La comunidad musulmana celebró ayer el final del Ramadán con un rezo colectivo en el que asomó un mensaje que, a estas alturas, ni debiera estar provocando un debate. Se aspira a que el próximo 2018 el final del mes sagrado sea considerado festivo. Más que aspiración supone un acercamiento a la realidad de nuestra ciudad. Que todavía no se haya dado el visto bueno a esta petición es un claro error. Quien no quiera verlo es un iluso o, sencillamente, se ve movido en sus apreciaciones por otros asuntos que ya tendrían que estar superados, aunque parece que para un sector de la sociedad resulta imposible y prefiere seguir viviendo en su círculo de rencor y enfrentamiento sin sentido.
Sin roces, aplicando el sentido práctico, se ha dado luz verde a un calendario escolar que, el curso próximo, contará como no lectivo el final de Ramadán. Se ha actuado con lógica después de cursos y cursos con más alumnos en la calle que en clases. Pedir que, aplicando el mismo fundamento, el Eid Al-Fitr sea festivo no supone más que adecuar el calendario a la realidad de una ciudad que se jacta de vender la convivencia en otros foros pero no aplica las consecuencias de esa convivencia en el calendario. Sí, puede suceder lo mismo que con la Pascua del Sacrificio, que nos equivoquemos en el día, pero eso será otro paso que deberá superarse modificando las normas por otras más flexibles para que la configuración de una relación de días festivos no nos encorsete, convirtiéndonos en incapaces de alterar nuestras propias normas.
A estas alturas de la vida, lo racional es huir de aquellos que insisten en provocar el enfrentamiento por el enfrentamiento, la queja por la queja, como si realmente lleváramos en el corazón muchas de las celebraciones por las que luego hay quienes, dicen, se parten la camisa. Y lo escribo por el día de Ceuta, cuya erradicación del calendario festivo el 2 de septiembre en otros años causó debates marcados por la ira de esos ciudadanos que parecía habían perdido lo más grande. Y son los mismos que lamentan que les hayan arrebatado la fiesta de ‘su Ceuta’, no la de todos, mientras que permanecen ajenos a cualquier celebración autonómica o reivindicación más allá de una buena cerveza en la playa para rascar los últimos rayos del verano.
Negar la festividad del final de Ramadán es negar la realidad social de Ceuta. Justificar el ‘no’ debe sustentarse en algo más allá de los miedos, el reproche o la reducción de esto a un juego pueril por ver quién gana la apuesta.