Nos toca lamentarnos después. Sea cual sea el resultado de las investigaciones iniciadas por la Guardia Civil en torno al origen del incendio en el Hacho, lo que se ha vuelto a poner de manifiesto, una vez más, es el abandono en que se encuentran nuestros montes. No es la primera vez que lo denunciamos ni, desgraciadamente, será la última. La acumulación de basuras en el monte resulta demencial y la permisividad que hay en estas zonas también. Se deja el pase de vehículos donde no se debe y se permite que las imágenes de abandono perduren en el tiempo como si a nadie le importara. Y las autoridades competentes no pueden decir que nada saben, porque se han publicado cientos de fotografías mostrando el estado de nuestros montes.
Detrás de las llamas queda el resultado de rincones abandonados, de patrimonio perdido, de un nuevo mordisco a la vida del pulmón común, del que todos deberíamos estar mentalizados en proteger. Sí, además de la responsabilidad de nuestros gestores incompetentes hay hueco en la crítica a esa parte de la sociedad que carece de conciencia medioambiental, que se dedica a depositar basura en el campo o a abandonar escombros y chatarra. Es una combinación perfecta, una defensa a la maldad absoluta, porque es de mala persona el no cuidar, atender y proteger un espacio del que todos debemos disfrutar y que estamos obligados a hacer perdurar para nuestros descendientes. Pero la vida egoísta e interesada hace que lo que debería ser una base intocable se convierta en una risa comunitaria.
Algo hay que hacer. La urgencia de las medidas que deben adoptarse no dejan margen a la escapatoria. No podemos permitir que el trágico episodio se olvide hasta que de nuevo salten las alertas por otro incendio. Solo he escuchado hasta ahora al presidente de la Ciudad que ha basado su discurso en lo que sabe hacer: la loa continuada y pegajosa. Alabar a todos, que nadie se le olvide para que nadie se moleste, el postureo, el quedar bien mientras se permite (en la parte que le toca) que los montes estén como están sin aunar criterios en una política medioambiental agresiva que busque el respeto porque sí. Pero no, parece que el compadreo debe dar mejores resultados (electorales) que la protección debida y el cumplimiento de nuestros deberes como ciudadanos herederos de algo que estamos matando a base de inacción y de destrucción.