Muros, vallas, patrullaje militar de los mares, devoluciones ‘en caliente’, el mundo desarrollado se protege con ellos del flujo ilegal de migrantes. Las vallas de Ceuta y Melilla forman parte del conglomerado de barreras con los que el mundo quiere cortar la inmigración. Quizá ambas sean de las más famosas e incluso se han erigido en referentes para otros países, dada la cantidad de comisiones que se desplazan a una de las dos ciudades hermanas para conocer el control ejercido por la Guardia Civil para, sencillamente, extrapolarlo a sus países respectivos.
Desde 1992, España tiene un acuerdo de devolución de indocumentados con Marruecos. Una doble valla de más de seis metros de altura, coronada de concertinas y cuchillas, cámaras y sensores separan de Marruecos 8 kilómetros, en el caso de Ceuta, y 12, en el de Melilla.
Ese ‘protagonismo’ lo comparten con el famoso muro de Trump, el que dijo que sería “tan bonito estéticamente y tan barato que México pagará por él”. Un muro comprometido por el presidente americano para separar la frontera de EEUU con México a lo largo de 3.185 kilómetros. Ese proyecto de muro -ya hay vallas en un millar de kilómetros en partes de la frontera- se suma a una política más severa que aumenta las deportaciones y reduce la concesión de asilos humanitarios aplicada desde que llegó a la Casa Blanca. México aplica desde julio de 2014 el plan Frontera Sur: mayor control fronterizo, más detenciones y deportaciones de migrantes, permisos gratuitos para trabajadores temporeros y visitantes a los estados meridionales fronterizos para personas provenientes de los países del Triángulo Norte.
Europa va blindando además sus pasos mirando siempre hacia las dos hermanas.