Al delegado del Gobierno no le gusta que le recuerden no solo cuál es su trabajo, sino, tampoco, cuáles son sus competencias como máximo garante de la seguridad colectiva. Huye de comparecencias y gusta de envolverse en estadísticas maquilladas. Se oculta cuando debe comparecer o, al menos, remitir un comunicado ante hechos tan graves como los ocurridos la pasada madrugada a tan solo unos pasos de la Jefatura Superior de Policía. Un joven se encuentra en estado muy grave después de ser disparado por un individuo que, en compañía de otro, pudo abandonar el lugar permitiéndose el lujo de amenazar y encañonar a los testigos. Todo esto a solo unos metros de una comisaría central, en plena alerta y sin que se hubiera producido una detención inmediata. Si lo ocurrido no merece que un delegado del Gobierno comparezca... ¿qué es lo que falta entonces? Son precisamente estas actitudes entregadas al ocultismo las que generan alarmismo ciudadano, son precisamente estas desastrosas maneras de dirigir la Delegación del Gobierno las que causan desazón en una ciudadanía que quiere respuestas, que necesita de una intervención oficial aunque solo sea para que se comunique que se está trabajando en encontrar a los culpables, sean los que sean. Cualquier discurso oficial preñado de triunfalismos y éxitos pierde fuerza cuando choca con un posicionamiento político tan oculto, tan lejano al ciudadano y con una jefatura policial incapaz de perfilar una organización de trabajo que evite tantos vacíos de seguridad como los que están ocurriendo. Los agentes del CNP, los que están en la calle y tras las investigaciones como grandes profesionales, trabajan ya en la resolución de este caso que tanta alarma social ha generado. Su labor no se cuestiona pero sí la de los mandatarios político-policiales cada vez más en evidencia.