Si contara la de veces que he escrito sobre la frontera en los últimos meses me daría una media bastante considerable. Hoy vuelvo a hacerlo. Y lo hago porque creo que es una obligación dejar por escrito la indignación que puedo tener como ciudadana pero también la que tienen todos aquellos que ayer nos pararon para recurrir a nuestro medio buscando que diéramos voz a sus penurias. Así lo hacemos, demostrando una vez más la inutilidad de aquellos que cobran a final de mes sus buenas pagas por solucionar unos problemas que nos afectan a todos. Sí, a usted también le afecta aunque no lo crea. Porque llegará el momento en que tendrá que acudir al Hospital y no llegará porque se verá atrapado en la cola, porque llegará el día en que no podrá cumplir con su cita obligada porque el embudo del Tarajal lo absorberá y no encontrará forma de salir allí... ya podrá llorar, gritar, incumplir todas las normas de tráfico que se imagine para salir por cualquier vía de escapatoria... que no lo logrará. El caos se adueña del caos y no hay quien pueda poner orden en un punto que parece estar perdido y olvidado.
Es indigno lo que sucede, indigno ver a gente desesperada, como indigno resulta contemplar el ir y venir de mujeres cargadas de bultos. Es indigno contemplar cómo este caos ejerce tal dominio que termina absorbiendo todos los recursos y mal utilizándolos porque cualquier acción que lleven a cabo resulta inútil. Tenemos a los GRS de la Guardia Civil cuidando una playa usurpada a los ciudadanos, cuando su función es otra completamente distinta; pretendemos cubrir los vacíos que hay mandando policías locales como si estos salieran de cualquier chistera invadiendo competencias como quien se compra caramelos simplemente porque es una forma de que una administración supla las carencias y el ocultismo infantil de la otra; la teoría del caos se impone de tal forma que se ha hecho la reina en una Ceuta en la que cualquier atisbo de crítica siempre obtiene la misma respuesta falaz.
Este reino del descontrol es el más claro ejemplo de la nula capacidad del equipo de la plaza de los Reyes por hacer frente a una de tantas de sus competencias. Callan, se esconden, miran hacia otro lado molestos porque se les exija respuestas a quien está obligado a darlas. Son tristes protagonistas de unas relaciones a pie de frontera fracasadas, que pretenden nutrirse del ego de cuatro fantasmas trasnochados consentidos. Y a diario esto es un insulto, es un desprecio, es una oda a la mayor dejación consentida a los peores de la clase.