El pasado lunes publicábamos la noticia de que los movimientos cristianos de Ceuta se rebelaban contra el Obispo de la Diócesis. En numerosas ocasiones he tenido que firmar, en los últimos años, informaciones sobre Monseñor Zornoza que no me han gustado nada, pero no porque tenga nada contra quien es el responsable de dos Obispados, el de Cádiz y el de Ceuta, ya que no tengo datos para juzgarle, salvo por sus actos. De entrada, no me gusta que Ceuta sea dependiente de un Obispado cuando canónicamente tiene el mismo rango que la provincia gaditana. No somos una sucursal del Obispado de Cádiz, sino que la Iglesia, por economía de cargos, decidió en su día que el mismo prelado que se sienta en la capital gaditana lo hace también en la de Ceuta. Aunque Ceuta le parezca una tierra lejana a la que viene nada más que por cumplir cuando no le queda más remedio. Una simple pregunta: ¿de 365 días al año cuántos pasa en nuestra ciudad nuestro Obispo? En las formas no, pero en el fondo, somos un Obispado con sede vacante.
Con la llegada del Papa Francisco, la Iglesia católica ha abierto sus ventanas para insuflar aire fresco en unas pilares que, en muchas ocasiones, aparecían casi carcomidos. Francisco quiere una Iglesia cercana a los ciudadanos, que hable, que tenga contactos. Pues bien, Monseñor Zornoza practica como un pastor de la Iglesia dominada por el Estado, la que teníamos en España en los años 50. Es lejano, dominante, autoritari, no se acerca a quienes sufren, no atiende ni a quienes les sostienen el chiringuito en nuestra ciudad.
Por éso, no entiendo a quienes buscan consensuar posiciones para mantener una reunión con el Obispo y con el vicario y aplaudo al otro sector que es más partidario de escribir a la Nunciatura, a la Secretaría de Estado y al mismísimo Papa Francisco.
Porque desear que arregle la situación quien es el culpable de la misma, es como querer que un pirómano que ha provocado un fuego, luego sea integrante del servicio de Bomberos que lo debe apagar.