Cuando las dos ambulancias maniobraron para entrar en la avenida Ibn Zhar, una nube negra se posó, tímida y sin querer avisar de sus malévolas intenciones, sobre el cielo de Tetuán. Apenas cayeron tres gotas, las suficientes como para saber que el cielo también se vestía de luto, lagrimeaba una lluvia que empapaba el mismo pañuelo que sostenía entre las manos, haciéndolo llevar cada poco a los ojos, cada miembro de la familia Draoui.
Porque un entierro es en sí una unidad infinita de dolor, aunque el que se ofició ayer en Tetuán, lo fue aún más si cabe, por los condicionantes dramáticos que lo envolvían. Se trataba de despedir a dos hermanos, jóvenes y padres, entre los dos, de cinco hijos, uno de ellos con tan sólo seis meses de vida: “Dos hombres buenos, que fueron niños excelentes y muchachos llenos de ilusiones”, indicaba un octogenario que aguardaba sentado en el portal de su casa a que llegaran los féretros de Moujib–Rahmane y de Abdelaziz, que no obstanten, se demoraron más de lo esperado porque en la frontera aún hubo que solucionarse el último trámite burocrático, operación que se alargó en un espacio cercano a las dos horas.
Siempre comandados por Mohammed Droaui, el hermano mayor, la familia de los dos fallecidos en la madrugada del pasado lunes en el Muelle de España, en Ceuta, cerró filas en el domicilio familiar durante unos instantes que parecieron eterno, sobre todo cuando desde dentro se filtraba el dolor y se escuchaban llantos y gritos de los siete hermanos, padres, sobrinos, cuñados, primos que conforman la familia, “típica y auténtica de la medina tetuaní”, aseguraba un vecino de un barrio contiguo.
Fuera, se formaron inevitables corrillos de amigos que lloraban juntos, de vecinos que comentaban lo sucedido, de compañeros de la época de la escuela, de personas que intentaban buscar una justificación a una muerte trágica: “¿Cómo puede ocurrir eso en un país de Europa?”, se preguntaba una mujer; “por lo visto el puerto no tiene medidas de seguridad”, decía un joven; Mustafá, vendedor de frutas y verduras, aseguraba “no saber qué le pasa al ser humano para que no ponga soluciones a los males”.
Con todas las frases, opiniones y gestos fúnebres, el corrillo se silenció con la opinión de Abdelasi, que recordó una antigua frase de Moujib-Rahmane, el mayor de los dos hermanos: “Él un día, tomando té, me dijo que la desgracia de los dos niños ahogados en el Muelle de España, se volvería a repetir si no se ponía remedio, y fíjate que desgraciada jugada del azar que se ha vuelto a repetir pero con él y con su hermano como tristes protagonistas”.
Eran cerca de las siete de la tarda cuando, desde la casa, arrancó una multitud que acompañaba a familiares y féretros por las calles de Tetuán, cortando el tráfico de manera improvisada y acogiendo gentes que se unían a la causa y que avanzaban con la cabeza gacha y el alma henchida.
Entre la comitiva, se encontraban habitantes de nuestra ciudad, “pero como ves, todos somos amigos de Moujib-Rahmane y de Abdelaziz, pero ningún responsable del Puerto”, aseguraban trabajadores oriundos de Marruecos que desempeñan su labor en las agencias de viaje de la zona portuaria y venían con un resquemor rechistando entre dientes: “Esta tarde ya no había ningún impedimento para que los coches volvieran a pasar por lo que las medidas parecen que sólo han durado un día”.
Lo que quedará para siempre es el féretro de los dos jóvenes en el subsuelo del cementerio de Tetuán, cercano a la Medina, donde la familia Draoui recibió el pésame de los más de mil vecinos que acudieron a la ceremonia, a los rezos y a unas lágrimas que caían hasta del cielo.