Tras la ‘gran cita’ en Madrid, en esa escenificación ante ceutíes y melillenses de ese deseo político por ‘salvar’ Ceuta y Melilla, llegaron las primeras valoraciones públicas. Y estas no se hicieron aquí, sino en la ciudad hermana, en donde su presidente Juan José Imbroda, sí que habló, habló y habló sin pelos en la lengua sobre la situación enquistada en las fronteras sur de Europa. En Ceuta parece que no es importante venir a contarnos algo más allá de una nota de prensa. Quizá porque, de hacerlo, en un alarde de sinceridad, deberían poner por delante el grado de incapacidad de los mal llamados interlocutores con Marruecos para salvar esto.
Y qué dice Imbroda. De entrada que Marruecos “ningunea” a las dos hermanas. Cosa cierta. Y que hay que actuar con urgencia ante las avalanchas antes de que venga Europa a contar eso de que no se puede permitir que lo indigno sea ya tradición. Cosa también cierta. Le han tirado de las orejas al Gobierno de la Nación exigiéndole una acción inmediata, algo que, creo, ha venido más del ímpetu del presidente melillense que de las contemplaciones que se hacen en esta ciudad, ofuscada en no ver los problemas que existen y encerrada en una burbuja de la que se niega a salir. Vivas parece tener complejo de boxeador fracasado, hasta el punto de congratularse porque le lleguen golpes desde todas las direcciones aunque carezca de la competencia y responsabilidad para recibirlos. Los hay cada vez más molestos por el complejo de padre protector que está haciendo mella en demasiadas áreas municipales.
Habrá que ver, como ya aventuraba ayer, si ese incremento de guardias y policías se hace como reclama AEGC (de plantillas fijas) o nos engañan con el ir y venir de UIP y GRS que no constituyen más que parches. Marruecos puede que ningunee a las dos hermanas, o quizá puede que esté harto de tratar con quienes carecen de ideas en torno a los problemas domésticos que siempre se han resuelto en casa. Porque si hay que esperar a que los gobiernos centrales resuelvan el absoluto caos fronterizo estaremos abocados a una auténtica ruina. Quizá el problema no esté, como ve Imbroda, en tirar de las orejas a Madrid, sino analizar los recursos de los que nos estamos sirviendo para jugar partidas que son decisivas y que nos han dejado al nivel de una república bananera.