Es muy probable que la vergüenza e indignación generalizada que hoy no siente nuestra sociedad la experimenten dentro de algunos años nuestros descendientes.
Éstos también se mostrarán decepcionados con unos antepasados que no supieron conmoverse ni reaccionar ante el sufrimiento de unos animales de compañía a los que muchas veces damos la misma consideración que a los muebles que se dejan abandonados en una mudanza porque ya no son de nuestro gusto.
El hecho de que estemos tratando así a nuestras mascotas debería ser suficiente para golpear nuestras conciencias. Y el impacto debería convertirse en un auténtico mazazo cuando la Protectora de Animales informa de que el año pasado atendió en Ceuta a un total de 430 perros abandonados. La cifra indica que cada semana los voluntarios de esta asociación se hicieron cargo de más de ocho perros. Cuando las hemerotecas, silenciosos testigos de nuestra indiferencia, recuerden que esta clase se comportamientos no eran un hecho aislado en nuestra ciudad en pleno siglo XXI, los historiadores y sociólogos van tener dificultades para buscar motivos que expliquen esta conducta más haya del enfermizo egoísmo de una sociedad y unos individuos que se consideran civilizados y que no son capaces de ver que en aspectos como éste no han llegado aún al nivel de desarrollo de otras culturas a las que desprecian como salvajes. Precisamente, del trato hacia sus animales es un parámetro que sirve para medir el grado de la evolución de una sociedad.
Alergias, motivos económicos, problemas familiares... la lista de razones para tratar justificar el abandono de un animal parece interminable. Cuando nuestra sociedad en su conjunto sea consciente de que ni estos motivos ni ningún otro es válido para despreocuparnos de nuestras mascotas, podremos empezar a pensar que nuestros descendientes tal vez no nos vean como unos miserables. De momento, con 430 perros abandonados cada año es nuestra ciudad, quien dentro de un tiempo vea cómo era el comportamiento de muchos de nuestros conciudadanos va a ser muy difícil que deje de sentir vergüenza de sus antepasados o, al menos, por una importante parte de ellos.