre la tumba del estadista británico, que en verdad murió con escasa popularidad.

Ahora Rusia juega en política internacional con su táctica de injerencias, totalmente plausible con un presidente vitalicio de profesión espía y aupado por Yeltsin de quien Gorbachov decía que “tiene unas horas de lucidez al día y no todos los días”, lo que nos conduce al segundo acto: la injerencia rusa en España denunciada en el separatismo catalán

Tampoco hubo riesgo de hostilidades, aunque si diplomacia secreta, en el 2014, cuando policías costeros españoles sobrevolaron el yate del monarca alauita, y para colmo, perdidos los papeles, un general pretendió pedir disculpas a la dinastía alauita. Mohamed VI, a quien vimos por primera vez en España cuando los funerales de Franco y la coronación de Juan Carlos I, en representación de su augusto padre en plena Marcha Verde, ya daba muestras, a sus doce años, de su carácter resuelto. He escrito y conferenciado sobre el golpe de Estado, sobre los movimientos involucionistas del mundo árabe, y mantenemos de manera invariable que su autoridad, a diferencia de su predecesor que sufrió dos graves tentativas registradas, una el único golpe que registra la historia de la aviación sobre objetivo aéreo, está garantizada, sin fisuras de ningún tipo y que el único riesgo para la estabilidad del trono vendría por el Sáhara, que le está llevando a una diplomacia audaz aunque tal vez acelerada, en la comparativa con el gran dosificador de los tempos con España, Hassan II, a quien recuerdo sus palabras y escritos en aquellos crepúsculos azules del añorado Rabat. Insisto en adherirme a la partición que en tercer lugar de cuatro propuso Kofi Anam, como reitero mi convicción, con fundamento, de que no habrá guerra con Marruecos.
Rabat nunca va a ceder en su reivindicación histórica sobre Ceuta y Melilla para la consecución de la Madre Patria. Pero este diferendo lo mueve el vecino del sur por otras vías, que en más de una ocasión rozan la heterodoxia híbrida. Aquí vamos a señalar que tampoco -va de sí que en horizontes contemplables- contarán las ciudades españolas con la cobertura formal de la OTAN. Calvo Sotelo, a quien acompañé en la argentina Córdoba varias horas tras un percance suyo de aviación comercial ya siendo ex presidente, ha dejado escrito, cito de memoria, “que me dí cuenta de que para España era más urgente ingresar en la OTAN antes que en la CEE que se presentaba como un tema económico”. No, estimado amigo, lo que los españoles querían y además necesitaban prioritariamente, con carácter casi rayano con lo perentorio, era solventar ante todo, de ahí el duro peregrinaje desde la carta, como trabajo de vacaciones, que encargó Castiella a Marcelino Oreja, en 1962, la cuestión económica, por lo que su aseveración no resultaba correcta fuera de algún que otro corpúsculo militar. Pero además de la falta de cobertura formal y a pesar de las doctrinas de las intervenciones fuera de zona, la alianza Rabat/Washington, la más antigua y más firme estratégica en el mundo árabe, atenuaría en su caso los efectos en grado indeterminado, pero con entidad propia, de las intervenciones fuera de zona. Ya he repetido que la salida, mejor que la solución, de futuro, no próximo, igual que no vimos a Hassan II entrando como soberano en las ciudades, tampoco parece que veremos a Mohamed VI al mismo título, vendrá en el Estatuto de Territorios Autónomos por la autodeterminación de sus habitantes, principio fundamental de cualquier derecho internacional que se proclame moderno.
Como Castiella, en su discurso de ingreso a Morales y Políticas, en 1976, “porque sé que las batallas diplomáticas de España internacionalmente por un motivo u otro, nunca resultan fáciles, me atrevería a proponer a nuestra Diplomacia que adopte las palabras del gran santo español Juan de Ribera, “la meta muy alta, el camino muy duro, la manera de andar sin que se note”, igual nosotros nos sentimos muy honrados formulando idéntica, tan sublime petición, máxima cardenal en diplomacia, junto con su tal vez más sentida definición, la de Foxá, “con la brújula loca pero fija la fe”.

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La Leyenda Negra, América, y la técnica diplomática (y II) https://elfarodeceuta.es/leyenda-negra-america-tecnica-diplomatica-ii/ https://elfarodeceuta.es/leyenda-negra-america-tecnica-diplomatica-ii/#comments Fri, 19 Jul 2024 02:20:23 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=1076787 No hay que ser un Metternich para concluir en la inconveniencia de las discusiones históricas en política exterior. Y ello es tan evidente que podría constituir una ley si no matemática, desde luego que sí diplomática. La carta del todavía presidente del añorado México, que cesará en octubre, reclamando hace un lustro que el rey […]

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No hay que ser un Metternich para concluir en la inconveniencia de las discusiones históricas en política exterior. Y ello es tan evidente que podría constituir una ley si no matemática, desde luego que sí diplomática.
La carta del todavía presidente del añorado México, que cesará en octubre, reclamando hace un lustro que el rey de España (y el Papa) reconozca y pida perdón por los abusos cometidos durante la conquista, forma parte consustancial del ser imperial de España, que como los grandes países que transformaron la historia, lo hicieron con los procedimientos típicos de la época, ciertamente habituales en la dureza de las conquistas, en las gestas de pocos contra muchos, y no atenuados en sus excesos por la falta de cultura comparativa ya que de los pueblos a descubrir, a conquistar, en América y parcialmente en Africa, no constaba su existencia de manera cabal, y Asia tradicionalmente fue ajena, aunque no del todo, al circuito conceptual europeo.
De ahí, que entrar en polémicas tendría sentido en el campo académico y serían aconsejables desde un revisionismo positivo, constructivo, pero siempre con la salvedad de los tiempos diferentes, distantes, lo que de forma enfática aunque no enteramente satisfactoria se formuló con ¨la culpa fue de los tiempos, que no de España¨. Amén de que los inocultables agravios cometidos en el siglo XVI, llevaron sin demasiada dilación a la modélica y precursora legislación correctora de la corona española, con la introducción del humanismo en el derecho de gentes, el excelso timbre de honor hispánico.
Después, - de esos antecesores españoles, en parte aventureros y hasta algún que otro expresidiario, varios de los cuales fungieron como tales hacia aquellos indígenas “que no eran hombres sino animales con el don de la palabra”, y habrá que esperar hasta 1537, para que el papa Paulo III, en la bula Sublimis Deus, los reconociera como seres humanos, tras ser acusados los colonos/encomenderos por el P. Las Casas y alumbrando así las pioneras Leyes de Indias- surgen en la res pública institucional los un tanto indebidamente postergados criollos, que se emancipan aprovechando la debilidad de la metrópoli y se muestran incapaces, tras dos centurias de independencia, de alcanzar los niveles de organización exigibles desde la óptica occidental, mientras que en el país, entonces y ahora, más culto, la para mí querida Argentina, así como Chile, siguieron exterminando a los nativos al sur como los estadounidenses al norte de América.
Pero aquí se está tratando el campo diplomático en clave instrumental, distinto del que con las dosis de heterodoxia que habría que precisar, facultó a holandeses e ingleses, en primer lugar, a endosarnos la leyenda negra, sobre todo en América frente al gran hecho hispánico del mestizaje, tal vez el único que permite humanizar las conquistas, ignorado por los británicos et alii. Como también procedería diferenciar el origen de la inquina holandesa, basada en buena parte en la extralimitación de unos tercios que tantas veces se tiñeron de excesos y en los que no todos de aquellos sobresalientes milites/mercenarios, “que todo lo sufren en cualquier asalto, sólo no sufren que les hablen alto” como acuñó Calderón de la Barca, eran españoles, con la de los ingleses, contra los que nos defendimos más veces que atacamos y que nos han terminado dejando en el desigual balance, el baldón de Gibraltar. En este punto, resulta imperativo, amén de didáctico, mi habitual recurso a Gondomar, el embajador más positivamente activo que hemos tenido ante la corte de San Jaime, “donde compartía botella con el rey Jacobo I”: “A Ynglaterra metralla, que pueda descalabrarles…” y eso que todavía no habían tomado el Peñón.
La grandiosa, en el doble sentido del término, obra hispánica, refulge por encima de los excesos consustanciales a las conquistas, a todas las conquistas, sobre la base dual, que por su pertinencia se vuelve a reiterar, de haber sublimado la incipiente normativa internacional al introducir el humanismo en el derecho de gentes, lo que constituye una imperecedera aportación española a la civilización, Y naturalmente, en el mestizaje, la profunda, y muy visible diferencia con los demás países conquistadores.
Aquí no va a procederse a la mil veces manida defensa de la Hispanidad frente a la Leyenda Negra, ni siquiera en la línea intermedia de la Leyenda Rosa, evaluando las sombras y las superiores luces, incuestionables desde el valorable ángulo supremo de la cultura y el catálogo inicial de derechos humanos, cuya ortodoxa ponderación requiere ubicarse dentro de los márgenes que posibilitan no desplazar el punto de conexión, sino a propugnar una técnica diplomática, que se quiere superadora. Y ello porque siendo no omitibles los abusos, las trasgresiones cometidas por los conquistadores, y resultando que los amerindios teóricos y prácticos, nunca, en horizontes contemplables, van a renunciar a su pública denuncia, se impone salir de una dialéctica afuncional, instrumentando la adecuada técnica diplomática en términos directos, operativos.
La técnica diplomática parece clara: España no se pronuncia, por no proceder, sobre sucesos acaecidos hace cinco siglos, que asume naturalmente en lo que corresponda, pero que no valora por la insalvable diferencia de tiempos. Ya en el Quinto Centenario, inmersos en la inevitable y recurrente polémica, proliferaron desde el hiperindigenismo, desde el comprensible indigenismo, las diatribas, como era de prever, al celebrar el quinto centenario de la llegada de Cortés al gran imperio azteca. Como lo seguirá siendo cada vez que, lícitamente, España conmemore alguna emancipación, celebre alguna gesta, rememore su glorioso y singular pasado en América.
Resulta incuestionable que la tónica va a proseguir de manera similar desde determinados parámetros iberoamericanos, porque forma parte consustancial, atingente de manera inmediata a su acervo histórico-cultural. De ahí, que un elemental realismo abone aún más, la vacuidad de la controversia a efectos prácticos, refuerce en la impuesta dialéctica la doctrina abstencionista, que no pasiva, fomente la técnica diplomática que propugnamos. Y nos centremos en lo auténticamente importante, amén de factible, todavía pendiente, la consecución de un efectivo lobby iberoamericano de altas potencialidades en la diplomacia multilateral, que nos permita jugar a ellos y a nosotros, a todos, mancomunada, conjuntamente, a Iberoamérica, el papel que sin duda nos corresponde y al que estamos llamados por los factores de primer nivel que nos unen de manera ontológicamente indisoluble.
Y todo ello, con el simbolismo si se quiere, del bicornio puesto como San Martín o descubierto tal que Bolívar, en la evocación que hago en un artículo de los dos grandes próceres de la emancipación hispanoamericana, cuyas magníficas estatuas ecuestres están de esa manera (para ser absolutamente preciso, el caraqueño ni siquiera tiene bicornio) en el madrileño parque del Oeste, que contemplo casi a diario porque vivo cerca, en Ferraz, en los paseos con mis perros.
Por consiguiente y a pesar o justamente por su simpleza, por su limpieza sin artificios, ni exégesis rebuscadas ni facticias, por su naturalidad, por su pertinencia en definitiva, ya es tiempo de que, para la mayor gloria de Hispanoamérica, que es lo verdaderamente trascendente, Madrid, tal que ya he dejado escrito con anterioridad, instaure esa praxis procedimental como invariable, sistemática respuesta, y la eleve a doctrina internacional. Y a falta de mejores patrocinadores, la denomine.
Yo he lanzado a la palestra, al campo del honor internacional, dos “doctrinas”, que parecen tan impecables, como invocables o al menos como citables. “A pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, España, a veces, da la impresión de encontrar más dificultades que otros países similares, no ya para gestionar debidamente sino hasta para localizar e incluso para identificar, el interés nacional”. Y “Hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar en el olimpo de las naciones, el puesto que corresponde a la que fue primera potencia planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes”.
Saben bien Santa Cruz y Moncloa, como he tenido que contar ad nauseam administrativa, que mi especial competencia en nuestros contenciosos y diferendos diplomáticos (junto a los tres grandes, Gibraltar, el Sáhara y Ceuta y Melilla, los que yo he denominado, sin oposición conocida, diferendos, Las Salvajes, Perejil y Olivenza) es conocida dentro y fuera de España. Competencia hasta singular, desde que fui el primer y único diplomático que se ocupó de los 339 compatriotas que quedaron en el Sáhara, tiempo después de nuestra salida, a los que censé, en lo que quizá fue una de las mencionables operaciones de protección de españoles del siglo XX.
Va de sí, que el Estado tiene, debe de contar conmigo, como se ha pedido desde más de una instancia cualificada, el Instituto de Estudios Ceutíes, del que soy miembro, en primera línea de nuestras controversias territoriales, o “La Carta de los 43”, ante el déficit que en general plantea el tema histórico, clásico, recurrente e irresuelto, que no irresoluble, de nuestros contenciosos diplomáticos. Y que el hecho de estar jubilado podría resultar irrelevante a los efectos de integrarme como uno más de los numerosos asesores con que cuentan nuestros gobernantes en distintas materias, máxime ad honorem como me he ofrecido. Pero es que incluso existen los eméritos, al igual que algunos jueces y catedráticos ¿por qué no ciertos diplomáticos, que atesoran acervos privativos? lo que avalaría aún más casos especiales como parece -némine discrepante, tras el cautelar casi - que podría ser considerado el mío.

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La (muy) mejorable política exterior de España https://elfarodeceuta.es/mejorable-politica-exterior-espana/ https://elfarodeceuta.es/mejorable-politica-exterior-espana/#comments Wed, 05 Jun 2024 02:20:47 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=1055953 Es perfectamente inteligible, vistos actores y circunstancias, dada la realidad, que un país como el nuestro, donde la armonía , hasta con h, nacional se muestra mediatizada por una crisis de valores profunda y creciente; tipificable posiblemente por un confusionismo in crescendo más un conformismo en línea; con acentuadas tendencias centrífugas en su complicada construcción […]

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Es perfectamente inteligible, vistos actores y circunstancias, dada la realidad, que un país como el nuestro, donde la armonía , hasta con h, nacional se muestra mediatizada por una crisis de valores profunda y creciente; tipificable posiblemente por un confusionismo in crescendo más un conformismo en línea; con acentuadas tendencias centrífugas en su complicada construcción nacional en una visible escala teórica reduccionista del mapa español, no preste la debida atención a la política exterior, donde como luego se insistirá por ser cuestión mayor, existe una tendencia persistente, tradicional, a dejar deteriorarse algunas situaciones hasta extremos de problemática reconducción, y cuyo déficit y responsabilidad son imputables a los sucesivos gobiernos, naturalmente a unos más y a otros menos, pero que resulta predicable de todos. Ciertamente no parece fácil felicitarles.
Hace media centuria España, que figura a justo título como cofundadora del derecho internacional por varios conceptos, comenzando por el más sobresaliente, la introducción del humanismo en el derecho de gentes; que fue primera potencia mundial, categoría sólo compartida con la posterior Inglaterra; y que ha sido el mayor imperio a escala planetaria, transitaba en el furgón de cola europeo, sin más comparsas que el vecino Portugal y Grecia, y si se quiere, Irlanda.
La política exterior además de reflejar la esencia hispánica, ha de rentabilizarla, capitalizando desde los valores culturales, con el factor formidable del segundo idioma internacional, asumiendo que el primero es el único en la práctica, hasta la Marca España, vieja ya de dos décadas, con importantes aunque disímiles componentes, que la sitúan como la cuarta economía de la Unión Europea, integrada complementariamente en la alianza atlántica, todo lo cual la faculta para intentar reverdecer viejos laureles en la escala que corresponda. Y desde luego, a fin de impulsar desde sus sobresalientes coordenadas comunes, un efectivo lobby iberoamericano con las altas expectativas que conllevaría en la diplomacia multilateral. En otros términos, con legítima vocación de volver a ser una gran nación. Porque ese es el ámbito en el que un país con las marcadas características del nuestro, que al tiempo de proclamar sus potencialidades y no ocultar sus falencias, debe de proyectarse.
Al doblar el siglo, se abría por estas latitudes desde los datos y la prudencia, un panorama moderadamente triunfal y desde luego factible, a la búsqueda del pasado esplendor. Nuestra eseidad, nuestros compromisos y responsabilidades históricas y nuestras expectativas, volvían a emplazarse dentro de la vieja Europa, bajo los principios occidentales y en los cánones clásicos, todo ello nucleado por el valor-guía del humanismo.
Sin embargo, con el decurso del tiempo, y a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, España a veces da la impresión de encontrar más dificultades que otros países similares, no ya para gestionar, sino incluso para localizar y hasta para identificar el interés nacional, lo que constituye una de mis máximas repetibles y repetidas. Y vistos, de cerca y de lejos, diferentes actores - más duchos en el juego corto, en la acción inmediata, lo que tal vez no deje de incurrir con más frecuencia de la deseable, en la apolítica de la política- y sus manifiestas ejecutorias, así como la deriva que iban tomando distintos acontecimientos y a pesar de las advertencias que se les venían y se les siguen prodigando desde determinados sectores, no parece que la res publica se haya venido manejando todo lo bien que se debiera, conclusión que por lo demás no tiene nada de original, más bien sería némine discrepante. O casi. Y para colmo salpicada con sonoros epítetos negativos.


Y por supuesto con la adenda de un semi correlativo peso atómico menguante en el olimpo de las naciones, con el agravante típico de que en la mil veces manida por mi materia de controversias territoriales, Madrid prosigue esgrimiendo una táctica pasiva, jugando con las negras en lugar de rentabilizar el empuje que proporcionan las blancas, dejando a veces como hemos advertido en la entrada, que los temas se deterioren hasta extremos de complicada reconducción, lo que en términos operativos se traduce, obliga a una política exterior insuficiente en tan proceloso tablero. De ahí, que parezca imponerse más de una crítica, va de sí que constructiva, a la gestión de nuestros gobiernos, que en nuestro caso y por mor de la especialización, se limita al plano internacional, conscientes de su carácter secundario en la globalidad política nacional.
Surge en esta panorámica, se agiganta en esta especie de campo filosófico-diplomático como núcleo incuestionable, la zona cardinal de los derechos humanos, donde resulta clave la dialéctica principios e intereses, con sus aditamentos fundamentales de la cooperación al desarrollo y la emigración. Aquí hay que volver a aquellas concepciones casi perdidas, atingentes a la filosofía moral, al humanismo, comenzando por la abanderable, el respeto a los derechos humanos, refrendados desde la vertiente europea con las cláusulas democráticas de los convenios suscritos por la Unión. Apoyada en una ética supranacional en incremento, España tiene en estos frentes inexcusables, la posibilidad -y la necesidad- de sacar adelante una política exterior comprometida, no fácil, pero sí de prestigio, arropada por una creciente sensibilidad de la opinión pública en asuntos exteriores.
Fango, lodo y bulos, son términos académico-parlamentarios que resuenan en las Cortes, con minúscula claro, sintetizando y tratando de explicar según algunos de nuestros propios políticos, con un estilo digamos poco versallesco, la marcada ingobernabilidad institucional. Cuarta potencia en la UE pero ya crónica perceptora de fondos, luego no del todo bien administrados, con persistentes llamadas al orden a causa de unos déficits incorregibles causados asimismo por unas comunidades desbocadas, más una tasa inaceptable de empleo público y volcada hacia el turismo masivo y encima “de imposible deslocalización”, más la burbujeada construcción, antes que en actividades con mayor atingencia al ser histórico nacional, y maniatado por una mentalidad casi conformista, por mencionar algunas de “las generalidades de la ley”, el valor de España a nivel internacional, sin su sitio ni su presencia cabal en los centros decisorios del poder, cotiza en la línea de países intermedios, con un grado llamativamente perceptible de falta de acierto por parte de los responsables, que está alcanzando extremos preocupantes a niveles inéditos, de los que podría ser sinopsis elocuente un último trienio sin precedentes, con cinco graves crisis diplomáticas, Marruecos, Argelia, Israel(Palestina), Nicaragua y Argentina.
Argentina, para nosotros el primer país del subcontinente por tantos conceptos que por manifiestos no requieren explicitación, amén de las crisis más persistentes que fluctuantes en una línea marcada por México, seguido por Nicaragua, Cuba y Venezuela, mientras aquí propugnamos el lobby iberoamericano como instrumento diplomático del siempre inalcanzable primer estadio, lo que lleva de la mano a la Leyenda Negra.
Coyunturalmente lanzada a la palestra que no es precisamente el campo del honor, no hay que ser un Metternich para concluir en la inconveniencia de las discusiones históricas en política exterior. Y ello es tan evidente, que podría constituir una ley si no matemática desde luego que sí diplomática. La técnica a instrumentar parece clara: España no entra, por no proceder, en valoraciones pertenecientes a tiempos pasados. Ya es tiempo de que Madrid instaure esa praxis y la eleve a doctrina internacional. La grandiosa, en el doble sentido del término, obra hispánica, refulge por encima de los excesos consustanciales a las conquistas, a todas las conquistas, sobre la base dual de haber sublimado la incipiente normativa internacional al introducir el humanismo en el derecho de gentes, lo que constituye una imperecedera aportación española a la civilización. Y naturalmente en el mestizaje, la profunda y muy visible diferencia con los demás países conquistadores. Y todo ello con el simbolismo si se quiere, de San Martín, con el bicornio puesto, o descubierto como Bolívar, daría la impresión de que hasta sin bicornio, (mi artículo Los próceres de la independencia iberoamericana), en sus magníficas estatuas ecuestres que veo a diario con mis perros, cerca de mi casa, en el madrileño Parque del Oeste.


(Fuera de texto, aunque no de contexto, quizá proceda invocarse a título cautelar-anecdótico-burlesco, que enfrentarse dialécticamente con un porteño, titulares todos ellos de la “viveza criolla”, puede llevar a recibir en la esgrima diplomática, touchés sin cuento)
Pasemos de puntillas por el papel español dada su falta de relieve ante la trilogía del poder, donde proseguimos como poco más que de figurantes, de partiquinos, (continúo esperando, si a bien lo tiene, el amable comentario del Secretario Perpetuo de la Academia a la lista de vocablos en desuso que vengo utilizando para que no se pierdan, quien tal vez haciendo honor al apelativo, se está tomando su tiempo, como por ejemplo, creo que fue la primera palabra que reseñé, choz, lo que experimentamos más de uno cuando nos enteramos del nombramiento de Suárez como presidente del gobierno).
Ni hemos mejorado ante Estados Unidos, con nuestro invariable status cualitativo sobre las bases donde resuena una especie de relación semi parcial y no consolidada, al menos conceptual, dato de mayor interés en la perspectiva comparativa, en este caso la alianza norteamericana con Marruecos, aunque sin hiperbolizar tamaño extremo y yo mismo he escrito, con tranquilidad de conciencia moral y administrativa, que “no habrá guerra con Mohamed VI”; ni se ha avanzado en grado suficiente ante China cierto que supone tarea asaz complicada, ni tampoco ante la India, las dos grandes potencias en recursos y potencialidades; ni hemos puesto más en su sitio, a Rusia, soportando injerencias y espionajes y mafias de distinto pelaje.
Mafias y tráficos caracterizan más que incidentalmente el paisanaje hispánico en otra vertiente ilustrativa de la etopeya nacional. 3000 miembros tiene el CNI, tres veces más que la carrera diplomática, al tiempo de haber alcanzado el país en 2023 el máximo histórico de policías nacionales y guardias civiles, con una cifra superior a los150.000 efectivos, guarismos también de particular significancia ante el asunto capital y galopante de la droga: ya en 1977 puse en Rabat sobre papel oficial, “la urgente necesidad” de que se reunieran los ministros de Interior de ambos países ante el tema que ya despuntaba del tráfico de hachís.
(Guardo un afectuoso recuerdo de los guardias civiles, a citar al oficial Casas, inspectores-jefes y demás policías que conmigo han servido, y de los que he tratado como el tte.general de la guardia civil Martínez Palomo, S.G. de la Casa del Rey, así como de los CNI, con el coronel Jiménez Villalonga o el que me informó amablemente de mis viajes al Sáhara, que no se nominaliza por tal vez estar en activo).
Y siempre el tema histórico, clásico, recurrente e irresuelto, aunque no irresoluble, que vertebra otra de mis máximas: Hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente su en verdad complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar en la comunidad de naciones el puesto que corresponde a la que fue primera potencia mundial y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes.
Con una cierta periodicidad, venimos publicando los balances sobre nuestras controversias territoriales, sobre nuestros contenciosos, Gibraltar, el Sáhara y Ceuta y Melilla, y diferendos diplomáticos, Perejil, Olivenza y Las Salvajes, y al próximo nos remitimos, no sin una breve mención al déficit que en general presentan y que ha conducido desde más de una instancia cualificada, a pedir al gobierno que se cuente conmigo, tras medio siglo de dedicación a tan sensible asunto, con mi especial competencia conocida dentro y fuera de España.
En Ceuta y Melilla, e islas y peñones claro, el contencioso más delicado y complicado de nuestra diplomacia, se simultanea la hipostenia de la posición y el animus españoles, con los avances rabatíes, no siempre ortodoxos, cuya reivindicación nunca va a extinguirse por constituir parte nuclear de su ideario político para la consecución de la Madre Patria, y al fondo, como salida mejor que como la más inaprehensible solución, en horizontes todavía no enteramente contemplables, el principio de autodeterminación de los habitantes, base primaria de cualquier derecho internacional que se proclame moderno.
En el Sáhara Occidental, hace casi medio siglo que fui el primer y único diplomático allí desplazado para ocuparme de los 339 españoles que tras nuestra salida quedaron en el territorio, a los que censé, en lo que quizá fue una de las más relevantes operaciones de protección de compatriotas en el siglo XX, mientras Rabat, a través de su cónsul en Las Palmas, no se recataba en inquirir que por qué viajaba al Sáhara… Hay un refrán del desierto, siempre invocable: Habla a quien comprenda tus palabras.
En este drama, inconcebible ya transcurrido el primer cuarto del siglo XXI, también la salida antes que solución, como en Ceuta y Melilla, radica en la realpolitik, variable cuestionable pero resolutiva, que obedece a dos servidumbres mayores en diplomacia, las imperfecciones de la política exterior y las insuficiencias del derecho internacional, al tiempo de responder a la lógica diplomática, otro concepto clave y evidente. Napoleón sólo es invencible en el campo de batalla, en la formulación de Metternich, tal como la recoge Rojas Paz y yo he citado varias veces, el quizá primero de la triada clásica del Convenio de Viena, con Talleyrand y Castlereagh, para rubricar el tratado de Chaumont y derrotar al genio de la guerra.
No habrá necesidad de insistir que en este contencioso atípico, lo primero, o lo segundo o lo tercero que hay que hacer pero por supuesto antes que más tarde, es superar, anular el altamente recusable movimiento sanchista, con su cuota de burda diplomacia secreta. Desde luego, hay que partir del acuerdo entre las partes, sin el cual no se puede avanzar. Y después, en un segundo momento, materializar esa entente. Dejemos a la bien probada imaginación árabe, tantas veces patentada, la conclusión, en la que, ya prácticamente poco factible el referéndum preceptuado por Naciones Unidas, nosotros nos adherimos con carácter preferente, aunque no exclusivo, a la partición, que formuló Kofi Annan. Ni Rabat va a ceder más porque implicaría un golpe de Estado, esta vez ya definitivo contra el trono, el final de la dinastía alauita, ni el Polisario va a aceptar menos, ya que se podría diluir dentro de la gran autonomía que ofrece Marruecos, la entidad saharaui, se podría difuminar la memoria de los hijos de la nube, se borraría la RASD.
Y Gibraltar. Ya hemos reiterado ad nauseam administrativa, que el desarrollo de los acuerdos de la Nochevieja del 2000, hacia la prosperidad compartida, desvía el iter de por sí sinuoso, con demasiadas curvas, recovecos y recodos, que conduce a la llave que pende de la puerta del pabellón gibraltareño, a la descolonización, acuñada por Naciones Unidas y por la Unión Europea. Se trata de un tema de descolonización, que rompe la integridad territorial de un país, la última colonia en Europa y tierras aledañas, nótese que el más próximo territorio a descolonizar es el Sáhara, y se requiere actuar en consecuencia. Dado el proceder británico, en la línea de la diplomacia mercantil, de tendero, con la que sir Harold Nicolson califica el proceder de sus compatriotas, se impone, tras tres centurias, el cumplimiento sin ambages ni fisuras, hasta donde proceda, hasta donde se pueda, del tratado de Utrecht, además, por supuesto, de impulsar el desarrollo del todavía preterido Campo de Gibraltar. Ya sentenció Gondomar, el embajador más positivamente activo que hemos tenido ante la corte de San Jaime, y eso que Albion todavía no habían tomado el Peñón, A Ynglaterra, metralla que pueda descalabrarles…


En los diferendos, en esta obligada sinopsis, en Perejil, tras un espectacular y desproporcionado despliegue reconquistador, se aceptaron en el 2002 las tablas, la vuelta al statu quo ante, cuando hemos mantenido invariablemente que existe un mejor, no un único, pero sí un mejor derecho de España, aparte de no acudir a la indicada diplomacia regia, mientras que en Las Salvajes, con sus ricas aguas circundantes -parte de la problemática general de delimitación marítima, que toca aquí hasta las Canarias, todavía sin negociar en parte alguna- ha habido en superficie, sobre los islotes, entiendo como Madrid que antes que islas, por su impracticable habitabilidad, una diplomacia más activa e incisiva lusitana.
(Cuidemos las Canarias y los canarios, los primeros, les digo siempre desde que hice allí las milicias aéreas, aunque sin excederse respecto de eventuales apetencias exteriores, cuya virtualidad, frente a los alarmistas/agoreros de turno, no parece presentar entidad bastante, aunque va sin decir que como acuñó a magistral título cautelar, el conde de Saint Aulaire hace ya un siglo, en el recuerdo de Rojas Paz: La diplomacia es la primera de las ciencias inexactas, por la diversidad de escenarios, por el juego del alors, del en ce cas…).
Y Olivenza que no es sólo cuestión jurídica, donde el derecho español no admite discusión, sino también de relaciones de (buena) vecindad, que con Portugal como con Iberoamérica, tienen que ser siempre las mejores. Para superar la cuando menos incómoda situación, hemos lanzado, aunque muy sotto voce, la opción del referéndum, que según están las cosas parece que arrojaría color español.

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No habrá guerra con Mohammed VI https://elfarodeceuta.es/no-habra-guerra-mohammed-vi/ https://elfarodeceuta.es/no-habra-guerra-mohammed-vi/#comments Tue, 16 Apr 2024 02:25:21 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=1032917 Constituye ya un tópico, mil veces manido, la catalogación que némine discrepante se hace desde España de que la principal amenaza exterior se sitúa en Marruecos, afirmación correcta en principio, aunque incompleta en cuanto adolece de la correspondiente graduación. No es la primera vez que mantengo, innecesario precisar que con la solidez más relativa todavía […]

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Constituye ya un tópico, mil veces manido, la catalogación que némine discrepante se hace desde España de que la principal amenaza exterior se sitúa en Marruecos, afirmación correcta en principio, aunque incompleta en cuanto adolece de la correspondiente graduación. No es la primera vez que mantengo, innecesario precisar que con la solidez más relativa todavía en estos tiempos de aceleración histórica sin precedentes, complicando la problemática de la política exterior, que el supuesto máximo de conflicto bélico con el vecino del sur se antoja muy remoto con la monarquía alauita, en el horizonte contemplable. Y lo hago con el propósito de cubrir un amplio espectro que va desde atenuar su carga hasta corregir a los ardorosos belicistas, amén de matizar a interesados y aficionados más o menos recalcitrantes. En definitiva, a fin de contribuir a centrar la cuestión y por ende, a mejorar las relaciones, desde la objetividad y el realismo.
Y todo ello, sin perjuicio de mis periódicos balances sobre los contenciosos de la diplomacia española, cuya primera y más urgente prioridad resulta la superación del sanchismo, a fin de poder tratar debidamente, como corresponde, el drama del Sáhara Occidental.
Siete décadas de relaciones con Marruecos -las más complejas con los países limítrofes, que responden plenamente en su intensidad y en sus vaivenes, a las de dos países vecinos, con una larga historia compartida, de cultura diferente, y lastradas por unos vinculantes contenciosos clásicos, de difícil resolución aunque no irresolubles, más unos diferendos evolutivos- desde que Mohamed V vino a Madrid para llevarse la independencia, ya conseguida de Francia, “con cara de pocos amigos”, en la expresión del primo y secretario del Caudillo, permiten colegir con suficiente seguridad profesional tres variables fundamentales.
Una, que el riesgo de ruptura de hostilidades con el reino alauita, es prácticamente inexistente, siempre que continúe la monarquía. Cualquier cambio de régimen -ahí están mis páginas sobre el golpe de Estado, el cambio anómalo y extra constitucional en la titularidad del poder, cuyo proceso se inicia en la intriga; se materializa a través de la confabulación, del contubernio; se vertebra, perfeccionándose, en conspiración o en conjura; y asciende a complot, y origina el golpe, y en Marruecos, sobre las conspiraciones palaciegas y la segunda tentativa golpista registrada, el único golpe de Estado en la historia ejecutado por la aviación y sobre objetivo aéreo, del que logró salir ileso Hassan II pilotando su propio aparato- podría traducirse con muy alta probabilidad en la vertiente irredentista acentuada, legitimadora tradicional de la compulsividad castrense en países que alcanzaron su independencia en la década de los 60 del pasado siglo, hipotecados por el típico militarismo.
Dos, que el trono alauita tiene su hoja de ruta para alcanzar la integridad de la Madre Patria, principio programático y aspiración que nunca va a extinguirse, marcada por “la lógica de la historia”, por “el tiempo hará su obra”, inequívocamente explicitada.
Y tres, aunque con menor índice de fijeza que los dos anteriores, factor asimismo fundamental para el análisis: el grado de respuesta alauita, que siempre se ha mantenido, por encima de la gravedad de las crisis, en el plano diplomático, ajeno a la vía militar, lo que supone una constante. Desde la diplomacia regia, con Don Juan y Hassan II, más contemporizadora todavía por el humo cómplice de dos empedernidos fumadores, pasando por la diplomacia ausente de contactos personales al máximo nivel, como Franco y Hassan II, que sólo se vieron una vez, en mayo del 63, cuando el monarca alauita hizo una parada en Barajas, al regreso de su visita a París, exultante tras revalidar el apoyo galo, donde el nivel de entendimiento entre dos personalidades tan dispares fue tal, desprovisto de disquisiciones dialécticas, que el barón de las Torres, el mismo intérprete de la entrevista Franco-Hitler en Hendaya, afirmó que “fue fácil traducir al Caudillo, ya que con frecuencia se limitó a responder con monosílabos”.

"La única diferencia, claro que importante, radica en el ritmo que Rabat ha impreso a las relaciones"

Después, tras la Marcha Verde, una lección de estrategia de Rabat, aplicando la técnica de la coyuntura ante un rival muy disminuido, los tratadistas acostumbran a citar como el momento más delicado en las relaciones la crisis de Perejil, planeando sobre el casus belli. No es esa enteramente nuestra impresión. Sin que conste de manera cabal el origen del conflicto, Rabat siempre ha mantenido que el reducido grupo de militares que ocuparon el islote, durante los esponsales de Mohamed VI, actuó “en funciones de control de tráficos ilícitos” (ya en 1977 yo puse sobre papel oficial en Rabat “la urgente necesidad de que se reunieran los dos ministros de Interior ante el tráfico de hachís que ya despuntaba”), lo que hubo fue un mal hacer de un Madrid presuntamente belicista, enviando demasiados efectivos para desalojar a la media docena de gendarmes que habían desplegado su bandera en el islote ante la mirada indiferente de las cabras que allí pastan, y luego acudiendo a mediaciones ajenas aunque efectivas como resultó la norteamericana, cierto que también el secretario de Estado no se recató en declarar que “le habían hecho perder unas horas a cuenta de un islote estúpido”, o algo así, mientras que se debió de apelar a la diplomacia regia, pocas veces tan indicada y siempre recomendable en nuestra opinión fundada con el vecino del sur. Para colmo, se saldó el incidente en tablas, “tierra de nadie”, confirmando el statu quo ante, cuando de manera invariable venimos manteniendo que hay un mejor, no un único, pero sí un mejor derecho de España. Sea como fuere y a los efectos de nuestro análisis, desde Rabat no se esgrimieron armas.
Y cuando en el sanchismo han tenido lugar crisis con entidad, la reacción de Rabat se ha basado en la estrategia híbrida, incluyendo desde la retorsión a las represalias, pero sin que tampoco refulgieran los sables, empleando asimismo los habituales métodos diplomáticos, como la retirada temporal de la embajadora. La única diferencia, claro que importante, radica en el ritmo que Rabat ha impreso a las relaciones y mientras que Hassan II, a quien recuerdo oyéndole y leyéndole en aquellos crepúsculos calmos y azules del añorado Rabat, con su sagesse en cuanto dosificador de los tempos en las relaciones con España, Mohamed VI, posiblemente más urgido que su predecesor por alguna que otra razón, practica lo que yo he denominado “diplomacia acelerada”, fuerte en su alianza con Francia, el único miembro permanente en el Consejo de Seguridad en el juego de las controversias territoriales, y con Estados Unidos, que a efectos potenciales en el contencioso sobre Ceuta y Melilla, podría, quizá, atenuar el valor de las intervenciones fuera de zona de la OTAN, para territorios no cubiertos por la Alianza, caso de Ceuta y Melilla e islas y peñones.

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El golpe de Estado y las heterodoxias circundantes https://elfarodeceuta.es/golpe-estado-heterodoxias-circundantes/ Thu, 21 Mar 2024 03:22:51 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=1017912 La rememoración del 23F, el enésimo episodio de patología política que manu militari pudo alterar la pax hispánica, incide en la recusable amplitud convencional de un concepto que está perfecta y técnicamente delimitado, provocando que la vertiente académica se desnaturalice en aras de un pretendido y a veces conseguido, interés pseudopolítico. Y así, la ampliación del […]

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La rememoración del 23F, el enésimo episodio de patología política que manu militari pudo alterar la pax hispánica, incide en la recusable amplitud convencional de un concepto que está perfecta y técnicamente delimitado, provocando que la vertiente académica se desnaturalice en aras de un pretendido y a veces conseguido, interés pseudopolítico.
Y así, la ampliación del concepto, sin que cuenten aquí sus motivaciones, se aprecia con relativa nitidez en dos fenómenos, el 11M y el separatismo catalán.  Desde algún que otro sector se pretendería en alguna manera incluir en su maximalismo el 11M, el mayor atentado terrorista en nuestra historia, por sus efectos sobre la consecución del poder, que se tradujo en un vuelco electoral inopinado según todas las previsiones, más alguna divergencia de exégesis, empezando por la inicial versión oficial, y las teorías de la conspiración, frente a la probada autoría árabe. En cuanto a los movimientos catalanes, imperfectas tentativas separatistas, en la escala de las variables reduccionistas del mapa de España, lícitas en principio y en teoría en la línea de escoceses o canadienses -cuando en una comunidad existe un sentimiento compartido con entidad suficiente de identidad y aspiraciones, con los complementarios aditamentos culturales y demás, “la nación es un alma”, “la nación es una misión”, acuñados ya en el XIX por Bergson y Renan- pero desprovistas según ha acaecido el caso catalán de la necesaria ortodoxia constitucional, comenzando por la unilateralidad del movimiento. A incluir también, para un enfoque integral, la denunciada desde algún sector injerencia rusa.
Ello por referirnos a la acuciante y reciente realidad nacional, pero es que desde el pasado se incluiría este punto en nuestra traumatizada historia de democracia incompleta hasta el franquismo -yo mismo he escrito el artículo Los dos golpes de estado del general Franco- cuando lo que prevalece en la globalidad de aquel involucionismo fue una rebelión (no una insurrección, en la que de acuerdo con el inolvidable profesor de Paris, el internacionalista Charles Rousseau,  prima el elemento de la marina) que degeneró en guerra civil, si bien en un primer momento, el dictador tomó el poder, dio con su hermano Nicolás que redactó el documento final, un “golpe de Estado”, en la reunión de los generales en el aeropuerto de Matacán en Salamanca.
El golpe de Estado es el cambio anómalo y extraconstitucional en la titularidad del poder. Cuando en España esa figura, a pesar de su ominoso protagonismo que llevó hasta a exportar allende el azul del mar, términos como el pronunciamiento, no se estudiaba en casi ninguna parte, en la ya decadente pero todavía dorada universidad de Salamanca del 60, con más de un catedrático desplazado a su pesar, Tierno Galván, con quien yo era un discípulo distinguido, explicaba la diferencia entre la conspiración y la confabulación, situándose en un terreno aledaño al golpe, que un posterior trabajo mío de filigrana política, permite diferenciarlo de una serie de instituciones próximas pero disímiles.
En efecto, dentro del rem publicam vi mutare, de las acciones tendentes a subvertir el orden constitucional, el golpe de estado se distingue de una veintena de figuras cercanas pero distintas, desde las masivas, reñidas por tanto con su carácter que debe de ser reservado por definición, elitista por naturaleza, oligárquico que se quiere aristocrático en el sentido derivado de pocos, de los menos, como la revolución, la guerra civil, la insurrección, el alzamiento o el levantamiento ( aquí el franquismo faculta para sostener que los obreros, la revolución de Asturias, reprimida por el general, se levantan, mientras que los militares se alzan, el glorioso Alzamiento) pasando por categorías intermedias del tipo de la sublevación, la rebelión, el pronunciamiento, la sedición, el motín, el cuartelazo, el tancazo, la asonada o el putsch, y terminando en su ámbito propio, que se inicia en la intriga, se materializa a través de la confabulación, del contubernio; se vertebra, perfeccionándose, en conspiración o en conjura; y asciende a complot, y origina el golpe.

"El golpe de Estado constituye una institución permanente en cuanto concatenada al conflicto y al poder"

El ámbito propio del golpe de Estado se inicia, como decimos, en la intriga, institución inexcusablemente minoritaria, comportando el juego heterodoxo e ingrávido de regentes, favoritos y favoritas, validos y camarillas, en una acción contra el poder desde las posibilidades que ofrece el poder mismo por los encargados de defenderlo. Como igualmente conlleva la trama del secreto, consustancial para el éxito. Catilina, como recuerda Malaparte, fracasó en su conjura porque, con el mayor secreto, se la anticipó a todo el mundo.
El golpe de Estado constituye una institución permanente en cuanto concatenada al conflicto y al poder, y hoy inexorablemente a la baja por la creciente cultura política y acercamiento de las condiciones reales a los textos constitucionales. Figura asimismo en evolución, desde el arte palatino de la intriga, pasando por la conspiración elitista, palaciega, con el juego de añagazas y estratagemas de alta escuela, comenzando a declinar como ejercicio sometido a reglas sutiles y deslegitimadas con los espadones del XIX y tras resurgir a manera de táctica compleja en las primeras décadas del XX, degenerando, casi definitivamente, en la institucionalización del burdo cuartelazo.
Concepto también condicionado por elementos exógenos, como el colonialismo antes y después el intervencionismo o por las neotéricas estrategias de la agitación y la desestabilización. Asimismo, la técnica del golpe se ha visto mediatizada por la propia técnica. La radio mal utilizada inhabilitó la reacción de Constantino de Grecia ante los coroneles, ya que como precisa Leguineche, un contragolpe no se puede dar en onda corta, mientras que el uso acertado de la televisión contribuyó a que juan Carlos I desmantelara la intentona del 23F. Es más, como igualmente rememora el mismo Leguineche, ya aquel 81, el golpe de estado polaco se dio por ordenador y vía satélite.
En fin y como ya se ha dicho y por su pertinencia se vuelve a reiterar, su proceso se inicia en la intriga; se materializa a través de la confabulación, del contubernio; se vertebra, perfeccionándose, en conspiración o en conjura, y asciende a complot, y origina el golpe.
Queda, pues, clara la autonomía conceptual de esta figura mayor de la ciencia política, que es el objeto de estas líneas, así como la no procedencia de englobarla en lo que hemos denominado heterodoxias circundantes, cuya privativa entidad exime de ulterior comentario.

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Embajador en Marruecos https://elfarodeceuta.es/embajador-marruecos/ Sat, 30 Dec 2023 03:26:32 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=990481 En la madrugada del 7 de abril de 1956, se firmaba en Madrid la Declaración de Independencia de Marruecos y el 11 de febrero de 1957 tenía lugar la firma del convenio diplomático entre España y Marruecos, cuyo artículo 5 dice que “las misiones diplomáticas respectivas en Madrid y Rabat tendrán categoría de Embajada”. Antes, […]

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En la madrugada del 7 de abril de 1956, se firmaba en Madrid la Declaración de Independencia de Marruecos y el 11 de febrero de 1957 tenía lugar la firma del convenio diplomático entre España y Marruecos, cuyo artículo 5 dice que “las misiones diplomáticas respectivas en Madrid y Rabat tendrán categoría de Embajada”.
Antes, el 6 de junio de 1956, el hasta entonces cónsul general, el mallorquín José Felipe de Alcover y Sureda, había presentado sus cartas credenciales como primer embajador de España. Curiosamente, un error burocrático en los libros registrales motivó un retraso en el cambio de status: el 8 de junio de 1956, a las diez horas, se practicaba un asiento en el consulado general de España en Rabat; el mismo día, y a las once horas, se procede a otro asiento, éste ya en la embajada de España en Rabat.
(El consulado general de España en Rabat fue desde entonces sección consular hasta que yo lo dejé en 1980; mi sucesor ya se incorporó como cónsul general. Y el error burocrático lo detecté y se publicó en una obra mía editada por el Instituto de Estudios Ceutíes, del que soy miembro antiguo, ante la inacción de Asuntos Exteriores, que sólo ha publicado uno de mis numerosos libros, más de alguno en la actualidad de referencia, y ese un clásico hoy agotada su cuarta edición, y más todavía porque lleva un prólogo del ministro Moratinos que es un canto a la carrera en la insuperable línea de la descripción de Foxá: “con la brújula loca pero fija la fe”. “El Embajador Ángel Ballesteros es uno de los diplomáticos que continúan una tradición literaria en el ámbito de las relaciones internacionales y de la ciencia política, al tiempo que contribuyen a ampliar la influencia de España en el mundo, velan por nuestros ciudadanos e intereses en el exterior y posibilitan que nuestro país contribuya de manera efectiva a la comunidad internacional y a la construcción de un mundo en paz más justo y solidario. Velan por nuestros ciudadanos.”: qué mayor timbre de gloria en el sufrido servicio exterior que la protección a nuestros compatriotas fuera de nuestras fronteras. Yo también he participado, aunque muy modestamente claro, desde descender del avión que me llevaba a Angola en una escala en Sao Tomé, entre rumores de golpe de Estado, con otro diplomático español que me acompañaba, para intentar auxiliar a los españoles que allí estaban sin ninguna protección, hasta ser el primer y único diplomático que se ocupó de los 339 compatriotas, los censé, que quedaron en el Sáhara tras nuestra salida. Y en Marruecos soy de los contados diplomáticos que al igual que los viajeros clásicos del XIX que se hacían pasar por musulmanes para mejor conocer los países árabes, acompañado por amigos rabatíes y disfrazado como un distinguido sidi mudo, en doble salvoconducto, ha entrado bajo el catafalco de Muley Idriss, fundador de Fez, origen de Marruecos, y he dejado humilde memoria en el entrañable vecino del sur: ¿"quién no conoce al Sr. Ballesteros"? se excedió aquel competente ministro que presidía la delegación marroquí en las conversaciones del túnel del Estrecho, en 1985, a citar ahora que el asunto ha vuelto a la palestra causando todavía mayor alarma en Ceuta, a la que su trazado dejaría más fuera de la ruta comercial).
Pero tras tan largo, aunque quizá pertinente introito en cuanto atingente a mi posible idoneidad para opinar en la materia, vayamos al tema, al “Embajador en Marruecos”. Ahora, después de ocho años y medio de permanencia del embajador en Rabat, que no pudo ser cambiado antes al estar el gobierno en funciones, se plantea la cobertura de embajada tan sensible, que conlleva los contenciosos del Sáhara y de Ceuta y Melilla e indirectamente el de Gibraltar, el diferendo de Perejil, y la delimitación de aguas jurisdiccionales que engloba hasta Canarias, más las islas y peñones, casi todas mis especialidades. Y según recoge Antonio Rodríguez en The Objective, “a causa del malestar entre los diplomáticos por los distintos nombramientos de embajadores políticos, el ministro busca candidato en la carrera”.

“Ahora, después de ocho años y medio de permanencia del embajador en Rabat, que no pudo ser cambiado antes al estar el gobierno en funciones, se plantea la cobertura de embajada tan sensible, que conlleva los contenciosos del Sáhara y de Ceuta y Melilla e indirectamente el de Gibraltar, el diferendo de Perejil, y la delimitación de aguas jurisdiccionales que engloba hasta Canarias, más las islas y peñones, casi todas mis especialidades"

He conferenciado y publicado en diferentes ocasiones en la línea ortodoxa, mantenida por los diplomáticos sin excepción alguna sobre la convicción profesional en la que radica la última ratio de actividad tan vocacional y que requiere la consiguiente dedicación: salvo casos excepcionales, las embajadas sólo deben desempeñarse por diplomáticos. Se ha criticado, como recuerda Vita Finzi, en Italia no hay embajadores políticos, el rechazo que se hace desde la carrera como intento de monopolizar y perpetuar prerrogativas, pero lo cierto es que no existe tal defensa a ultranza, nadie se atrinchera en posiciones numantinas. Ningún profesional se opone por principio a la designación de embajadores políticos cualificados, ya que va de si que el mejor servicio requiere el mejor hombre, the right man in the right place. Forzando el argumento se podría sostener que los mejores embajadores han sido los políticos. Y los peores también. La embajada como prebenda, como premio de consolación o como maniobra de desplazamiento, esas prácticas heterodoxas de los vericuetos menos nobles de la política, son las que correctamente se contestan desde la diplomacia, en cuanto corporación especializada.
Pues bien, incuestionable hasta el extremo de que ante la práctica unanimidad se pueda dar por buena sin excesivos esfuerzos la excepcionalidad de los embajadores políticos, e indiscutible el hecho de que hay docenas de funcionarios diplomáticos más que capacitados para llevar con suficiencia el día a día de nuestra representación en Marruecos, tal vez resulte que justamente la cobertura actual de la jefatura de misión en Rabat podría emplazarse en los casos extraordinarios de embajador político, dado el altamente delicado estado de las relaciones en algún que otro aspecto capital, y de ahí que yo venga propugnando hace tiempo la diplomacia regia, el cauce de las coronas, la entente entre los tronos, practicada ocasional y subsidiariamente desde Don Juan de Borbón con Hassan II cuyo entendimiento se acentuaba por el humo cómplice de dos empedernidos fumadores. Y desde luego, lo ideal sería, siempre desde ese enfoque, un representante del círculo palaciego como es el caso de la embajadora marroquí en Madrid, cierto que en el ámbito español parece más difícil de encontrar en la órbita palatina o en sus proximidades.
Y ya, puestos a seguir sugiriendo, se insiste en la conveniencia-necesidad de designar a alguien, diplomático o político, con conocimientos, vocación y localizado por las partes, como comediador con el representante de Naciones Unidas para el Sáhara, en cuanto jalón efectivo de la diplomacia que tendría que implementar Madrid, ya sin mayor dilación.

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Los contenciosos diplomáticos españoles ante el 2024 https://elfarodeceuta.es/contenciosos-diplomaticos-espanoles-ante-2024/ Thu, 30 Nov 2023 03:30:32 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=978322 Desde que publiqué mis primeros libros de ciencia política y diplomacia hace varias décadas, siempre tuve la impresión, la aprensión quizá mejor, de que intentar desbloquear nuestros contenciosos diplomáticos, el tema clásico, recurrente e irresuelto que no irresoluble de política exterior, se presentaba como tarea harto complicada, donde a la búsqueda de la deseable, necesaria […]

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Desde que publiqué mis primeros libros de ciencia política y diplomacia hace varias décadas, siempre tuve la impresión, la aprensión quizá mejor, de que intentar desbloquear nuestros contenciosos diplomáticos, el tema clásico, recurrente e irresuelto que no irresoluble de política exterior, se presentaba como tarea harto complicada, donde a la búsqueda de la deseable, necesaria armonía (hasta con h) se requiere compatibilizar la ortodoxia con la realpotikik. Y naturalmente, con el derecho.
(Los primeros libros, más de uno hoy de referencia, los publiqué en Argentina. El MAEC sólo ha editado uno, cuya cuarta edición está agotada, más clásico todavía por el prólogo del ministro Moratinos, que es un canto a la carrera, en la línea de la insuperable definición de la noble tarea diplomática: “con la brújula loca pero fija la fé”, que acuñó Foxá. Un párrafo del prólogo dice: “El Embajador Angel Ballesteros es uno de los diplomáticos que sigue una tradición literaria en el campo de la ciencia política y las relaciones internacionales, al tiempo que contribuye a ampliar la influencia de España en el mundo, velan por nuestros ciudadanos e intereses en el exterior y posibilitan que nuestro país contribuya de manera efectiva a la comunidad internacional y a la construcción de un mundo en paz, más justo y solidario”. “Velan por nuestros ciudadanos”, qué mayor timbre de gloria en el sufrido servicio exterior que la atención a nuestros compatriotas en latitudes ajenas. Yo también he participado muy modestamente claro, desde descender en Sao Tomé en una escala del avión que me llevaba a Angola, entre rumores de golpe de Estado, para asistir a los españoles que allí estaban sin ninguna protección, hasta ser el primer y único diplomático que se ocupó de los 339 compatriotas, los censé, que quedaron en el Sáhara…)
Una de las manifestaciones tradicionales de la insuficiente técnica en política exterior de Madrid, consiste en dejar deteriorarse determinadas cuestiones hasta extremos de muy difícil o al menos, complicada reconducción, cuya virtualidad constituye un dato antes que un subdato y no requiere exégesis profundas para su constatación. No sería difícil en verdad figurarse los juicios de valor de los maestros internacionalistas españoles del XVI, al contemplar el atolladero, el desaguisado en el obligado eufemismo, en que nos colocaron los estrategas directivos del franquismo, y los anteriores claro, sin que los sucesivos gobiernos, es de suponer que con algún que otro émulo de Metternich en sus filas, unos más y otros menos, les hayan enmendado la plana en los términos que se requiere. Y así hasta la situación actual, que resulta imperativo superar cuanto antes, en base al argumento primario del respeto a los principios y responsabilidades. Del cumplimiento del derecho, nacional e internacional.

Hoy nuestros contenciosos diplomáticos arrojan en general un déficit asaz agravado y creciente. Pero por eso mismo, queremos creer, enmendable. Ese es el punto ahora, negarse a aceptar esa especie de tendencia inercial cierto que parcial, a procurar revertirla en lo que proceda, cuando forzados casi desde siempre a jugar con las negras en el proceloso tablero de nuestras controversias territoriales, las incuestionables y asimismo aquellas en las que la ambivalencia de la política, que siendo interior presenta dimensiones exteriores, parece existir todavía un margen de probabilidades a fin de que pasemos a hacerlo con las blancas, a intentar llevar la obligada iniciativa.
Ya no se trata, como he reiterado ad nauseam administrativa, de mis antiguos intentos para crear una oficina ad hoc -que sólo con Moratinos estuvieron a punto de materializarse, “lo haremos cuando yo sea ministro”, pero tampoco; asimismo intentó antes algo similar Morán, con su Comité del Estrecho, donde un reducido grupo de diplomáticos y militares/marinos nos ocuparíamos de ambas orillas pero al parecer una filtración a la prensa, el asunto era secreto, lo dejó en nonato- de hacer las cosas como es debido, para su tratamiento coordinado puesto que los tres grandes están entrelazados como en una madeja sin cuenda, donde al tirar del hilo de uno para desenrollarlo surgen automática, simultáneamente los otros dos. En la actualidad se ha llegado a un límite donde la cuestión radica en hacer lo que se pueda, y si bien es cierto que inmersos en una larga y complicada y crispada dinámica política, no parece ser el momento idóneo, cuando el espacio para otros temas en el imaginario nacional se reduce considerablemente, se impondría el acuciante pragmatismo, vertebrado en la técnica de la coyuntura. Esto es, el recordatorio, el aldabonazo por humilde que sea, como éste, que se envía a diestro y siniestro -tema de Estado- desde profesionales a aficionados.

"La salida en el Sáhara Occidental radica ineludiblemente en el acuerdo directo entre las partes, entre Marruecos y la RASD"

A la inaceptable situación actual se ha llegado por un cúmulo de circunstancias, las más, aunque no todas, previsibles, nucleadas por el movimiento sanchista sobre el Sáhara, que, unido a una suerte de diplomacia secreta, o quizá no cumplidamente explicitada, con sus aditamentos, ha llevado la cuestión a la palestra. A lo que se suma la incapacidad, crónica y manifiesta, sobre Gibraltar, donde, si fuera lícito en este caso el vocablo, la inverecundia contraria reclama la evocación de Gondomar, “a Ynglaterra, metralla que pueda descalabrarles” y eso que todavía no habían tomado el Peñón. O la indolencia y la imprevisión, la pasividad, hasta el 2021 no se han incluido Ceuta y Melilla en el Plan de Estrategia Nacional; no parece fácil ciertamente felicitar a nuestros, numerosos, estrategas Y el persistente impasse en las negociaciones generales sobre las aguas jurisdiccionales, aparte de la cuestión previa de determinar la naturaleza de las pequeñas islas, habitables o no, y de ahí, la extensión de la soberanía marítima en el diferendo de Las Salvajes, lo que conlleva en este punto concreto de los litigios territoriales, la no delimitación de las ricas aguas circundantes. Como en esa categoría de los diferendos, la indocumentación negociadora, que condujo a aceptar la salida neutral en Perejil, cuando parece existir, con fundamento, no un único, pero sí un mejor derecho de España. El de Olivenza no es jurídico, se inscribe en las relaciones de vecindad y desde ese animus debería de solventarse el incómodo, hasta cartográfico, statu quo.
La disección de las variables anteriores en los tres contenciosos arrojaría la siguiente sinopsis, siempre presidida por el omnipresente “parece”, porque “la diplomacia es la primera de las ciencias inexactas”, en la catalogación del conde de Saint-Aulaire, “por la diversidad de escenarios, por el juego del alors, del en ce cas”. En definitiva, podría apostillarse en elemental vía didáctica con la servidumbre procedimental del relativismo en cuanto falta de certeza, por el hecho de que la política exterior no depende de uno sino de otros, no es unilateral sino bilateral y crecientemente pluri, multilateral.

La salida -mejor que solución, que en el estado actual de la cuestión no excede del desiderátum- en el Sáhara Occidental radica ineludiblemente en el acuerdo directo entre las partes, entre Marruecos y la RASD. Para llegar a ella, Madrid, amén de clausurar el movimiento sanchista, y de superar la postura oficial anterior de neutralidad activa por insuficiente, tiene que implementar una diplomacia más activa que la que le permite el formar parte del Grupo de Amigos, porque evidentemente España es para el Sáhara bastante más que uno de esa pentarquía mediatizada. Tiene que ostentar mayor visibilidad, por ejemplo, nombrando a alguien con conocimientos y vocación para coadyuvar con el bueno de De Mistura, que ha tardado año y medio en visitar El Aaiún y cuyo grado de efectividad no escapa a lo habitual de la ya larga lista de mediadores de la ONU, que ciertamente no parece gozar de los favores del Olimpo diplomático.
Una vez conseguido el acuerdo entre las partes, la “solución política” que se propugna desde la elemental realpolitik obviando un referéndum ya prácticamente irrealizable, procede materializarlo. Y ahí, por encima de la gran imaginación y sutileza propias del mundo árabe, a la búsqueda de la fórmula mágica, una salida a no descartar sería la partición, que postuló Kofi Annam en el 2002 como tercera de cuatro opciones y a la que me adscribo a título preferente aunque no exclusivo. Ya he reiterado que ni Rabat podría ceder más porque se produciría un golpe de Estado -ahí están mis estudios sobre conspiraciones, confabulaciones y complots, degenerando en el golpe- esta vez definitivo para el trono alauita, ni los saharauis aceptar menos, porque la opción ofrecida por Palacio de una autonomía por muy amplia que fuere podría implicar que los hijos de la nube terminaran absorbidos, que la entidad saharaui se fuera debilitando, que la nación saharaui se acabara extinguiendo.
Ceuta y Melilla se vienen caracterizando, como digo continuamente, por la hipostenia in crescendo sostenido de la posición y el animus españoles, sometidas a una progresiva asfixia desde Marruecos en base a su imprescriptible e irrenunciable, es constitutiva de su idearium político, nunca va a cesar, reivindicación histórica. “Tengo la esperanza de que algún día las ciudades, como ha ocurrido con nuestro Sáhara, volverán a la Madre Patria”, decía y escribía Hassan II en aquellos crepúsculos calmos y azules del añorado Rabat, con la suavidad y la persistencia típicas árabes. sin que tal vez Madrid no termine de dar respuesta adecuada y bastante -hay que insistir en la vía europea- a la continua queja, al parecer un tanto inaudible por estos pagos, de sus sufridos habitantes, en primera línea además de nuestras controversias.
En el futurible que acuñó en el 75 el diplomático Francisco Villar, luego representante permanente ante Naciones Unidas, durante la crisis de la Marcha Verde, “…así quedan las ciudades pendiendo cual espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno español hasta que a Rabat le interese reactivarlas”, si Marruecos terminara sacando adelante la reclamación que Hassan II dejó congelada ante el Comité de los 24, “al disociarla del Sáhara, en el que convenía concentrarse en aquellos momentos”, matiza Villar, en ese supuesto diplomático teórico, no queda enteramente claro – en mi opinión, cierto que ignorando hasta qué punto coincide con la de la sutil, hábil y correosa diplomacia alauita- que en ninguna de las modalidades de la libre autodeterminación, que a tenor de las Resoluciones pertinentes, 1514 (XV), 1541 (XV) y 2265 (XVI), en un catálogo abierto, son independencia, libre asociación, integración o cualquier otro estatuto político, las ciudades, e islas y peñones, pasaran a Rabat. Siempre habría que atender al factor primario, el respeto a la voluntad de los habitantes, naturales no artificiales como los llanitos en Gibraltar, base de cualquier derecho internacional que se proclame moderno. En efecto, existiría la posibilidad de que Marruecos “recuperara” las ciudades, pero se daría también la misma posibilidad sólo que con visos de mayor probabilidad, de que se desestimara la opción marroquí o si se prefiere que los habitantes se decantarían por la alternativa española. Y si se quiere, incluso, la misma independencia, todo ello como he argumentado in extenso en distintas publicaciones.

Y Gibraltar. Vistas las políticas socialistas apaciguadoras, de una zona de prosperidad compartida -el desarrollo del Campo de Gibraltar supone una exigencia impostergable- pero alejadas del iter, plagado de recovecos y desviaciones, que conduce a la recuperación de la llave del castillo del pendón gibraltareño, es decir de la soberanía, único enfoque pertinente para una colonia, ante la ONU y para la UE, que rompe la integridad de España, principio fundamentas de la lógica comunitaria internacional y así plasmado en la Carta de Naciones Unidas. Y asimismo recordando en lo que quedó, con el Brexit, el “pondré la bandera en el peñón antes de cuatro meses”, lanzado desde las filas conservadoras, o el más célebre aserto , el “ya te he dicho que Gibraltar caerá como fruta madura”, con el que el caudillo desde su presciencia vaticinadora, tranquilizaba a su primo y secretario, permítanme despachar tamaño asunto con unas líneas que escribo en la biblioteca del muy británico Reform Club, ante la memoria viva de sus ilustres miembros Churchill, Gladstone, Russell, Palmerston, que todos ello se ocuparon de The Rock y como Fox, cantaron su carácter de inexpugnable, al tiempo de rememorar el monumental “Gibraltar y los españoles”, que escribió el diplomático catalán Gil Armangué en los 60, recogiendo innumerables, casi 300, testimonios tendentes a la recuperación del peñón, opina hasta Voltaire, amigo de nuestro embajador en Versalles, conde de Aranda, y menciona tesis imaginables y hasta inimaginables, como el arrojar bombas mefíticas, que provocarían la huida de los invasores.

"Asfixia de Ceuta y Melilla. Sometidas a una progresiva asfixia desde Marruecos en base a su imprescriptible e irrenunciable, es constitutiva de su idearium político, nunca va a cesar, reivindicación histórica"

No hace ni una semana que el viceministro principal Josep García ha vuelto a invocar ante la Cuarta Comisión, el derecho de autodeterminación de los gibraltareños, reclamando la descolonización del Peñón. Pero a su favor, para los llanitos, cuarta economía per cápita a nivel planetario y con más de trescientos años de usucapión que, desde su óptica, es de suponer que también constituya título vinculante. Tras calificar de “idea aterradora” que España pretenda recobrar la soberanía, afirmó que ni siquiera aceptarían una cosoberanía: “sería depender de dos potencias coloniales en lugar de una”. A todo esto, Moncloa-Santa Cruz siguen trabajando con sus contrapartes en el principio de acuerdo de fin de año del 2020.
Ya cito antes al conde de Gondomar, el embajador más positivamente activo que hemos tenido ante la corte de San Jaime: “A Ynglaterra metralla que pueda descalabrarles”, lo que, en versión moderna, actual, se traduciría en la aplicación del tratado de Utrecht hasta donde proceda, hasta donde se pueda…
Vengo reiterando en conclusión uniforme, dos máximas. España, a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, a veces da la impresión de tener más dificultades que otros países de su nivel no ya para para gestionar sino para localizar e incluso hasta para identificar, el interés nacional. Asimismo, acostumbro a advertir, como máxima diplomática, que hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar el puesto que corresponde a la que fue primera potencia a escala planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes.
Adenda para hispánicos comprometidos. Termino este artículo en La Serradilla, la vieja casona familiar de granito, rodeada de pinos centenarios, desde la que se ven las murallas de Avila, pidiendo la inspiración de Santa Teresa la Docta. Y rindiendo homenaje a Castiella y su equipo, que trabajaron con honor y sin desánimo, para recuperar Gibraltar, con su jefe de gabinete Marcelino Oreja, “el valor más sólido de la Carrera”, reza la fotografía que le dedicó, que me invita a Morales y Políticas, como Herrero y Rodríguez de Miñón o como Dalmacio Negro. Tened a bien organizar algo en tan ilustre sede, en la esperanza de que toquemos la tecla.

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Nuestros contenciosos diplomáticos ya no admiten dilación https://elfarodeceuta.es/nuestros-contenciosos-diplomaticos-no-admiten-dilacion/ Thu, 21 Sep 2023 06:11:27 +0000 https://elfarodeceuta.es/?p=948196 Una de las manifestaciones tradicionales de la insuficiente técnica en política exterior de Madrid, consiste en dejar deteriorarse determinadas cuestiones hasta extremos de muy difícil o al menos, complicada reconducción, cuya virtualidad constituye un dato antes que un subdato y no requiere exégesis profundas para su constatación. No sería difícil en verdad figurarse los juicios […]

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Una de las manifestaciones tradicionales de la insuficiente técnica en política exterior de Madrid, consiste en dejar deteriorarse determinadas cuestiones hasta extremos de muy difícil o al menos, complicada reconducción, cuya virtualidad constituye un dato antes que un subdato y no requiere exégesis profundas para su constatación. No sería difícil en verdad figurarse los juicios de valor de los maestros internacionalistas españoles del XVI, cofundadores del derecho internacional al más noble de los títulos, con la introducción del humanismo en el derecho de gentes, en aquella España primera potencia planetaria, al contemplar el atolladero, el desaguisado en el obligado eufemismo, en que nos colocaron los estrategas directivos del franquismo, y los anteriores claro, sin que los sucesivos gobiernos, es de suponer que con algún que otro émulo de Metternich en sus filas, unos más y otros menos, les hayan enmendado la plana en los términos que corresponden. Y así hasta la situación actual, de la que resulta imperativo salir cuanto antes, en base al argumento primario del respeto a los principios y responsabilidades. Del cumplimiento del derecho, nacional e internacional.

Hoy nuestros contenciosos diplomáticos (cuando se tradujo un clásico mío, sugerí the contentious ones antes que el manido y genérico International disputes, por su superior pertinencia) arrojan en general un déficit asaz agravado y creciente. Pero por eso mismo, queremos creer, enmendable. Ese es el punto ahora, negarse a aceptar esa especie de tendencia inercial cierto que parcial, a procurar revertirla en lo que proceda, cuando forzados casi desde siempre a jugar con las negras en el proceloso tablero de nuestras controversias territoriales, las incuestionables y asimismo las que la ambivalencia de la política, que siendo interior presenta dimensiones exteriores, parece existir todavía un margen de probabilidades a fin de que pasemos a hacerlo con las blancas, a intentar llevar la iniciativa.

Ya no se trata, como he reiterado ad nauseam administrativa, de mis antiguos intentos para crear una oficina ad hoc -que sólo con Moratinos estuvieron a punto de materializarse, “lo haremos cuando yo sea ministro”, pero tampoco; asimismo intentó  antes algo similar Morán, con su Comité del Estrecho, donde un reducido grupo de diplomáticos y militares/marinos nos ocuparíamos de ambas orillas pero al parecer una filtración a la prensa, el asunto era secreto, lo dejó en nonato-  de hacer las cosas como es debido, para su tratamiento coordinado puesto que los tres grandes están entrelazados como en una madeja sin cuenda, donde al tirar del hilo de uno para desenrollarlo surgen automática, simultáneamente los otros dos. En la actualidad se ha llegado a un límite donde la cuestión radica en hacer lo que se pueda, y si bien es cierto que inmersos en una larga y complicada y crispada e inconclusa, dinámica electoral, no parece ser el momento idóneo, cuando el espacio para otros temas en el imaginario nacional se reduce considerablemente, las circunstancias mandan, se impone el pragmatismo, vertebrado en la técnica de la coyuntura. Esto es, el recordatorio, el aldabonazo por modesto que sea, como éste, que envío a diestro y siniestro -tema de Estado- desde profesionales a aficionados.

A la inaceptable situación actual se ha llegado por un cúmulo de circunstancias, las más, aunque no todas, previsibles, nucleadas por el movimiento sanchista sobre el Sáhara, que unido a la hiperdiplomacia secreta, con sus aditamentos, ha llevado la cuestión a la palestra. A lo que se suma la incapacidad, crónica y manifiesta, sobre Gibraltar, donde, si fuera lícito en este caso el vocablo, la inverecundia contraria reclama la evocación de Gondomar, “a Ynglaterra, metralla que pueda descalabrarles” y eso que todavía no habían tomado el Peñón. O la indolencia y la imprevisión, la pasividad, hasta el 2021 no se han incluido Ceuta y Melilla en el Plan de Estrategia Nacional; no parece fácil ciertamente felicitar a nuestros, numerosos, estrategas Y el persistente impasse en las negociaciones generales sobre las aguas territoriales, lo que conlleva en este punto concreto de los litigios territoriales, la no delimitación de las ricas aguas circundantes en el diferendo de Las Salvajes. Como en esa categoría de los diferendos, la indocumentación negociadora, que condujo a aceptar la salida neutral en Perejil, cuando parece existir, con fundamento, no un único, pero sí un mejor derecho de España. El de Olivenza no es jurídico, se inscribe en las relaciones de vecindad y desde ese animus debería de solventarse el incómodo, hasta cartográfico, statu quo.

Como vengo reiterando, España, a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, a veces da la impresión de tener más dificultades que otros países de su nivel no ya para para gestionar sino para localizar e incluso hasta para identificar, el interés nacional.

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