Ayer tuvo lugar la procesión de la Inmaculada que organiza cada año la parroquia de Santa Teresa. El párroco dio participación a varios jóvenes del CETI para que formaran parte de este acto, procesionando a la Virgen. No hizo más que recoger las palabras del Papa Francisco, que llama a acoger y ayudar, siendo, el de ayer, un acto real de integración de unos inmigrantes que participaron al igual que los demás de este acto religioso. Como ayer el padre Arturo, ha habido otros sacerdotes que se han implicado con los débiles, que han acogido a quien se encuentra solo, que han favorecido su presencia en los actos. Es algo que hoy podemos ver normal, pero atrás en tiempos no muy lejanos hubo personas que tuvieron que luchar contra viento y marea para que inmigrantes participaran, por ejemplo, en procesiones de Semana Santa o pudieran implicarse, como otros feligreses, en actos celebrados en la Casa de Dios, sufriendo por ello algo más que persecuciones, padeciendo el castigo de los cobardes que idean falacias escondidos bajo el sistema.
La Inmaculada procesionó portada por quienes han arriesgado sus vidas y mantienen la esperanza de tener una oportunidad. Una imagen que contrasta con el empecinamiento de aquellos que siguen criminalizando a quienes no conocen, ya sea desde el ámbito más privado y particular hasta el institucional, falseando realidades o difundiendo comunicados oficiales que no hacen sino crear un caldo de cultivo de odio y falta de respeto que nos trae las consecuencias que luego lamentamos.
Son estos actos los reales, los de auténtica integración, los que de verdad esconden sentimiento y amor, más allá de esas escenas ideadas por quienes gustan de maquillar el drama migratorio para llevarse un posado, una primera página, una portada, aplaudiendo al que luego criminalizan, festejando a los que luego disfrazan de violentos. Es la noche y el día, la oposición a la realidad.